Acostumbrados a la catástrofe
Desde las ya remotas épocas en que era estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM me acostumbre a leer y escuchar sobre la inminencia del fin del sistema político mexicano. Ya fuera a consecuencia de las movilizaciones e intensidad de las protestas sociales o bien por el nivel de tensión y conflicto luego de las siguientes elecciones federales y, en algunos casos, comicios locales en entidades donde la disputa amenazaba con rebasar los límites de la ley. Así que ahora, nuevamente, aquellos argumentos reditados y puestos al día anuncian que nos aproximamos a las elecciones que definirán el futuro de México. Esas reflexiones, por llamarlas así, van de la franca amenaza a las percepciones apocalípticas.
Esas mismas percepciones pasan, desde luego, por la descalificación de los contendientes, por la ridiculización de sus propuestas; pasan también por el apetitoso botín de las filtraciones o las francas invenciones. Pero lo que parece más serio es que los mismos actores tomen ese camino que sin duda alguna no beneficia a nadie ni mucho menos a quienes se aficionan en descalificar a la autoridad electoral o se mofan de la confección jurídica del proceso electoral. El caso es que ante la previsible intensidad en la disputa por la Presidencia de la República la elección de nuevo Congreso de la Unión, en efecto, observaremos un año de intensa actividad política y mediática, y desde ahora se anuncia la eventualidad de un desastre social.
Sin duda los primeros llamados a guardar la compostura y promocionar su imagen con base en ideas, propuestas y equipos de trabajo que reúnan prestigio son los candidatos presidenciales. En segundo lugar, los dirigentes de los partidos políticos, que tienen reales posibilidades de lograr el triunfo, y finalmente, pero con un papel fundamental, los medios de comunicación. Entre esos tres actores de la vida nacional es que tendremos posibilidades de fincarnos en un escenario realista y de mucha mayor consistencia y acudiremos, sí, a un proceso electoral competido, pero de ninguna forma a la posibilidad de un estallido social o cosa parecida.
Desde luego que ese tipo de posiciones "no vende", aunque sí contribuyen a que la madurez de la sociedad y sus instituciones se vuelvan lo suficientemente maduras como para aceptar sin mayor sorpresa los datos que arrojen las urnas: quién ganó y quiénes perdieron. Por eso resulta tan importante conocer la agenda de propuestas y la forma en que se realizarán dichas ofertas.
El presidente Vicente Fox Quesada fue rehén de sus palabras y compromisos de campaña: crecimiento anual de 7 por ciento, la creación de un millón de trabajos fijos anuales y los tristemente célebres 15 minutos para resolver el problema del movimiento zapatista en Chiapas, entre otros. Si los principales aspirantes a la banda presidencial no toman en consideración que andar de bocazas tiene sus serios riesgos en cuanto a credibilidad y aceptación (ellos y sus equipos, que son casi súbditos de las encuestas y sondeos de opinión) observarán con rapidez cómo la aceptación y aprobación a su llegada a Los Pinos se erosiona para evolucionar en decepción.
Vamos, sí, a un proceso electoral intenso y de importancia, como son los comicios presidenciales en Brasil, Estados Unidos, Rusia o Argentina. Ni duda cabe de que se jugarán visiones y propuestas que condicionarán el futuro del país. Pero de eso a suponer que vamos al seguro estallido social, a la definición fundamental del país que queremos hay un abismo, ya que no son sino expresiones, fantasiosas o aspiraciones poco sustentadas.
¿Qué podemos hacer y cómo podemos hacer?, son preguntas que precisan saber por qué y para qué se quiere el poder en México. Entre el primero y el 15 de enero habrán de registrarse ante el IFE los candidatos presidenciales; cada uno representará una visión de país y, sin duda, ninguno presentará propuestas que pongan en riesgo severo la viabilidad del país. Yo les tengo confianza. Podré o no estar de acuerdo con los planteamientos, pero para eso habrá que analizar, evaluar y discutir antes que descalificar o imprecar; es la opción que tengo.