REPORTAJE
En el Soconusco, cuatro días tormentosos que jamás se olvidarán
En 96 horas cayó el agua equivalente a la que se precipita en el DF en 24 meses
Ampliar la imagen Vista a�a de la Sierra Madre de Chiapas, devastada por las recientes lluvias e inundaciones provocadas por el cicl�tan FOTO Alfredo Dom�uez Foto: Alfredo Dom�uez
Ampliar la imagen Aspecto de la otrora bella comunidad chiapaneca de Motozintla, donde unas 3 mil viviendas fueron arrasadas por el desgajamiento de cerros FOTO Alfredo Dom�uez Foto: Alfredo Dom�uez
Motozintla, Chis., 21 de octubre. Fueron tres días y medio que jamás olvidarán. La tormenta comenzó a las tres de la madrugada y lo que en principio eran fuertes lluvias, habituales por la temporada y por la zona serrana de Chiapas, fue convirtiéndose conforme el tiempo pasaba en la peor catástrofe de que se tenga memoria en lo que fue una bella ciudad: Motozintla.
El lugar, entrampado en una hermosa cadena de cerros inmisericordemente deforestados, se encuentra a unos 120 kilómetros al noroeste de la también castigada Tapachula. Pero, al menos en este caso, la belleza no está peleada con la marginalidad: Motozintla tiene un índice de pobreza de 85 por ciento, y de ese total 71 por ciento de la población vive en pobreza extrema, según los datos que proporcionó a este periódico el acucioso Rodolfo Tuirán, subsecretario de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso), apersonado en la localidad.
La madrugada del pasado 4 de octubre el río Xelajú se vio súbitamente acompañado de otros ríos que, sin freno, bajaban con estrépito por los pelados cerros.
El Xelajú, que en sus mejores días tiene de ancho unos tres metros y un nivel de poco más de dos, se transformó en una furiosa autopista de 100 metros de ancho y una profundidad que llegó a alcanzar entre seis y ocho metros. Los habitantes de Motozintla lejos estaban de saber que el ciclón Stan había provocado el desbordamiento de los cerca de 120 ríos que cruzan Chiapas por sus cuatro puntos cardinales. Y, más aún, como dice Elio Enríquez, corresponsal de La Jornada en San Cristóbal de las Casas, "nacieron nuevos ríos que se sumaron a los de siempre, mientras éstos parían nuevos brazos".
Durante esos cuatro días tormentosos, en el Soconusco cayó el agua equivalente a la que se precipita en el Distrito Federal en el periodo de 24 meses. Hace siete años pasó por aquí el huracán Mitch: el Stan dejó caer tres veces más volumen de agua que su antecesor.
Las dos horas y media que habitualmente se invierten en llegar por carretera de Tapachula a Motozintla se reducen a 30 minutos si se viaja en helicóptero. Hoy no hay otra manera de llegar a esa devastada ciudad.
La Sedeso, cuya titular, Josefina Vázquez Mota, vive, literalmente, en Tapachula desde hace dos semanas y coordina por instrucciones del presidente Vicente Fox, las acciones del gobierno federal, trabajando junto con el gobernador de la entidad, Pablo Salazar Mendiguchía, facilitó dos asientos a La Jornada en una de las naves que participan en el puente aéreo, con el propósito de que este diario tuviera una idea aproximada de la magnitud del desastre natural.
Desastre natural y también, desde hace dos semanas, hecatombe social. Más de 260 mil damnificados le dan fondo y forma a la dimensión de la tragedia. El censo de muertos asciende a 49, y hay unas 30 personas reportadas como desaparecidas. Hoy, 20 mil localidades se encuentran aisladas, y hay caseríos a los que todavía es imposible llegar, ni por aire. Pero se realizan 100 vuelos diarios con helicópteros (la Armada está jugando un papel de suma importancia ante la casi total ausencia del Ejército) que van y vienen hasta que las condiciones meteorológicas lo permiten.
En Motozintla, durante los primeros días, el campo de futbol se convirtió en la base aérea más importante del país, pues llegaron a realizarse más de 70 operaciones diarias. Comenta la secretaria Vázquez Mota que la escena parecía más de película bélica que otra cosa: "era un auténtico enjambre de máquinas voladoras, y la gente sentía temor de que chocaran en el aire".
A la funcionaria se le humedecen los ojos al contar lo sucedido con una pareja de ancianos que, subidos en el tejado de su casa, en Motozintla, no se atrevieron a ser rescatados por un helicóptero de la Marina cuya tripulación, durante tres días y desafiando la pésimas condiciones climatológicas, trataba de persuadirlos para ser subidos a la nave. Tenían miedo de morir en el intento.
Cuando regresaron al tercer día, la pareja había desaparecido y la casa ya estaba cubierta de lodo y agua, al igual que otras 3 mil viviendas del total de 11 mil que tiene, o tenía, Motozintla.
La escuela primaria del municipio, orgullo además de los lugareños, fue construida en una zona segura luego de que, hace siete años, el Mitch se llevara en volandas la existente. Esa zona segura dejó de serlo con Stan, que en tres días sepultó prácticamente la mitad de las instalaciones.
Ahí estaban los soldados luchando a brazo partido con el lodo y sacando las enormes piedras que machacaron la escuela. Al director del plantel le gustaría reanudar clases el lunes próximo, pero el insoportable hedor que invade la zona aconseja esperar mejores tiempos.
En las orillas del hoy calmado Xelajú, el panorama invita al llanto. Centenares de casas, muchas de ellas a medio hacer (Tuirán comenta que el promedio de construcción de una casita en Motozintla es de 10 años) están completamente destruidas. Muchas no se ven porque están cubiertas de piedras, lodo y troncos secos.
Como almas en pena, los pobladores, agricultores en su inmensa mayoría, deambulan alrededor de lo que hasta hace dos semanas era orgullo de sus vidas. Hoy no saben por dónde recomenzar, ni cómo agarrarse de una ilusión para seguir luchando.
Pero la vasta zona afectada va mucho más allá que Motozintla pues, como explicaba Vázquez Mota, el pasado jueves, a un grupo de ONG, la virulencia del meteoro provocó que los daños mayores a las viviendas representen el mismo porcentaje (50 por ciento) que las que sufrieron daños menores. El promedio normal en desastres de ese tipo, agregó la titular de Sedeso, es de 80 por ciento en daños menores y 20 por ciento en mayores.
Stan dejó un total de 48 mil viviendas afectadas y 683 escuelas con daños de consideración, pero también destruyó, además de vidas y esperanzas, carreteras, caminos y puentes, y enormes extensiones de cultivos de café, plátano, maíz, soya, en fin, de todo lo que encontró a su paso.
Con todo y eso, el gobernador Pablo Salazar y la propia Vázquez Mota, se resisten a declarar el estado de zona de desastre porque, aducen con razón, ello implicaría cerrar el camino de la ayuda a un indeterminado número de personas que, habiendo sido afectadas por Stan, no se encuentran censadas por el aislamiento al que están sometidas.
Ello no implica, aclaran, que la ayuda no llegue. De hecho, es obvio que sí llega y que se reparte, teniendo en cuenta la situación, de manera eficiente. Vaya, hasta zapateros de León enviaron hace unos días una montaña de calzado para dama: el inconveniente, como dijo Vázquez Mota, es que son de tacón.
Pasó Stan y, como dicen aliviados en el Soconusco, la señora Wilma los perdonó esta vez. Hubiera sido el punto final.