Usted está aquí: martes 11 de octubre de 2005 Política Salinas vs. Zedillo

Marco Rascón

Salinas vs. Zedillo

Innombrable es la realidad de esta ruptura. Innombrable es su vigencia y el alineamiento de partidos, candidatos, intereses económicos, posiciones, estructuras y espacios en torno a ellos. Tanto Carlos Salinas como Ernesto Zedillo llegaron al poder con una característica: no los empujaron de abajo, sino los jalaron de arriba y los impusieron sobre la vieja estructura política, por ser expresión del modelo neoliberal y la integración económica. Sus carreras políticas son dos flechazos directos de las universidades Harvard y Yale a la Presidencia de la República. Cada uno tiene un sexenio de naturalización y, sin que fueran favorecidos por ninguna encuesta de la época, ocupan el máximo poder presidencial.

Por formación y compromisos, tanto Salinas como Zedillo entienden la filosofía y el pensamiento único del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) y Washington; no obstante, uno y otro representan dos corrientes de intereses y dos visiones dentro de esa misma filosofía; por ello, en la sucesión entre uno y otro hubo cambio con ruptura.

Carlos Salinas representa la consolidación de la economía neoliberal tras el sexenio de la destrucción y aniquilamiento del modelo económico anterior, basado en los subsidios, el proteccionismo y la sustitución de importaciones. Miguel de la Madrid aniquila mediante sus políticas de choque y ajuste el valor del trabajo como esencia de la soberanía económica y pone al país a vivir del oxígeno y la respiración artificial de los préstamos del FMI y el BM.

Surgido de la usurpación, Carlos Salinas impone la dirección del cambio. En efecto: los mexicanos querían cambio y votaron por Cuauhtémoc Cárdenas, pero la misión era imponer el rumbo de ese cambio, no hacia la soberanía, sino hacia la integración económica al bloque del norte. En esa etapa sexenal Salinas privatiza y forma un nuevo grupo de oligarcas surgidos de ese proceso de privatización de los bienes patrimoniales del país. Basado en el agotamiento del viejo estatismo, utiliza a los extremadamente pobres para legitimar la venta de los bancos y empresas propiedad del Estado, rematándolas en favor de personajes entonces desconocidos. La vieja oligarquía norteña, poblana y jalisciense es sorprendida y avasallada y no les regresa sus bancos ni la hace beneficiaria de la privatización.

Carlos Salinas negocia el Tratado de Libre Comercio (TLC) en contra de los intereses de México. A 12 años de su aprobación, se ven las consecuencias de la traición a México, peor que la cometida por Antonio López de Santa Anna. Al final, William Clinton pone una condición a Salinas: mantener sobrevaluado el peso para "convencer" a los lobbys en el Congreso de Estados Unidos y demostrar, con base en el aumento de exportaciones hacia México, que México no sólo es el traspatio, sino también un buen negocio.

Ernesto Zedillo, proveniente de la oscuridad, llega a la Presidencia porque es el mejor hombre que el país requiere tras el sexenio salinista. Es elegido por un video, gracias a los disparos de la bola homicida priísta en torno a Colosio. Zedillo ya no representa intereses "nacionales": directamente es el procónsul de Washington que dirige, media y regula la "transición pactada". La llegada de Zedillo a la silla presidencial marca la ruptura con Salinas debido a las consecuencias que éste desató al haber mantenido el peso sobrevaluado sin haber realizado el ajuste antes del cambio sexenal, y por el encarcelamiento de Raúl Salinas, cuyos excesos y corruptelas ayudaron a convertirlo en rehén.

Zedillo es el Yeltsin mexicano -papel al que aspiraba Manuel Camacho con su ideario de que el sexenio salinista necesitaba una reforma política, encabezada por él, que denominó "un cambio sin rupturas". Zedillo, bajo los dictados de Washington, hizo lo que planteó Camacho cuando éste fue aspirante: una perestroika con glasnost.

La disputa Salinas-Zedillo es el centro de 2006: no hay ni existe propuesta real de alternativa de nación dirigida por una izquierda inexistente. Las posibilidades del PRD son nulas porque el esquema de la glasnost de Camacho fue rebasado por el guión de Zedillo, dirigido desde Washigton y Yale, donde sigue siendo el mismo empleado que fue en 1994.

Ante la falla de la conducción gerencial, encabezada por Vicente Fox, los estadunidenses siguen en la búsqueda de un candidato que les garantice incondicionalidad, bienes e intereses. Pese al alineamiento del PRD al neoliberalismo zedillista, no tiene ninguna posibilidad de conducir una ruptura, pues no arribó al neoliberalismo tras estudiar en Harvard, sino por ignorancia, y Manuel Camacho, su ideólogo, carece de fuerza propia.

El problema entre Salinas y Zedillo no es el PRD, sino la descomposición acelerada del país y querer manejar una situación de conflicto exclusivamente con pura fuerza área: los medios. Ese es el fondo de los llamados del empresariado al pactismo y su paso a ser protagonistas activos en la transición ante la crisis de los políticos, candidatos y partidos.

México ha sido convertido en un mal país sin disyuntivas electorales, innombrables por su continuidad y presencia.

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