Usted está aquí: sábado 8 de octubre de 2005 Opinión Katrina: la política de la decadencia y la incompetencia

Immanuel Wallerstein

Katrina: la política de la decadencia y la incompetencia

Ampliar la imagen Tumbas destruidas en el cementerio de Cameron, Luisiana, luego del paso del hurac�Rita FOTO Reuters Foto: Reuters

El mundo ha seguido con estupefacción el increíble desempeño del gobierno federal estadunidense en respuesta al desastre físico y humano del huracán Katrina. Todas las cadenas de televisión de Estados Unidos y otros muchos países, más los principales diarios, han seguido la historia al detalle. La reacción general ha sido preguntar cómo es que, ante este desastre, el país más rico y poderoso del mundo respondió tan mal, o mucho menos adecuadamente que los gobiernos del pobre tercer mundo. La respuesta simple es que se trata de una combinación de incompetencia y decadencia. Y los resultados de este desastre serán una mayor disminución en el respeto hacia el presidente al interior del país y un escepticismo más profundo de otras naciones acerca de la capacidad estadunidense de actuar más allá de la vacua retórica.

La reacción inicial de George W. Bush ante Katrina fue decir que nadie hubiera predicho que los diques se romperían y que 80 por ciento de la ciudad de Nueva Orleans quedaría inundada. De hecho, el Houston Chronicle lo predijo en 2001. El New Orleans Times-Picayune lo vaticinó en 2002. Y el National Geographic, una de las revistas más leídas en Estados Unidos (totalmente apolítica), lo advirtió en 2004. De hecho, también, una catástrofe así estaba prevista en documentos que el gobierno publicó durante la propia presidencia de Bush como una de las tres potenciales catástrofes importantes que eran bastante posibles. Además, cualquiera que estuviera atento a la televisión durante los dos días anteriores a que Katrina golpeara, habría escuchado al alcalde de Nueva Orleáns advertirle a los ciudadanos de la ciudad (y al mundo) que esta vez se trataba de una tormenta seria, por lo que ordenó la evacuación forzosa de la ciudad. Como todo el mundo sabe ahora muy bien, sólo 80 por ciento de los residentes tenía automóvil y dinero necesarios para evacuar. ¿Pensó el gobierno de Estados Unidos enviar urgentemente autobuses antes de que la tormenta golpeara y los diques se rompieran, de modo de evacuar al otro 20 por ciento? Por supuesto que no.

Diez días después de comenzada la crisis, el gobierno pareció organizarse más o menos, pero 10 días es mucho tiempo. Sin embargo, esta larga demora no fue accidental. Es el resultado directo de cómo opera el régimen de Bush: poco juicio y activa indiferencia a cualquier cosa que no esté en los primeros lugares de su lista de prioridades. Perdieron el barco en varios puntos durante los casi cinco años previos al Katrina. Después del 11 de septiembre de 2001, prometieron garantizar que el gobierno estaría preparado para cualquier emergencia. De hecho, esa era la finalidad de establecer el Departamento de Seguridad Patria. Obviamente no lo estuvieron. Demostraron estar tan poco preparados ante Katrina como lo estuvieron ante el 11 de septiembre. Apenas el año pasado, urgieron al Congreso para que redujera el monto de dinero que habría podido usar el Cuerpo de Ingenieros Militares para reparar los diques que se hallaban en mala condición. Así que el Cuerpo de Ingenieros tuvo que posponer el trabajo.

Luego está la cuestión de predecir una tormenta de tal magnitud. Hay dos explicaciones para la ferocidad, contrapuestas. Una es el calentamiento global, que se dice ha creado en el Golfo de México condiciones que favorecen la intensificación de los huracanes. Por supuesto, el gobierno de Bush alega siempre que el calentamiento global no existe, o que por lo menos se exagera mucho. La otra explicación es que la fuerza de los huracanes es un fenómeno cíclico, y que más o menos cada 30 años la fuerza promedio sube y luego desciende. Pero aunque únicamente se use esta última explicación (que encaja mejor con la posición del régimen de Bush), era fácil predecir que el periodo de 30 años de huracanes más débiles había llegado a su fin y que algo como Katrina tenía gran probabilidad de que ocurriera. Entonces, ¿por qué no estaba en alerta el gobierno? Incompetencia e indiferencia, porque evitar el daño de un huracán a Nueva Orleáns (y en realidad al resto de la costa del golfo) no era una prioridad en la lista de un gobierno que quiere hacer la guerra en Irak, persuadir al Congreso de que permita perforar más pozos petroleros en Alaska y revocar el impuesto a los bienes raíces para que el 2 por ciento más rico de Estados Unidos pueda aliviar su carga.

Otro factor importante es el estilo político de Bush y sus asociados. Hicieron designaciones políticas para todos los puestos altos en la administración. Esto no es nada fuera de lo común, pues todos los presidentes estadunidenses lo hacen. Pero lo diferente del estilo actual es que Bush y todos sus designados abrigan profundas sospechas hacia los experimentados burócratas de las agencias gubernamentales. Los ignoraron, los intimidaron, los invalidaron vez tras vez. Y entonces, estos hábiles burócratas tendieron a renunciar. Es este un verdadero éxodo, y no es menor en la Administración Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), la agencia encargada con lidiar con tales desastres. Y por supuesto esto es parte, una gran medida, de por qué la FEMA hizo un tan mal trabajo, al menos hasta que el mandatario republicano corrió de su puesto al jefe de la agencia, el incompetente Michael Brown, y se lo dio al vicealmirante de la Guardia Costera, quien durante toda su carrera ha manejado crisis semejantes.

La real pregunta es: ¿y ahora qué? No pregunto esto en función de las víctimas, que sufren de múltiples maneras y que probablemente sufrirán durante algún tiempo, pues están esparcidas por todo el país, sin dinero ni empleos ni casa. Pregunto, ¿qué sigue?, primero para el presidente Bush y en segundo lugar para Estados Unidos. Los índices de popularidad del presidente son ya extremadamente bajos (en comparación con los gobernantes anteriores) y es probable que bajen aún más. La guerra en Irak es día a día más impopular en Estados Unidos y mucho menos ganable en Irak. Bush no encuentra el camino para una retirada elegante. La economía no está en buenas condiciones, para nada; los precios de la gasolina tienen un repunte, y Katrina no hizo nada que mejorara las cosas, porque Nueva Orleáns es un puerto clave en la importación y exportación de bienes estadunidenses, y porque tanto los pozos petroleros como las instalaciones de gas natural del Golfo de México resultaron bastante dañados. Y dado que ahora se calcula que Estados Unidos necesita incrementar su deuda en 200 mil millones de dólares para emprender la reconstrucción necesaria, los chinos y otros compradores de bonos del Tesoro deben estarse poniendo más reticentes que nunca en cuanto a subsidiar al poco previsor régimen de Bush.

Pero es la imagen de Estados Unidos la que saldrá más afectada. Cuando El Salvador tiene que ofrecer tropas para ayudar a restaurar el orden en Nueva Orleáns porque las fuerzas de la primera potencia militar del mundo eran escasas o tardaban en llegar, Irán no debe estar temblando ante una posible invasión estadunidense. Cuando Suecia mantiene sus aviones de rescate esperando en la pista durante una semana porque no tiene respuesta del gobierno de Bush acerca de mandarlos o no mandarlos, no va a sentirse muy segura de la capacidad estadunidense para manejar asuntos geopolíticos más serios. Y cuando los comentaristas de la conservadora televisión estadunidense hablan de que Estados Unidos parecía un país del tercer mundo, las naciones del tercer mundo comienzan a pensar si hay alguna pizca de verdad en la descripción.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

 
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