Usted está aquí: viernes 7 de octubre de 2005 Cultura Wispelwey consiguió que belleza y poesía armonizaran el alma de mil 300 mortales

Magistral ejecución del músico de las Seis Suites para Violonchelo Solo de Bach

Wispelwey consiguió que belleza y poesía armonizaran el alma de mil 300 mortales

PABLO ESPINOSA

Ampliar la imagen El violonchelista holand�Pieter Wispelwey en la penumbra de la Sala de Conciertos Nezahualc�l, la noche del mi�oles FOTO Cuauhtemoc Valdiosera Foto: Cuauhtemoc Valdiosera

Una multitud en éxtasis presenció la noche del miércoles, en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, una serie de prodigios: la pérdida de la noción del tiempo, la acumulación, descarga y concentración en esas almas de una cantidad megatónica de energía vital y la puesta en carne de madera del sentido más elevado de la belleza en la ejecución, magistral, de las Seis Suites para Violonchelo Solo de Bach, que materializó una leyenda viviente: el violonchelista holandés Pieter Wispelwey.

Durante cinco horas en la penumbra iluminada por el resplandor de su violonchelo Guadanini de 250 años de edad, Wispelwey no sólo cumplió la hazaña artística de ejecutar de manera consecutiva y con calidad extrema esa obra catedralicia, también convirtió su concentración aguda en un oleaje calmo de energía que circuló entre su instrumento y las mil 300 almas que abarrotaron el butaquerío.

Música que mueve cortinas, Sabines dixit

Hacía tiempo que no ocurría un acontecimiento musical de tales magnitudes. Quienes asistimos de manera habitual a los conciertos vimos con alegría cómo llegaron masas enfebrecidas de anhelo desde una hora antes del concierto, cuando se abrieron las puertas de la sala Nezahualcóyotl, y durante 60 minutos esperaron el momento de alegría que se generó, karma espléndido, ante la expectativa de presenciar en vivo ese fenómeno maravilloso de la creación humana que Jaime Sabines puso en palabras con este verso: la música de Bach mueve cortinas.

Era tan bello el todo que de pronto la sala semejaba un templo budista donde todos los presentes conjuntaron su concentración y su energía en un estado contemplativo, una pureza de espíritu tan llena de gracia como todas y cada una de las notas que sonaron, límpidas y luminosas, desde el violonchelo Guadanini. Iluminación.

Jóvenes, sobre todo muchos jóvenes con el rostro iluminado, algunas jovencitas cargando su violonchelo. Todos los circunstantes con una flamita invisible sobre sus cabezas que se convirtió en hoguera. En el momento de la sarabanda de la Quinta Suite, por ejemplo, por encima del silencio entre una nota y la siguiente se escuchó, como un murmullo quedo de sirena entre las butacas, un suspiro de mujer idéntico al canto del orgasmo más intenso y calmo.

Fue una noche de belleza y armonía de espíritus. Se escuchaba la respiración de los arcángeles, el rozar erizado de las cuerdas con las crines del arco, esgrimido cual florete de paz, se escuchaba la perfección acústica de la mejor sala de conciertos de América Latina. Se escuchaba el alma de Bach, el alma del violonchelo Guadanini, el alma de Pieter Wispelwey. El alma unificada de mil 300 mortales que fueron inmortales durante cinco horas.

Esos 300 minutos fueron gobernados por su majestad La Belleza sentada en todas las butacas junto a su hermana gemela, La Poesía.

En medio flotaba un verso de Sabines: la música de Bach mueve cortinas.

Gloria in excelsis.

 
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