Usted está aquí: viernes 30 de septiembre de 2005 Opinión Rápido viaje a Oriente/ IV

Jaime Avilés

Rápido viaje a Oriente/ IV

Quítese toda la ropa quien acaso esto lea, toda la ropa, la externa y la íntima, y abra la puerta de cristal. Dé un paso al frente, subiendo el pequeño escalón, y enciérrese para quedar a solas con su más recóndita intimidad. Está dentro de una caja de acero inoxidable, del tamaño de una antigua cabina telefónica. De la pared, ahora que usted ha oprimido el botón correcto, brotan chorros de agua caliente que masajean su cuerpo en dos hileras paralelas desde los tobillos hasta los hombros, mientras desde lo alto cae lo que Onetti llamaba ''la lluvia de la ducha". Cuando desee cambiar de temperatura, otro botón le proporcionará la furia de una tormenta helada. Pero lo más delicioso de este baño son las bocinas y el dispositivo que almacena la música de 300 CD, aislado por una cubierta de plástico para que nadie se electrocute.

Si décadas atrás, cuando éramos niños, nos prometieron que en el siglo XXI viajaríamos cómodamente a la Luna bebiendo champaña, esta regadera es lo más siglo XXI que he visto, pienso, o quizá pienso y digo a los dueños del artefacto, una pareja de jóvenes piacentinos, él consultor financiero, ella estudiante de artes plásticas, menores de 30 años los dos, que han invitado a sus amigos de Roma a conocer la casita a donde muy pronto van a mudarse.

Vista desde afuera, con su fachada color mamey, su tejado rojo, sus ventanas de madera verde, la construcción del 1800 no insinúa para nada las riquezas que contiene. Estamos en la región Emilia, en el norte de Italia, y la tierra produce millones de toneladas de tomate que le darán sabor y colorido a los espaguetis del resto del país. A pesar de los viejos racistas que se pasan los días murmurando en las terrazas de los cafés, odiando a los emigrantes africanos que barren las calles, Piacenza es una ciudad progre, abierta al mundo, solidaria y culta. Una muchacha, jefa de uno de los grupos de voluntarios que trabajan para el festival, me contó que ha viajado con su mamá desde niña y conoce ya todo el mundo, pero sobre el sudeste asiático y particularmente Vietnam a donde ha estado tres veces.

La simpatía de los vietnamitas, que por suerte hablan francés, ya que es más difícil comunicarse con la gente de Camboya que no conoce otra lengua que la propia; los diversos guisos de serpiente en Hong Kong, el secuestro de Florence Aubenas en Irak, los preparativos militares de Estados Unidos para lanzar un ataque de bombas nucleares contra Irán: en esta Europa, que vista desde América está en Oriente, no se habla sino de los problemas orientales, pese a que el festival fue diseñado para denunciar la tragedia epidemiológica de Africa y los problemas y los sueños políticos de América Latina, cosa que en el programa ya se cumplió.

Después de la reflexión del teólogo brasileño Frei Betto sobre el gobierno de Lula, después de la premiación al poeta argentino y mexicano Juan Gelman, y de la reiterada condena a la guerra sucia en el Cono Sur; después de las disertaciones de Oscar Olivera sobre los comicios del 4 de diciembre en Bolivia, y después de analizar la dicotomía ética y política entre el EZLN y el PRD, la pasarela de los latinoamericanos había tocado a su fin; era el penúltimo día de la fiesta y ahora en la plaza pública estaban tres gigantes del periodismo italiano -Giulietto Chiesa, Maurizio Chierici y por supuesto Gianni Miná-, que si algo tenían en común aquella tarde era el hecho de estar condenados al ostracismo por la televisión y las publicaciones de Berlusconi, quizá porque a lo largo de sus respectivas carreras profesionales siempre fueron valientes, brillantes, críticos e insumisos.

Auroleados por su fama y su prestigio, ovacionados rabiosamente por el público local, hablaban claro está acerca de la miseria que padece hoy día la prensa italiana, de la complicidad que mantiene con la estrategia desinformativa del gobierno estadunidense, pero de pronto Giulietto Chiesa desvió su ponencia al escenario internacional y pronosticó el choque inevitable entre Estados Unidos y China, que tarde o temprano se dará, porque el planeta, dijo, no cuenta con recursos naturales suficientes para que coexistan dos economías del tamaño de la estadunidense. Traducida literalmente del italiano, su idea sonaba mejor así: ''En este mundo no caben dos Américas". Una tendrá que ceder bajo el peso de la otra.

Calcetines y botones

Sólo unos días más tarde, en Paris, que estaba allí nomás, a una noche de tren desde Piacenza, caería en mis manos un ejemplar del periódico Libération del pasado 16 de junio, día de Joyce Nuestro Señor. El hecho en sí mismo no tendría por qué venir a cuento si no fuera porque ese ejemplar (como el resto de la edición, supongo) desplegaba en sus páginas finales un mapa estremecedor, que me hizo pensar en los sombríos vaticinios de Giulietto.

De acuerdo con una investigación de Pierre Haski, corresponsal de aquel diario francés en Pekín (y no Beijing), China fabrica... un millón 200 mil encendedores al día (430 mil millones al año), lo que representa 90 por ciento de la producción mundial; 219 toneladas de almohadas al día (80 mil toneladas al año), 80 por ciento de la producción mundial; 80 millones de botones al día (2 mil 800 millones al año), 80 por ciento de la producción mundial; 5 millones 700 mil plumas atómicas al día (2 mil millones 100 mil al año), 80 por ciento de la producción mundial; 2 millones 700 mil mouses de computadora al día (972 millones al año), 65 por ciento de la producción mundial; un millón 600 mil pares de zapatos al día (600 millones al año), 50 por ciento de la producción mundial; tres toneladas de suéters de cahsmere al día (mil 100 toneladas al año), 40 por ciento de la producción mundial; 25 millones de pares de calcetines al día (9 mil millones al año), 33 por ciento de la producción mundial; 685 mil corbatas al día (250 millones al año), 30 por ciento de la producción mundial; 27 mil 400 computadoras portátiles al día (10 millones al año), 25 por ciento de la producción mundial; 822 mil paraguas al día (300 millones al año), 22 por ciento de la producción mundial; 8 millones 700 mil cepillos de dientes al día (3 mil millones 200 mil al año), 22 por ciento de la producción mundial.

Sin especificar el volumen por día ni mucho menos por año, el estudio agrega que Hong Kong fabrica 75 por ciento de los juguetes del mundo y por ello vende anualmente 5 mil millones de euros, algo más de 6 mil millones de dólares o, también, por qué no, algo más de 66 mil millones de pesos mexicanos.

Vote a nadie

Abrumados por dos razones -la futura guerra entre las superpotencias y las primeras noticias que estaban llegando desde la catástrofe de Nueva Orleáns-, la cena de aquella noche tuvo un propósito muy sabio: no hablar acerca de nada de eso. Ya se había ido Frei Betto, ya se había ido Oscar Olivera, ya había pasado fugazmente Ignacio Ramonet (que en un aparte me preguntó si las críticas del subcomandante Marcos a López Obrador eran una forma subrepticia de ayudarlo a ganar la Presidencia) y a la mesa estaba el grupo que había ido a ver la regadera sinfónica en aquella casa, así como la profesora de literatura Alessandra Riccio, experta en las letras contemporáneas de México, al igual que la traductora Valeria Sismondi, su hija Silvia y dentro de ésta su nieta Perséfone, y naturalmente el maestro Gelman (''maestro lo será usted"), su esposa Mara y algunas personas más.

Como en el interior de la trattoría (y de todo espacio cerrado de Italia) estaba prohibido fumar, los adeptos a ése el más delicioso de los vicios turnábanse para levantarse y colocarse en el vano de la puerta que da a un callejón, pero la plática discurría, como todas las noches, acerca del mismo tema. Para celebrar los primeros 100 años del nacimiento de Jean-Paul Sartre, las autoridades culturales de París habían hecho un maravilloso cartel, con una famosa fotografía del viejo filósofo de ojos chuecos en la que éste sostenía su pipa; sin embargo, a tono con el prohibicionismo de nuestra época, la computadora le había borrado la pipa.

-Lo paradójico -dijo Mara- es que en Francia todavía se puede fumar en los restaurantes.

-Y -dijo pescándola al vuelo el maestro Gelman, con su irónico acento porteño-, en Francia todavía se puede fumar en los restaurantes pero ya está prohibido fumar en los carteles...

Como si el apetito de la risa hubiera despertado con ese chiste las ganas de seguir disfrutando de la risa, algo desató un gozoso recordatorio de mensajes vistos por los comensales en los muros de América Latina, tales como ''Se pintan casas a domicilio", ''¡Libertad al coito anal y demás presos políticos!", ''Todos prometen y nadie cumple: vote a nadie", ''Este país sí tiene una salida: el aeropuerto", o ésa que Gelman encontró una vez afuera del cementerio de Recoleta en Buenos Aires, frente a una manzana donde tradicionalmente hay bares de putas: ''Aquí todo es silencio y sobriedad; allá sólo hay desenfreno y lujuria: ¿qué carajo espero para cruzarme la calle?"

Era la última noche, a la mañana siguiente nos iríamos todos. Pero aún quedaba por vivirse la mitad de algo digno de ser contado.

 
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