Usted está aquí: domingo 25 de septiembre de 2005 Opinión Raúl Prieto, Nikito Nipongo, en el segundo aniversario de su muerte

Elena Poniatowska/ II

Raúl Prieto, Nikito Nipongo, en el segundo aniversario de su muerte

La obra de Nikito Nipongo abarca cuento, novela, crónica, ensayo y reportaje, en los que se burló de la ampulosidad, la demagogia y la venalidad y criticó con inteligencia y valentía a los funcionarios públicos. Su columna podría ser un antecedente de Por mi madre, bohemios, de Carlos Monsiváis y Alejandro Brito en La Jornada, aunque ellos fueran más benignos. Escogía lo mal dicho dentro de los discursos (que era casi todo) y -totalmente despiadado- señalaba pifias, contradicciones, falsedades o simples burradas. Diputado o senador que hablaba mal, diputado o senador que Nikito guillotinaba entre sonoras carcajadas. Todos le temían porque no dejaba títere con cabeza. Los abusos de poder, las chicanas, las transas lo sacaban de quicio y las denunciaba un día sí y otro también. Sus dieciocho libros abarcan cuentos y novelas como Hueso y carne publicado en 1956 y La Virgen murió en Chichicateopan (1988) hasta ensayos como Pemex muere (1981), sobre la situación del petróleo en México, sus deudas, empréstitos y corrupción. Pero su caballito de batalla fue la academia de la lengua a la que llamó Madre Academia y a la que puso como lazo de cochino. En ella analiza satíricamente varias ediciones de las más de 500 páginas del Diccionario de la lengua española, recopilando errores, barbarismos y omisiones para señalar el carácter tendencioso, elitista, "clerical" y arcaico de sus definiciones. Museo nacional de horrores, ilustrado por Alejo Vázquez Lira, publicado en 1986, se compone de crónicas de los dos terremotos de la ciudad de México en 1985. Nikito analiza las consecuencias de la tragedia y descubre a los responsables. En su libro Si ya estás muerto, qué te importa, lanzado en 2003, poco antes de su muerte, Nikito se burla de las funerarias, de los cadáveres, de los familiares que chillan a moco tendido, de la farsa que es exaltar a quienes no tienen méritos, de los intelectuales cercanos al poder, de los periodistas ineptos y de muchas cosas más. Su crítica siempre resultó descarnada.

Al igual que Julio Scherer García, Raúl Prieto se resistía a los homenajes y lo que más le atemorizaba era que algún político o funcionario le pusiera su nombre a alguna calle. Le pregunté qué pasaría si él mismo quisiera ser académico de la lengua y le entró un ataque de hilaridad que por poco lo lleva a la apoplejía.

El periodista Antonio Cantú, de la revista Ahí, hizo una analogía de Nikito con Heine, ambos dueños de un humor negro. Como la salud de Prieto decaía lentamente, Cantú comentó lo que dijo Nikito: "La ventaja es que aquí me queda muy cerca el panteón Francés. Me puedo ir caminando, y ahí me echaré de cabeza en cualquier agujero".

 
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