Polanski y Puiu: dramas de perspectivas y tonos diferentes
Ampliar la imagen El actor y director Tommy Lee Jones en el Festival de Toronto durante el estreno de su pel�la Las tres muertes de Melquiades Estrada, escrita por el mexicano Guillermo Arriaga FOTO Ap Foto: Ap
Toronto, 11 de septiembre. A cuatro años de que el festival de Toronto se paralizó por única v vez debido al ataque a las Torres Gemelas, nada grave ni mucho menos ha impedido que esta edición se lleve a cabo con su acostumbrada eficiencia.
Lo complicado es elegir una de las tantas proyecciones que se realizan a la misma hora. Hoy, por ejemplo, era necesario escoger entre las nuevas películas de Terry Gilliam -Tideland, no Los hermanos Grimm que es anterior-, el bosnio Danis Tanovic, L'enfer, o la versión de Roman Polanski a la novela de Charles Dickens, Oliver Twist.
Por lealtad al cineasta polaco uno ha optado por la tercera, una coproducción entre Francia, el Reino Unido y la República Checa, que recrea fielmente el universo pre-Victoriano, descrito por Dickens: una Londres de calles estrechas y lodosas, donde los borrachos y los marginados conviven malamente con las clases privilegiadas. Aunque la visión de Polanski es más realista que las anteriores, debidas a los británicos David Lean y Carol Reed, en esencia se trata de la misma historia del niño huérfano adoptado por una banda de ladronzuelos comandada por Fagin, hasta que es redimido por un caballero bondadoso. (El único actor conocido, Ben Kingsley, hace una interpretación curiosa de Fagin que, en comparación con las anteriores de Alec Guinness y Ron Moody, es casi naturalista).
En cada escena se advierte la experta mano del realizador. Sin embargo, debe tratarse de una de sus películas menos crueles, donde es mínimo el elemento persecutorio que ha definido su filmografía. Si bien el protagonista sufre del maltrato común a cualquier niño abandonado de esa época, Polanski enfatiza los momentos de bondad y gratitud. Quizá Oliver Twist sea su primera realización recomendable para toda la familia.
El Polanski de antaño hubiera apreciado el tono lúgubre de Mortea domnului Lazarescu (La muerte del señor Lazarescu), segundo largometraje del realizador rumano Cristi Puiu, quien describe el malestar del personaje titular, un hombre solitario que sufre el largo y agónico proceso de ser admitido en un hospital, porque un accidente simultáneo ha saturado el servicio disponible. Sin ninguna elaboración formal, Puiu se concreta a mostrar con el estilo del cine directo las frustrantes vicisitudes de Lazarescu y la médica que lo acompaña en la ambulancia. Aligerada por graciosos apuntes de humor negro, la película resultará absolutamente convincente para cualquiera que haya padecido la indiferencia de los doctores en una sala de urgencias.
En mi primer artículo cometí el error de incluir Sangre, de Amat Escalante, entre el material mexicano seleccionado por Toronto. En realidad, sólo son dos títulos: Batalla en el cielo, ya exhibida a prensa y público, y el documental Toro negro. (Es en San Sebastián donde se ha programado Sangre).
Por otro lado, el festival no ha perdido la tradición de atosigar a los asistentes con la proyección de diferentes cortos previos a la película que, al cabo de las incontables repeticiones, llegan a tatuarse de manera indeleble en el cerebelo. Este año hay una sangrona advertencia sobre el uso de celulares y cámaras de video (hecha por un estudiante no muy aplicado), otro de agradecimiento a los trabajadores voluntarios y finalmente el de identificación del festival y sus patrocinadores: una sucesión de manos de diferentes formas, colores y tamaños que emula la cursilería bienpensante de un comercial de Benetton.