Usted está aquí: lunes 12 de septiembre de 2005 Opinión Cuatro ases y una manga

Hermann Bellinghausen

Cuatro ases y una manga

Me froté los ojos. Sí, la foto era esa. Hasta el pasado miércoles creía ir entendiendo, pero al contemplar la imagen en el periódico me di cuenta de que no entiendo nada todavía, y no por falta de información, sino por lentitud cerebral. Y luego, tan exorbitantes son los hechos reales que retan la imaginación más osada.

O sea, esos cuatro próceres (¿o qué nombre darles?) me representan, o representarán (o representan lo que me representará) cuando exista una amplia coalición político-electoral de izquierda que podría ganar la grande.

Me explico. Considero ser de izquierda. Así de vago como suena. Así de preciso. Con todo y manías. Y ya ven que la gente de izquierda recordamos cosas medio raras, sobre todo las que provienen del poder político y el trato que éste dispensa a los movimientos populares.

No me fue difícil reconocer a los cuatro personajes de la foto de María Melendrez (La Jornada, septiembre 7, página 3), quien con buen ojo los captó de abajo para arriba. Ellos despiden un aire de baño-de-conciencia que, ¡cámara!, tiene su gracia, tratándose de hombres tan impermeables como Francisco Hernández Juárez y Dante Delgado Rannauro. Sus acompañantes, Leonel Cota Montaño y el petista Oscar González, no sé si canten también las rancheras (al menos tan bien como los dos primeros), pero definitivamente nunca los hubiera imaginado en el cuadrivio de la izquierda amplia.

¿Qué tan amplia? Conste que soy de los que piensan que la izquierda debe ser incluyente, diversa, abierta. Hasta me paso. Pero tampoco soy tonto. Creo. Y la foto es inquietante.

No me desvela demasiado que Cota, el dirigente del partido mayor de la izquierda mexicana, fuera un priísta trasvasado en perredista con el fin de colarse en las boletas electorales de Baja California Sur, y por esa vía hoy tan socorrida (y conocemos casos peores), haya gobernado sin sobresaltos los centros turísticos de Los Cabos y el mar de California, así como el desierto y la ciudad de La Paz. Pues eso, y poco más, fue su administración de lo que los turistas gringos consideran "su" Baja, con tanta razón.

En cuanto a González, hermano menor del maoísmo light, ex alcalde de Durango y promotor del PT mexiquense, lo menos que cabe decir es que su izquierdismo no es sanforizado.

Aunque Cota Montaño presida el Partido de la Revolución Democrática, llamarlo "de izquierda" exige un tour de force. Hernández Juárez al menos, en sus mocedades, tumbó a Salustio Salgado, el charro telefonista (Charrustio) que llevaba lustros en la cima sindical oficialista. Corrían los años del sindicalismo "insurgente" y "democrático"; el joven líder y su movimiento trajeron viento fresco a la organización de los trabajadores del monopolio telefónico, entonces empresa paraestatal y no propiedad del oráculo de Cuicuilco.

Pasó el tiempo, y lo que fuera el PRI "revolucionario y nacionalista" se redujo a "salinista". Hernández Juárez, priísta en la madurez, candidato fallido y cacique eterno, repitió la permanencia de su predecesor. Otro de los "quítate tú pa' ponerme yo" tan bien desarrollados por el priísmo. No digo más, pero explicar cómo hizo para convertirse en pilar de la izquierda amplia en el nuevo milenio, lo dejo a los astrólogos.

Y el as de ases: Dante Delgado, priísta del mero folclor hoy tan añorado, y por ende gobernador de una caja chica que se llamaba Veracruz en una época de buenos negocios legales y otros no tanto. Por entonces comenzó el empobrecimiento del rico estado. Posteriormente, el presidente Ernesto Zedillo lo premió nombrándolo "su" delegado para pacificar y desarrollar Chiapas. Y el funcionario especial consiguió muchos millones de pesos para tal empeño. Era bueno para eso.

Dispensen lo coloquial del tono, pero si mal no recuerdo la labor del ex gobernador veracruzano en el Chiapas de 1995 consistió en desfondar espectacularmente al gobierno en rebeldía de don Amado Avendaño Figueroa, a fuerza de repartir carretadas de "recursos" a cuanta organización o líder independiente y democrático se formó en la cola que les puso. Don Amado se quedó casi solo.

Hubo para todos. Oficinas, viajes, computadoras, camionetas. Y así, la Asamblea Democrática Estatal de Pueblo Chiapaneco, que pudo ser una experiencia, o tan siquiera un experimento inédito de gobierno popular y pacífico, naufra- gó en la división y el cinismo con rapidez tragicómica.

Con su invencible humor, don Amado recordaba la hazaña de aquellos "aliados" de su gobierno amplio y colectivo, al cual no vencieron la militarización, los atentados criminales, el golpeteo mediático ni el fraude electoral, "pero sí la chequera de Dante".

Ya ven que el poder es ingrato. El malabarista Delgado atravesó luego un purgatorio in carcere por cuentas pendientes en sus manejos financieros. Después salió, con la frente en alto fundó un partido que alcanzó la generosa bolsa electoral de nuestra democracia moderna y alguna curul.

Ante cartas tan cargadas no queda sino concluir que la anunciada coalición político-electoral será tan, tan amplia, que quizá ya no queden en ella lugares para la izquierda, y los cuatro mosqueteros habrán superado sus marcas históricas. Si acaso importa.

 
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