Prostitución, drogas e inseguridad, visitantes cotidianos
En el abandono, Plaza del Mariachi tapatía
Ampliar la imagen Festival Internacional del Mariachi, que concluy�te domingo FOTO Arturo Campos Cedillo Foto: Arturo Campos Cedillo
Guadalajara, Jal., 11 de septiembre. En la Plaza del Mariachi, lugar típico de esta capital desde hace un siglo, el Encuentro Internacional del Mariachi concluyó este domingo con un concierto de gala en el Teatro Degollado, al que asistió el presidente Vicente Fox. "Es como el festival de cine de Cannes", ríe Jesús, mariachero de pobladas patillas, que comía tacos en la calle Obregón y se las daba de cinéfilo.
En la plaza el escenario no es de gala, sino de marginación; allí no se reparten canapés o tequila, sino grapas de cocaína o cerveza en vaso desechable; sobre los mariacheros no están los reflectores, ni premios o reconocimientos de autoridades y empresarios, sino la oscuridad de una zona olvidada y las corretizas cotidianas para ganar clientes... o el sigilo para convivir entre maleantes y policías.
"¿Mariachi, jefe, mariachi, jefe?", gritan hombres ataviados con trajes negros, cafés, orlados de óxido en ribetes y botonaduras que quieren simular plata, de cintos piteados viejísimos y botas enlodadas, de anchos sombreros de charro como ala frenética para impulsar su carrera detrás de los automóviles que circulan por la calzada Independencia.
Por lo general el esfuerzo tiene poco éxito. El oficio de mariachi "apenas da para mal comer; hay semanas que apenas sale una serenata y luego hay que repartirse entre todos", agrega Jesús, después de la comilona.
Al atardecer la lluvia se vuelve enemiga. Algunos carros se detienen, sus conductores indagan precios, algunos se mal estacionan y varios jóvenes se acercan, platican con ellos e intercambian paquetes que no se distinguen de lejos.
"Les venden coca. Aquí vienen muchos a surtirse; la policía nomás estuvo pendiente unos meses el año pasado, pero esto volvió a la normalidad. En la madrugada, cuando no hay licorerías abiertas, aquí todos vienen a surtirse de cerveza", comenta el mariachero en voz baja.
Un ebrio orina en un poste, los perros olfatean la basura y a lo lejos se oye un mariachi, aunque la música no es viva: sale de una rocola de cantina.
Algunos turistas nacionales despistados pasean por la Plaza del Mariachi. "Nunca pensé que estuviera tan descuidada; creímos que aquí podíamos pasar un buen rato, pero todo está sucio y huele mal", dicen. Y se van con la mala impresión en la nariz.
A 300 metros, el Teatro Degollado rebosa de luces multicolores, reflejadas en botones e hiladuras de plata, sombreros de ala ancha y botas de ante de mariachis, como el Vargas de Tecalitlán, el América y Los Camperos, quienes acompañan, junto con la Orquesta Filarmónica del estado, la voz potente del tenor Fernando de la Mora.
Entre el público hay empresarios, políticos, comerciantes, turistas y el Presidente. Huele a gamuza, a piel nueva, a maderas lustrosas, a tianguis de perfumes finos.
Plaza en el olvido
En un encendido discurso que pronunció el año pasado, el alcalde tapatío, Emilio González Márquez, dijo que no dejaría morir el lugar más tradicional de la ciudad, la Plaza de los Mariachis. Anunció entonces una inversión de 8 millones de pesos y dispuso un operativo especial de vigilancia para sanearlo.
A 15 meses de esa declaración, la plaza es un buque en naufragio, con nula inversión, buena parte de los espacios rentados a panistas como Gustavo Ruiz Velasco -funcionario del ayuntamiento de Tlajomulco de Zúñiga- y con la calle en manos de sus antiguos y verdaderos dueños: humanos y animales.
De poco valió el recordatorio de comerciantes de la zona al ayuntamiento sobre su compromiso. Ni siquiera los baños públicos, única obra del compromiso original, han sido abiertos, pues ponerlos en operación requiere licitación y la burocracia no la ha anunciado.
El pretexto del alcalde ha sido la falta de recursos del ayuntamiento y la nula disposición de los comerciantes a colaborar. El año pasado advirtió a los dueños y concesionarios de establecimientos de la plaza que si no invertían un monto similar al comprometido por la comuna, el dinero anunciado quedaría, como sucedió finalmente, en simples promesas.