Usted está aquí: lunes 12 de septiembre de 2005 Opinión Derrota interna del foxismo

Editorial

Derrota interna del foxismo

Ayer, en la primera fase de la elección interna del Partido Acción Nacional (PAN) para definir a su candidato presidencial para los comicios del año entrante, la militancia de ese partido en 10 estados de la República rechazó a los dos candidatos oficialistas, a quienes la Presidencia apostó todas sus cartas: Santiago Creel Miranda y Alberto Cárdenas Jiménez. De esta forma, Felipe Calderón Hinojosa, considerado doctrinario, se adelanta a sus rivales, quienes representan la inconsecuencia del gobierno actual (Creel) y la ultraderecha yunquista (Cárdenas Jiménez). No está de más recordar que mientras la Presidencia de la República consintió y alentó hasta el final el abierto proselitismo que realizaban Creel y Cárdenas Jiménez, Calderón Hinojosa fue casi echado con cajas destempladas de la Secretaría de Energía cuando admitió sus aspiraciones presidenciales.

Si bien la elección de ayer es sólo una de tres, cuyo resultado global definirá al aspirante panista a la Presidencia, es pertinente adelantar algunos elementos de reflexión al respecto.

Por un lado, es claro que Los Pinos y la actual dirigencia partidaria, a cargo de Manuel Espino, favorecieron en forma simultánea a Creel y a Cárdenas Jiménez, lo que dividió el voto de los foxistas dentro del PAN.

Este dato no sólo pone de manifiesto la apabullante inexperiencia política del grupo en el gobierno, sino evidencia la forma en que éste se ha desgastado, entre la propia militancia blanquiazul, en el ejercicio del poder. Es significativo a este respecto que, con excepción de Tlaxcala, el ex secretario de Gobernación haya sido derrotado con mayor contundencia en las entidades gobernadas por Acción Nacional o en las que ese partido ejerció el poder en tiempos recientes: Nuevo León (54 por ciento para Calderón, 39 para Creel), San Luis Potosí (44-29), Guanajuato (45-23) y Querétaro (48-27), de acuerdo con cifras preliminares del comicio. En contraste, los resultados resultan más equilibrados en estados en los que el PAN es oposición, como Tamaulipas, Durango y Zacatecas.

Por lo que hace al ámbito federal, si hace cinco años se habló de un efecto Fox que impulsó al panismo en la disputa por cargos estatales, municipales y legislativos, hoy ese mismo efecto parece haberse vuelto un lastre para aquellos que se identifican con la administración en curso.

Desde luego, en el ánimo de los panistas también debe haber pesado el desempeño de Creel en la Secretaría de Gobernación, que puede caracterizarse por la falta de oficio político, la incapacidad o falta de voluntad para construir consensos, la ineptitud negociadora, la frivolidad, las actitudes arrogantes ante el Legislativo, los usos facciosos del cargo y las escandalosas transacciones bajo la mesa realizadas en Bucareli por el ahora precandidato menguante: la sospechosa concesión a Televisa de numerosos permisos para operar negocios de apuestas, la forma clientelar, partidista y electorera en que fueron manejados los recursos del Fondo Nacional para Desastres Naturales y, posteriormente, el ofensivo derroche de recursos en la precampaña del propio Creel.

A reserva de lo que ocurra en los 22 estados en los que los panistas deberán manifestarse próximamente, lo ocurrido ayer representa una seria derrota del foxismo en su propio partido e indicio de que hasta la militancia blanquiazul desea un cambio de rumbo.

Ayer se cumplió el cuarto aniversario de los cruentos ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington. Ese acontecimiento marcó en forma indeleble el siglo que comienza, provocó miles de víctimas inocentes, causó un trauma perdurable en la percepción que los estadunidenses tienen de su propio país y abonó el terreno para que la ultraderecha empresarial y religiosa de esa nación, que hasta entonces ocupaba la Casa Blanca sin proyectos nacional y global específicos, encontrara en la "guerra contra el terrorismo internacional" un discurso, una razón de ser y una enorme oportunidad para hacer negocios.

La clase política de Washington puso en manos de la presidencia poderes enormes que George W. Bush utilizó de inmediato, en el ámbito interno, para coartar libertades, intimidar disidencias y pasar por encima de derechos humanos. Hacia el exterior, la Casa Blanca utilizó la tragedia de su país para chantajear y presionar a sus aliados principales, a fin de alinearlos en un frente de guerra que se estrenó con el bombardeo y la ocupación de Afganistán ­nación de por sí miserable y ya devastada por conflictos anteriores­ y que culminó con la invasión a Irak, cuyo gobierno, dictatorial y sanguinario, podía ser acusado de muchas cosas, pero no de alentar el terrorismo contra Estados Unidos.

Sin embargo, con el pretexto de un "ataque preventivo" y la fabricación de mentiras evidentes ­como la supuesta posesión de armas químicas, biológicas y hasta nucleares por el régimen de Bagdad­, la mafia empresarial de Washington violentó las normas más elementales de convivencia internacional, marginó a la Organización de Naciones Unidas y, auxiliada por aliados menores ­Gran Bretaña, España, Italia, y otros aún menos significativos en lo político y en lo militar­, se lanzó a una aventura bélica que ha dejado en Irak decenas o centenares de miles de muertos, destrucción material difícilmente imaginable y profundo sentimiento antiestadunidense en las sociedades árabes e islámicas en general.

En la potencia del norte los saldos de la guerra han resultado positivos sólo para las firmas petroleras y los contratistas paramilitares que han realizado, a costa del sufrimiento humano injustificable, pingües negocios; en cambio, para el resto de la sociedad el conflicto en Irak ha significado miles de hogares enlutados, carestía de combustibles, más inseguridad, menos libertades y devastación de programas sociales. En términos políticos la guerra está siendo desastrosa hasta para el propio Bush, quien ha padecido la disminución lenta, pero sostenida, de su respaldo social y de sus alianzas, así como una progresiva fractura del deplorable consenso que generó, hace cuatro años, la "guerra contra el terrorismo internacional".

La tragedia que dejó el huracán Katrina a su paso por Nueva Orleáns y la reacciones torpes, criminales y mezquinas del gobierno federal ante la emergencia ­botón de muestra: el envío de efectivos con permiso para disparar contra quienes, en medio del desastre, buscaban agua, comida y medicamentos­ han colocado al gobierno de Bush en una situación defensiva y hasta precaria, atrapada entre dos catástrofes que se le salieron de las manos: la de Irak y la de la costa norte del Golfo de México.

Así, entre septiembre de 2001 y septiembre de 2005 el gobierno estadunidense ha pasado del ejercicio del poder global sin límites a la impotencia balbuceante en el ámbito nacional. Ha quedado claro, en ambos terrenos, que George W. Bush no fue, ni es, el dirigente que Estados Unidos requiere en la hora actual; que la seguridad de los estadunidenses no ha tenido ninguna relevancia en sus decisiones y que éstas se han caracterizado, en cambio, por el afán de hacer más ricos a los ricos y más poderosos a los poderosos; por la ausencia de escrúpulos y, para colmo, por una exasperante y costosa ineficiencia.

 
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