Relaciones de Panamá y Cuba
Con cierta alegría me enteré que el 20 de agosto Panamá y Cuba reanudaron relaciones diplomáticas, suspendidas con motivo del felón indulto formulado por Mireya Moscoso, prácticamente al concluir su mandato como presidenta de Panamá, en favor de Luis Posada Carriles y cómplices, procesados y encarcelados por fraguar el asesinato de Fidel Castro durante la X Cumbre Hispanoamericana en el país ístmico. Lo que más me agravió a mí y a millones de latinoamericanos es que la señora Moscoso justificara el indulto alegando, en pro de un terrorista y multiasesino confeso, razones piadosas por su avanzada edad.
Desde que ocurrió la ruptura estuve dudoso de lo que en el futuro podía acontecer al respecto. Era obvio que el nuevo presidente de Panamá, Martín Torrijos, hijo del general Omar Torrijos, iba a ser presionado por el imperialismo para mantener las cosas en el punto en que lo había dejado Mireya Moscoso.
Sobre Martín Torrijos estuve meditando en su proyecto incompleto de nación, y en un quizás ambiguo sentimiento agarrado entre dos tendencias opuestas: entre las concepciones emanadas del pensamiento dominante de la Universidad de Chicago, donde estudió, y simultáneamente por la admiración hacia los logros patrióticos de su padre.
Afortunadamente los hechos muestran que se decidió por una política de relaciones con todos los países del mundo, y que se atrevió a reanudar relaciones con Cuba, haciendo a un lado lo actuado por Mireya Moscoso.
El acto de reanudación de relaciones en La Habana enaltece a Fidel Castro porque tuvo lugar en una ceremonia en que se graduó la primera generación de médicos, mil 600 jóvenes de 28 países, en la Escuela Latinoamericana de Medicina, el aporte más noble de la revolución cubana por la salud a los sectores más olvidados de nuestro subcontinente.
Con la ceremonia, encabezada por los presidentes de Cuba, Fidel Castro; de Venezuela, Hugo Chávez, y de Panamá, Martín Torrijos, concluyó la primera etapa de un proyecto cubano que tiene el propósito de formar a 100 mil médicos latinoamericanos en los próximos 10 años.
Mi enojo cuando el indulto de Mireya Moscoso a Posada Carriles y cómplices no obedecía sólo a la adopción de una medida que caía en la impunidad y en dejarle las manos libres a un grupo de terroristas de gran calibre para que siguieran haciendo de las suyas, sino que también tenía considerada una reacción que conduciría a una ruptura de relaciones, dentro de la concepción de ir aislando a Cuba gradualmente de sus hermanos de los países latinoamericanos. No estaba divorciado lo acontecido de la idea que presidió a la configuración de la Asociación de Libre Comercio de las Américas, de unir a Estados Unidos en relaciones comerciales asimétricas con las naciones latinoamericanas, excluyendo a la Cuba revolucionaria de la integración.
Me resulta difícil saber con certeza, en este momento, la forma en que el gobierno de Estados Unidos manejará el caso de Posada Carriles, actualmente un preso en Norteamérica al que se desea proteger sin caer en el escándalo total, y si buscará tomar una decisión combinada con un nuevo proceso menos agresivo en contra de los cinco patriotas cubanos, que yacen, en forma injusta e inicua en las ergástulas sajonas.
Pero lo que quiero subrayar en esta nota es que la reanudación de relaciones entre Cuba y Panamá es un buen indicio. Para los panameños que aman a su país este paso deberá completarse con una solidaridad amplia con el resto de las naciones latinoamericanas. Existen problemas que deben plantearse en forma conjunta, como es el de la deuda externa y existen problemas nacionales que sólo pueden resolverse con la suma de fuerzas de la solidaridad latinoamericana, entre ellos está la lucha por la independencia de Puerto Rico, la propuesta de integración de las Malvinas argentinas, el logro de la salida al mar de Bolivia y la solución de la encrucijada de Panamá.
La encrucijada de Panamá consiste en que los nuevos barcos trasatlánticos que se están construyendo en el mundo, para incrementar el tráfico marítimo internacional, tienen una mayor anchura que la de las dos exclusas panameñas por donde transitan. Es forzoso construir un tercer juego de exclusas, cuyo costo suma bastantes millones de dólares, que el país no puede pagar. Abrir la construcción al financiamiento internacional lleva el riesgo de volver a enajenar la soberanía nacional. Panamá puede mantener su soberanía y seguir siendo un puente comercial de máxima categoría, si cuenta con un apoyo consecuente de América Latina.