Usted está aquí: lunes 5 de septiembre de 2005 Deportes Matar a la madre y premiar con el indulto al hijo

El rito de la bestia

Matar a la madre y premiar con el indulto al hijo

LUMBRERA CHICO

De todos los ritos que celebran y actualizan el mito de la tauromaquia, paradójicamente, sólo uno tiene como eje al toro. Los protagonistas de los cuatro anteriores son el mozo de estoques, el apoderado, el maletilla y el matador que, en ese orden, simbolizan cuatro valores: la amistad, la fortuna, la afición y el autosacrificio. Pero la ceremonia que revisaremos aquí exalta condensadamente la belleza y la fuerza bruta del reino animal así como su humanización, representada en virtudes más propias de un guerrero o de un príncipe, y no de un rumiante, como son la bravura, es decir, el valor y la nobleza, es decir, la lealtad.

Cuando sale del chiquero y empieza a vivir el primero de los 15 0 20 últimos minutos del resto de su vida, el toro bravo tiene ante sí la oportunidad de salvarse, reza la doctrina que el taurino opone por sistema a las incultas argucias del animalista. Si posee una hermosa lámina, si goza de plena salud, si es "alegre", "emotivo", y "valiente a carta cabal", o sea, bravísimo cuando le hieren el morrillo con una afilada puya de acero, y además de todo conmueve al público durante la faena de muleta sin cansarse jamás y por todo esto convence al recto e insobornable juez de plaza, éste lo premiará con el indulto.

En otras palabras, impedirá que lo maten allí en el ruedo, ordenará que lo devuelvan a las corraletas y lo curen de sus heridas, para que después lo regresen a la ganadería donde nació y le regalen un harén de 50 vacas para que haga con ellas lo que quiera hasta el fin de sus días. ¿Hay otro animal que disponga tentativamente de un futuro más venturoso?, reitera el taurino cuando el animalista le habla de torturas y crueldades inhumanas, proponiendo por toda solución que desaparezca la fiesta brava sin reparar en que, en ausencia de ésta, la especie del toro bravo tampoco tendría razón de ser ya que no sirve para ninguna otra cosa, es incapaz de reproducirse en libertad y su crianza racional es costosísima.

Junto al ritual del toro indultado, que retorna a la dehesa como un vencedor, coexiste el de la vaca brava de cuyo vientre sale a la luz el becerrito que andando el tiempo se transformará en un adulto asesino, esto es, en un toro que mata a un torero. Como a toda acción corresponde una reacción, en la fiesta, se dice, el ganadero tiene la obligación de sacrificar a la madre del homicida, para que no engendre más criminales. Casos al respecto hay muchos pero esta reflexión no quiere concluir en su antípoda, es decir, contando anécdotas en lugar de exponer la parte que falta de la idea. Si es verdad que no hay mito sin rito, como se ha venido insistiendo de unas semanas a la fecha aquí, no es menos verdad que a lo largo de los tiempos los ritos de la tauromaquia, y más que ninguno de ellos el del indulto, han perdido seriedad, en primer lugar, como ocurrió hace dos domingos en la México, porque la figura paternal del juez de plaza honorable y recto ha sido sustituida por la de una hetaira disfrazada de señor con sombrero.

 
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