Usted está aquí: lunes 5 de septiembre de 2005 Economía Nueva Orleáns

León Bendesky

Nueva Orleáns

El lago Pontchartrain finalmente se desbordó sobre Nueva Orleáns, inundándola hasta dejarla inhabitable. Mucha gente ha muerto y otros más están en una situación muy frágil; la mayoría se ha quedado literalmente sin nada.

Las escenas de la devastación son impresionantes. Una de las grandes ciudades de Estados Unidos está siendo completamente evacuada, uno de los puertos más importantes de ese país está inutilizado y una de las principales rutas de comercio no está operando, junto con una parte de la estructura de refinación y abastecimiento de gasolina.

Los reporteros de las cadenas nacionales de televisión y de la CNN que narran las imágenes captadas por las cámaras repiten una y otra vez, con enorme incredulidad, que lo que muestran no está ocurriendo en algún país del tercer mundo como para indicar que la magnitud del daño y el caos provocados por el huracán Katrina no son propios de la nación más poderosa del mundo. Alguien refirió que eso no era Africa, seguramente porque sólo aparecían personas de piel color negra. Pero la situación es contundente y la conciencia del imperio está sacudida otra vez, y por razones internas, a diferencia del 11 de septiembre.

Este no es el primer desastre natural de Nueva Orleáns, que desde su fundación ha tenido dura relación con los huracanes, pero la magnitud de lo que ahora ocurrió se esperaba desde hace mucho tiempo. Los científicos y los ingenieros sabían muy bien que el sistema hidráulico de la región era cada vez más frágil y vulnerable. La ciudad está por debajo del nivel del mar, rodeada por el río Mississippi y el lago Pontchatrain, cuyas aguas eran contenidas por un sistema de diques que fueron los que cedieron ante el embate de la tormenta, ahogándolo todo.

Sin embargo, lo que ahora se alcanza a comprender de las fuerzas de la naturaleza y de los límites de los sistemas de ingeniería, así como lo que se sabe de las consecuencias de las acciones humanas sobre el ambiente no corresponden con lo que se hace políticamente.

Los presupuestos para el control de las inundaciones en Nueva Orleáns, pero en general en toda la zona costera del Golfo de México, como se ve por las dimensiones del área que afectó Katrina, que es mayor que el tamaño de Gran Bretaña, se habían reducido en las iniciativas presentadas al Congreso por el presidente Bush. Las obras requeridas para reforzar los diques del lago no se hicieron y la ciudad quedó en ruinas.

Debe comprenderse que el asunto es también en muy alta medida del orden social y del quehacer político. En ese ámbito están los permisos de construcción que se dieron durante mucho tiempo y la extensión de los asentamientos humanos que se permitieron en una zona de riesgo de sobra conocida. A las condiciones naturales del huracán y a los efectos materiales del desastre deben sumarse los de una estructura política y social resquebrajada. No en balde el estado de Louisiana está considerado como uno en los que existe mayor corrupción en ese país.

En Nueva Orleáns dos terceras partes de la población era negra y 40 por ciento de los niños vivía en condiciones de pobreza. Katrina lo puso en evidencia; las imágenes que se recogieron durante días lo mostraron claramente. También se expuso la situación de desgaste social que prevalecía, pues en la ciudad eran muy altos los índices de criminalidad y violencia, lo que explica los enfrentamientos a balazos entre bandas y la policía y el ejército en medio de la anarquía que se desató y de los saqueos. Es notorio que en esa situación de caos total las tropas llegaron al lugar fuertemente armadas, como si se tratara de una ocupación para imponer la ley y el orden. La fragilidad social es una de las expresiones más contundentes de Katrina, igual que la reacción de las autoridades federales y estatales. Hobbes revivido.

Las acciones del gobierno federal para atender la catástrofe han sido sumamente criticadas; se señala que las fuerzas de la guardia civil estaban reducidas, pues buena parte fueron enviadas a Irak. Lo mismo se dice de los menguados recursos y capacidad organizativa de la Agencia Federal de Administración de las Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés).

Hay quien señala ya abiertamente que se debe también a que la mayor parte de los damnificados son negros y pobres, lo que será un reclamo al que el presidente Bush eventualmente habrá de responder. Entre las anécdotas se cuenta la desolación que había en el Mercy Hospital lleno de muertos y sin recibir ayuda para evacuar a los enfermos, mientras a unas cuadras el hospital de la Universidad de Tulane, que es privado, había sido desalojado.

Se trata, pues, del carácter mismo de la articulación social en el país más rico del mundo, erigido en baluarte del progreso y de la seguridad a escala mundial. Se trata de la manera en que se concibe al Estado y sus prioridades, de cómo se promueven los intereses individuales y no se recomponen las condiciones del bienestar social.

Todo esto es mucho más de lo que se llevó materialmente el huracán Katrina. Pero lo más probable es que la conciencia colectiva impondrá sus propios mecanismos de resistencia ante lo ocurrido y, entonces, se acabará enojado con la naturaleza, como reaccionó Voltaire luego del terremoto que arrasó Lisboa en 1755.

 
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