La poesía de Víctor Manuel Mendiola (Ciudad de México, 1954) es creada desde la respiración controlada de la velocidad. Su tema central es la admiración amorosa y la celebración del instante contemplativo en movimiento: latido de la forma que sostiene la respiración en el fondo: Todo era un orden y ningún azar,A diferencia de lo escrito por Jorge Fernández Granados para la solapa de esta edición (Tan oro y ogro, unam, 2003, México), que recoge quince años de la poesía de Mendiola, pienso que casi no existen objetos como referencias conceptuales. Sin embargo, se pintan cosas como el avión del Vuelo 294 (un poema largo de veintiún sonetos ligados narrativamente y rotos –sin violar el soneto– con una técnica cubo-futurista), el milagroso coche de "Las nubes hacia la ciudad" o las peceras de agua dulce a la intemperie. Un paisaje espiritual que nace bajo una mirada reflexiva. En este reflejo, las nubes son un espejo donde podemos mirarnos: Las nubes bajano: La sombra de las nubesTal como ha sucedido con los poetas simbólicos (Herrera y Reissig, Lugones y Díaz Mirón), la lírica de Mendiola obedece a una conciencia dramática de la Naturaleza, proyectada hacia el plexo solar de la experiencia humana. Lo extraordinario de esta visión no es que sea el poeta pastor Miguel Hernández en Orihuela, sino un habitante de la ciudad más grande del mundo quien mira las cosas de este modo; un poeta con un merecido prestigio como editor de poesía, pues ha creado un orgulloso catálogo que incluye lo mejor de la poesía contemporánea (y excelentes traducciones) a través de Ediciones el Tucán de Virginia, de la que es fundador y director. Humor y pasión son los ingredientes que se pueden convocar al hablar de su obra. Malabarismo técnico y pirotecnia visual servirían como complemento de la misma: Aquí está el tigre, más allá del monoSu lúcido lenguaje se encuentra hipnotizado por la primera vanguardia de nuestra poesía: Carlos Pellicer, caminando por el Parque México y José Gorostiza, trepado en un árbol del Bosque de Chapultepec. Sin embargo, Víctor Manuel Mendiola insiste en que la influencia de su poesía va más allá de la frontera y reconoce otras, como la del espléndido poeta británico Ted Hughes, del que fue uno de los primeros editores en lengua castellana (traducción de Ulalume González de León). Las influencias siempre son inefables, ya que se proyectan tanto en la lectura como en una inolvidable experiencia contemplativa, pero virtualmente activa: Yo era la piedra que caíaCoincido con el citado texto de Fernández Granados al señalar la transparencia de su lenguaje: dique para todos los años de lengua poética y mala interpretación de la gimnasia onírica que nos heredó el surrealismo. Pero más que poliedros cristalizados y lupas críticas que deforman la visión, su obra se vierte hacia un coloquialismo complejo (remember T.S. Eliot) que trasmina espacios domésticos y terrenos gramaticales: Quédate así un segundo más. No ocurre ![]() Existe una especie de rima visual en esta poesía, una arquitectura primigenia que la decora con el lujo acústico que no se ve, pero que sí nos anima, y que nos hace olvidar tanta indigesta y mala poesía vanguardista del siglo pasado. En la Era Retiniana (Duchamp), en la que la televisión es la prostituta racional del Mercado, un fantasma (phantasma, del griego traducido como imagen) recorre con pies encabalgados el borroso mapa de la poesía de nuestro nuevo siglo, que debe contar con todo y olvidar las utopías milenaristas. Imagen: Mendiola pintor: algunas veces lo observo mirar a Paul Klee (What you see?) y en efecto fade out a Juan Soriano adolescente pintando personajes asomados con ojos abismales al tendedero de la vecina y, en este sentido, Víctor Manuel no tiene empacho en mostrarse como un auténtico watcher, el vigilante de un soleado y solitario parque de la ciudad más grande del mundo, el insomne de una recámara muda tapizada de espejos. Ese cuarto se podría encontrar en un hotel de paso. Así lo imagino: el agente viajero de la mirada, el agente (como efecto químico) que nos recuerda lo lejos que estamos de la Naturaleza y, al mismo tiempo, la insuperable experiencia de extrañarla y encontrarla donde menos lo esperamos. Contemplar un grabado del siglo XVIII
de la República Mexicana nos empuja a soñar, a observar la
fotografía de una distante galaxia en formación por internet;
también modifica nuestros hábitos perceptivos, nuestra manera
de ser y reconocer al cuerpo:
La lámpara del cuerpo es el ojo; así que.Mendiola ha abrevado en esta visión, por eso escribió: Bilíngüe el ojo avanza por la boca • |