Usted está aquí: domingo 21 de agosto de 2005 Capital Donceles y doncellas

Angeles González Gamio

Donceles y doncellas

En otras ocasiones hemos hablado de la calle de Donceles, en relación con algunas de las sabrosuras arquitectónicas y de vida que en ella se encuentran, y recordamos que es la calle con el nombre más antiguo de México, ya que data de los primeros años de la conquista; hoy hablaremos de algunas de ellas.

Antes que nada hay que señalar que en esa calle se avecindaron los nobles que vinieron de conquistadores o pobladores, fundando títulos o mayorazgos; con afán de mostrar su señorío, se paseaban vestidos con esmero y con aire de solemnidad, mereciendo el nombre de "donceles" con que el pueblo los designaba, bautizando así la vía que habitaban.

También había la calle denominada de "doncellas", hoy Bolívar, que recibía tal apelativo por estar ubicado en esa vía el elegante Colegio de Nuestra Señora de la Caridad, conocido como Colegio de Niñas, aunque parte de sus pupilas eran jovencitas de alcurnia preparándose para casarse, llamadas en esa época "doncellas". Actualmente el soberbio edificio que alojaba la institución, es la sede del Club de Banqueros, en cuyo hermoso patio celebran actualmente su fiesta de boda, "doncellas" pudientes del siglo XXI.

Continuando con la relación de los tesoros que contiene Donceles, vamos a hablar del edificio que albergó a una de las instituciones de beneficencia más importantes del virreinato: el Hospital para Mujeres Dementes; aunque desde el siglo XVI estaba el de San Hipólito, que entre sus funciones tenía la de atender a esas infelices, su cupo fue insuficiente y comenzaron a deambular por la ciudad.

El nosocomio se creó a iniciativa de un carpintero llamado José Sáyago y su esposa, quienes se dedicaban a recoger de las calles a las mujeres que habían perdido el juicio, llevándolas a su casa para cuidarlas. Al aumentar el número, solicitaron apoyo al virrey-arzobispo don Francisco Aguilar y Seijas, quien les proporcionó un terreno y dinero para construir un hospital.

Al morir el caritativo benefactor, la institución pasó a la Congregación del Divino Salvador, que adquirió el predio donde se construyó el edificio que ahora vemos, que a lo largo de los siglos padeció muchas modificaciones, pero aún conserva la espléndida portada, con una hermosa hornacina y la fachada de tezontle, recinto y cantera. Casi enfrente se encuentra el Teatro de la Ciudad, antes Esperanza Iris, que construyó la célebre actriz oriunda de Tabasco, en donde nació en 1888. La audaz mujer trabajó en varias compañías hasta que decidió fundar su propio teatro, para lo cual adquirió uno ya viejo, llamado Xicoténcatl, que había sido construido en 1912 e inaugurado con la opera Aída.

Para ello contrató a dos de los mejores arquitectos de la época: Ignacio Capetillo y Federico Mariscal, este último autor del interior del Palacio de Bellas Artes. Así, en 1918 abrió su lujosa sala de espectáculos con la opereta La Duquesa de Bal-tabarin, que enloqueció a nuestros abuelos. La fachada del edificio está estructurada a base de pilastras, que era la arquitectura para ese tipo de lugares que estaba de moda a principios del siglo XX.

Hay otras maravillas arquitectónicas e históricas en la calle de Donceles, de las que por falta de espacio hablaremos en otra ocasión, pues hoy queremos cerrar con broche de oro el paseo, saboreando un chile en nogada, elaborado con nueces y granadas frescas, aprovechando la temporada de ambos frutos. En las cercanías hay varios lugares que los preparan como Dios manda: los fines de semana, desde el viernes, se pueden degustar en el Café de Tacuba, en su colorida casona del número 28 de la vía que lo bautiza, que por cierto, fue parte del Hospital de Mujeres Dementes, y hasta la fecha disturba a las cocineras el fantasma de una de esas desdichadas, que gusta de husmear las cazuelas.

Otro buen sitio es el restaurante Los Mercaderes, en 5 de Mayo 57, en el bello edificio sostenido por atlantes, que como todo en el Centro Histórico también tiene su historia, ya que ocupa parte de lo que fueron las casas de Hernán Cortés y conserva muros de tezontle en el interior, que seguramente pertenecieron a la inmensa mansión del conquistador.

El restaurante del Palacio de Bellas Artes tiene chiles en nogada cotidianamente, al igual que el Club de Banqueros, y desde luego los restaurantes El Cardenal, tanto el del hotel Sheraton Alameda, como el de la calle de Palma 23; éste se ubica en una bella casona decimonónica, que constituye el marco adecuado para degustar esa joya de la gastronomía mexicana.

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