Usted está aquí: domingo 21 de agosto de 2005 Opinión J. Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica

José María Pérez Gay /V y última

J. Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica

Ampliar la imagen J. Robert Oppenheimer en 1956 FOTO Tomada de Internet Foto: Tomada de Internet

En junio de 1943, Niels Bohr abandonó Dinamarca -ocupada por los alemanes desde 1940-, se puso a salvo en Suecia y, unos meses después, se embarcó rumbo a Inglaterra. Niels Henrik David Bohr, uno de los físicos nucleares más celebres de su época, nació en Copenhague en 1885; a principios de 1911 trabajó la dirección académica de Ernest Rutherford, en Manchester, se especializó en mecánica cuántica y dos años más tarde, en 1913, dio a conocer su modelo atómico. Al introducir la teoría de las órbitas electrónicas en torno al núcleo atómico, Bohr demostró que las órbitas exteriores contaban con un número mayor de electrones que las más próximas al núcleo. En este modelo, al emitir un fotón de energía los electrones caen de una órbita exterior a otra interior, principio sobre el que se sustenta la mecánica cuántica. En 1922, Niels Bohr recibió el premio Nobel por su interpretación de la mecánica cuántica, la llamada Escuela de Copenhague.

Al llegar a Los Alamos, Bohr traía en realidad un informe para J. Robert Oppenheimer, una suerte de sospecha perturbadora, una inquietud que lo obsesionaba. Según él, poco antes de escapar del cerco de los nazis en Dinamarca, Werner Heisenberg -su antiguo alumno y teórico principal de la física nuclear en Alemania- lo visitó en Copenhague. Bohr le preguntó si los alemanes estaban fabricando una bomba atómica, y Heisenberg -asegura Bohr- le contestó con evasivas, rodeos sin sentido y dudas. Las evasivas despertaron en Bohr la sospecha de que los alemanes se habían adelantado en la construcción de un arma atómica. En Los Alamos, Oppenheimer habló largo con Niels Bohr y supo que no había tiempo que perder.

Oppie sabía también lo que pasaba en el Proyecto Manhattan. Los problemas técnicos eran, al parecer, insuperables. El Servicio Secreto de Los Alamos conspiraba en su contra; le reportaba a la FBI todo lo que él hacía o dejaba de hacer, y así llegaron a la conclusión de que Oppenheimer era un espía comunista; desde entonces lo consideraron un "hombre de enormes riesgos", poco confiable. En su increíble tontería, los agentes de Hoover nunca se enteraron de que el peligro se encontraba muy cerca de ellos, y lo encarnaba otra persona que trataban las 24 horas del día. En el grupo de físicos nucleares británicos que había llegado con Niels Bohr a Los Alamos, y que además se había sumado al Proyecto Manhattan, llegó también Klaus Fuchs, uno de los más brillantes y eficaces espías soviéticos de la época. Fuchs se puso en contacto con su hombre en Pasadena, un espía húngaro. Todas las semanas viajaba a Santa Fe, tomaba café con sus amigos y pasaba la información cifrada más minuciosa en torno al proyecto estadunidense de la bomba atómica.

Si Enrico Fermi no hubiese efectuado en esos días un descubrimiento decisivo, la fabricación de la bomba atómica habría fracasado. Durante sus experimentos con el primer reactor nuclear del mundo en Chicago, Fermi había producido pequeñas cantidades de un elemento recién descubierto: el plutonio, en forma de un isótopo radiactivo plutonio 239 (Pu 239). Ese descubrimiento significó un avance inimaginable, porque Pu 239 tenía una "masa crítica" que sólo era un tercio de la del uranio 235. Más todavía: el plutonio 239 se originaba en el reactor del uranio 238. Las grandes cantidades del uranio 238 no fisionable, que permanecían después de haber extraído el uranio 235, captaban neutrones de tal modo que, por una reacción en cadena, se iban a convertir en partículas pesadas de plutonio 239. A partir de ese momento, el plutonio se convirtió en otro elemento necesario para fabricar una bomba atómica.

Las grandes instalaciones de Oak Ridge y de Hartford comenzaron a producir plutonio; pero el llamado a la responsabilidad y a una disciplina vertical no lograrían nada. Se necesitaba de una gran sensibilidad en general y de un enorme cuidado en las mismas instalaciones: el plutonio fisionable es mortal a causa de las radiaciones alfa, la médula ósea absorbe esas partículas y el resultado es una leucemia incurable. Cantidades de más de 0.13 miligramos, algo más que una mota de polvo, son mortales para los seres humanos. A pesar de los esfuerzos descomunales y de la fabricación de plutonio, las cantidades del material fisionable que se obtenían eran más que insuficientes, no se obtenía nada, o casi nada. Los enormes generadores de Oak Ridge dejaban de funcionar semanas enteras y, como si fuese poco, el informe de Niels Bohr les cayó a los físicos nucleares encima como si fuese una pesada lápida. Oppenheimer se dio cuenta de que había cometido un error. Se descubrió que los métodos alternativos del cañón de la bomba no podían aplicarse, porque el plutonio en altas concentraciones produce una cantidad de neutrones vagabundos, y éstos desencadenan una explosión siempre prematura. Por esa razón, no existía otro camino que poner a funcionar el método de la implosión.

Después de haber solucionado las incógnitas en los mecanismos de detonación, quedaba el camino libre para "experimentar con la bala". ¿Cómo se debía ordenar la carga explosiva y, al mismo tiempo, garantizar la detonación? Los jóvenes físicos como Richard Feynman y los antiguos maestros como el matemático von Neumann se devanaban los sesos para encontrar una respuesta. ¿Qué matemática podía describir el proceso? ¿Qué formula podía enunciar y resumir esa masa crítica de números? ¿Qué efecto podía tener una implosión esférica que partiera de un fragmento de plutonio tan grande como una pelota de futbol? Hasta donde ellos sabían, la tarea iba a consistir en calcular el avance de una onda esférica de detonación en un líquido en estado de presión. Bajo una tensión más fuerte que en el centro de la Tierra, el plutonio debía calentarse en cuestión de microsegundos a 50 millones de grados celsius. Mientras jugaban al póquer bajo el sol incandescente de Nuevo México, los científicos más inteligentes y capaces se rompían la cabeza pensando en las soluciones.

La primera bomba atómica de la historia estalló en Alamogordo, 180 kilómetros al sur de Alburquerque, en el desierto de Nuevo México, cerca de un lugar llamado Trinity. Era una bomba de plutonio, que debía detonar a 33 metros de altura en una torre de acero. A nueve kilómetros del punto cero, J. Robert Oppenheimer y sus expertos debían supervisar la explosión semiocultos en un búnker construido para la ocasión. Según Hans Bethe, un físico nuclear alemán exiliado en Los Angeles, la energía que la bomba iba a desencadenar sería el equivalente a cinco toneladas de TNT, una cifra más que realista. Todos los presentes se preocupaban por los efectos de la radiactividad, pero nadie podía asegurar su intensidad ni sus efectos, ni siquiera los especialistas.

Los observadores y los científicos, Oppenheimer incluido, se enfrentaban a la fuerza abrumadora de lo desconocido: la única verdad se iba engendrando en lo que los rebasaba. En las primeras horas de la mañana del 6 de julio de 1945, Oppenheimer y su equipo se reunieron en el refugio antiaéreo o búnker. Oppie fumaba un cigarrillo tras otro, derramó una taza de café en su camisa, se tropezó con una banca y su estólida expresión de Buster Keaton se congeló a las 5:30 horas, al comenzar la cuenta final, el countdown. Un resplandor gigantesco iluminó el desierto, le siguió una explosión de calor increíble y silenciosa. Unos instantes después la estampida de la explosión entró a saco en el búnker, y todos se quedaron atónitos cuando vieron una luz color naranja, más luminosa que el sol, formar un hongo inmenso de 12 mil metros de altura en el cielo. Los observadores vieron formarse una enorme esfera de fuego en la distancia, la cara de Oppenheimer reflejó sólo terror y, al mismo tiempo, repitió una línea del Bhagavadita: "Yo soy la muerte/ que todo lo consume,/ el verdadero destructor de los mundos". El general Leslie Groves no entendió lo que Oppie decía, pero Enrico Fermi hizo un pequeño experimento en el búnker. Cuando las ondas del impacto alcanzaron el refugio, después de haber recorrido 30 kilómetros a través del desierto, Fermi dejó caer pedazos de papel al suelo. La onda expansiva llevó esos pedazos a una enorme distancia, entonces Fermi hizo un cálculo aproximado. Se trataba de una explosión de 20 mil toneladas de TNT, cuatro veces más de lo que Hans Bethe había calculado. La era atómica había comenzado.

La noticia de la capitulación de Alemania llegó a Los Alamos antes de la explosión; al poco tiempo murió el presidente Roosevelt, Harry Truman tomó después las riendas del mando en estados Unidos, J. Robert Oppenheimer recibió órdenes muy precisas: nada había cambiado, la bomba atómica no se iba a lanzar contra Alemania, sino contra Japón. El 6 de agosto de 1945 una bomba de uranio envolvió a Hiroshima en una tormenta de fuego; tres días después, otra de plutonio exterminó todo signo de vida en las cercanías de Nagasaki. Oppenheimer regresó al Caltech; muy consciente de lo que había hecho, sabía que nunca se quitaría de encima esa maldición y que pasaría a la historia como el padre de ese terror llamado bomba atómica.

 
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