Usted está aquí: miércoles 17 de agosto de 2005 Política Salud y democracia

Arnoldo Kraus

Salud y democracia

Desde hace algunos años los librepensadores médicos -en México son rara avis- han afirmado que existe una amplia intersección entre salud y derechos humanos. Cuando la salud pública que se ofrece es óptima o buena las personas se benefician en todos los aspectos; pueden ejercer una vida semejante a la mayoría de la comunidad y tener la oportunidad de competir en el mercado laboral.

Lo inverso es igualmente cierto: la salud pública mediocre -como la que se ofrece a más de la mitad de la población en México, sea por pobreza, por falta de servicios, por corrupción, por ineptitud médica o por la suma de todas las constantes previas- impide que el ser humano se desarrolle adecuadamente. Los derechos humanos suelen ser también víctimas de la ineficacia de los sistemas de salud pública y de los regímenes no democráticos. Mala salud y pobre democracia suelen caminar paralelamente. Estudios recientes han demostrado que donde impera la democracia mejora la esperanza de vida, incluso en países pobres.

La presencia de un gobierno democrático basta, por sí mismo, para incrementar 13 por ciento la esperanza de vida de la población y reducir 11 por ciento la mortalidad infantil y 6 por ciento la mortalidad materna. Lo interesante de estas observaciones es que las mejoras son independientes de otros factores como son la riqueza, el nivel de desigualdad o el gasto público, lo que significa que las democracias per se son una forma de salud o un camino para promover la salud y los derechos humanos. Si se acepta que la democracia estimula y favorece la salud comunitaria, entonces, a los consabidos argumentos morales, sociales y económicos para estimular y fortalecer la implantación de regímenes democráticos deben agregarse las razones médicas.

En países tercermundistas el camino a recorrer es inmenso. Las organizaciones escleróticas, sino y realidad de nuestras naciones, deberían empaparse de las enseñanzas de la epidemiología política, ciencia joven que se encarga "del estudio del efecto en la salud de las instituciones derivadas del poder político". Sobran ejemplos de esos vínculos.

En el México de Fox y Sahagún, olvidado durante las siete décadas del priato, la desnutrición, en Chiapas y Oaxaca, es una realidad insoslayable que ocupa las primeras planas en algunas de las agendas de la ONU; en Africa del Sur continúa aumentado la pandemia del sida porque las autoridades siguen negando que existan vínculos entre sida y el virus de la inmunodeficiencia humana; en algunos países africanos, donde la democracia es palabra muerta, la malnutrición se observa hasta en 72 por ciento de la población, como es el caso de Eritrea, mientras que en la República Democrática del Congo las cifras alcanzan 70 por ciento y en Burundi equivalen a 68 por ciento.

La trilogía demarcada por mala salud, ausencia de democracia y violación de los derechos humanos es una de las peores plagas de nuestra época. Para lograr que la población tenga salud digna es indispensable que se lleven a cabo reformas políticas "verdaderas", y, de ser posible, como suele suceder en las democracias, mejorar la economía. Algunos de los países que vivían bajo el yugo soviético, como Polonia, Croacia, Estonia y Eslovenia y que han caminado del totalitarismo a su democracia, han logrado mejorar la salud de la población en ocasiones con medidas tan simples como cambios dietéticos.

Aun cuando no se sabe bien cuál es la razón por la cual la democracia favorece a la salud es posible que el simple hecho de opinar, y en ocasiones modificar el siempre nefasto poder político sea la razón de esos logros.

Lo inverso también es cierto: la política mal empleada es causa de enfermedad. Nuestro país es ejemplo de esa enfermedad. Repasar la calidad de vida y la "salud real" -no la que se publicita por órdenes de la Presidencia- de los pobres en México o imbuirse en los servicios que ofrecen algunas de las instituciones gubernamentales basta para entender que la política es causa y origen de muchas enfermedades. Y eso, a pesar de que se ha dicho que México, después del nefasto priato, es un país democrático.

 
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