Usted está aquí: jueves 11 de agosto de 2005 Política Futuro mexicano: ¿Miss Clairol en los partidos?

Soledad Loaeza

Futuro mexicano: ¿Miss Clairol en los partidos?

Cambiar el color de pelo es un recurso que en los últimos años se ha generalizado. Ya no únicamente las señoritas y las señoras se someten a un proceso químico relativamente inofensivo para explorar -como con el peinado- mejoras de apariencia, aspectos novedosos que sugieren modificaciones de personalidad o cuando menos de actitud, métodos de rejuvenecimiento, vías alternativas para enfrentarse al mundo y otras fantasías más. Ahora, sin embargo, niños, hombres jóvenes y cada vez más viejos buscan lo mismo en Miss Clairol y sus similares. Desde los más extravagantes rojos, verdes y azules, que antes estaban reservados a Bozo, Cachirulo y Furiláis, hasta los discretos grises platinados que en los setentas estilaban ya líderes sindicales -cuando no optaban por el caoba más cálido, pero también más imprudente- y los amables dorados, los colores se reparten con gran generosidad entre las cabezas de muchos mexicanos.

El entusiasmo por el cambio de colores se ha apoderado de nuestros políticos. En los regímenes multipartidistas, como el nuestro, es práctica normal la emigración de una formación a otra. Si miramos la carrera de los políticos franceses y de sus organizaciones partidistas, numerosísimos son los pasos de este tipo, el cambio de colores políticos, de lema y de escudo. Muchos fueron los comunistas franceses que a raíz de la muerte de Stalin o de la crisis húngara de 1956 abandonaron el partido y pasaron al extremo opuesto. La historiadora Annie Kriegel es sólo un ejemplo. A François Mitterrand se le reprochaba haber pertenecido a las Juventudes Católicas, haber formado parte del régimen autoritario de Vichy para aterrizar hacia finales de los sesentas en el Partido Socialista. Hoy es recordado como un líder de la izquierda europea, y cuando alguno refiere la carrera zigzagueante se topa con argumentos que la reivindican a la luz de sus resultados: la consolidación del socialismo francés, en buena medida a expensas del Partido Comunista.

El pluripartidismo mexicano se ha construido con base en la emigración del personal político de unas formaciones a otras. Aunque en algunos casos han sido más frecuentes que en otros. Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo abrieron un caminito del partido oficial a la izquierda que iba en sentido contrario al que muchos personajes de izquierda habían tomado en las décadas del cuarenta al ochenta, para pasar de la oposición al PRI.

Antes de la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) no fueron pocos los que dejaron el rojo y el amarillo del PCM o el violeta más bien mortecino del Partido Popular Socialista -tan mortecino como su líder histórico, Vicente Lombardo Toledano, podía serlo- para colocarse un vistoso copete tricolor.

El camino que abrieron Cárdenas y Muñoz Ledo se ha convertido en una ancha carretera por la que transitan alegremente los priístas enojados que sin mucha dificultad toman la brocha gorda que les ofrece Andrés Manuel López Obrador y se pintan con el negro y el amarillo de un partido que era nuevo, pero que está envejeciendo rápidamente con estos recién llegados que mal esconden sus canas tricolores.

Admitiendo que el cambio de colores políticos forma parte de la historia tanto como de la normalidad democrática, también hay que decir que hay de cambios a cambios. La cantidad de cabezas tricolores que se han teñido de negro y amarillo para integrarse al PRD cómodamente crece todos los días. Lo que no sabemos es si la tintura es definitiva o si a la primera bañada se les escurrirá y aparecerán los colores originales.

Es posible que los priístas recién conversos al perredismo traigan consigo muchos votos para su nuevo partido. No obstante, su integración al PRD es una muy mala noticia para la izquierda mexicana; para aquella que proviene tanto de la constelación de grupos y partidos que durante décadas lucharon en contra del PRI, como para la que muchos esperábamos que se construyera en oposición al PRI o, cuando menos, a distancia del PRI.

El lopezobradorismo, en cambio, reivindica las tradiciones antidemocráticas y opacas del pasado autoritario, con el argumento de que su líder encarna la voluntad popular y que ésa es la única guía de acción. Tanto así que López Obrador repite casi palabra por palabra las mismas frases que utilizaron Adolfo López Mateos, Adolfo Ruiz Cortines y desde luego Luis Echeverría, para afianzar su identidad de líder popular, pero sostiene que es un hombre de izquierda, y a la mejor hasta se lo cree, como se lo creen muchos de sus seguidores. El lopezobradorismo ha deglutido o por lo menos ha neutralizado -o está a punto de hacerlo- a la izquierda y sus posibilidades. Exactamente igual que como hicieron antes que él muchos priístas insignes y, desde luego, Luis Echeverría.

Hay tintes que simplemente no se van. El tricolor es tan poderoso y penetró con tanta eficacia hasta el cuero cabelludo de muchos de los que hoy aspiran a ser vistos como de izquierda o, peor todavía, que usurpan una biografía política que no es la suya, que su llegada al PRD terminará por diluir el negro y el amarillo, para imponerse soberano. Malos tiempos serán para Miss Clairol y para muchos más.

 
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