Usted está aquí: miércoles 10 de agosto de 2005 Opinión Epitafios

Arnoldo Kraus

Epitafios

Los epitafios son una antiquísima costumbre practicada por muchas culturas, quizás por la mayoría. Con el tiempo las inscripciones y los estilos para grabarlos en las tumbas se han modificado y sin duda mejorado: la piedra asegura que el texto y la memoria del muerto permanezcan para siempre. Inmortalizar al difunto es una de las metas primarias de estos mensajes. Otra es el diálogo siempre inconcluso entre el vivo y la muerte. En los epitafios los deudos le hablan a sus muertos, le hablan a los vivos y encomiendan a Dios el destino del fallecido. Los epitafios son una vía que permite al doliente detener un poco la inmanencia de la muerte, así como viajar por los lomos del pasado.

Los epitafios se han transformado con el tiempo. En un principio sólo contenían el nombre del difunto y la fecha de la muerte. Poco después se agregó la profesión y con el paso del tiempo alguna leyenda que destacaba ciertas cualidades del fallecido. Siglos después -aproximadamente en el siglo XIV- se añadió alguna súplica a Dios y con frecuencia una solicitud del difunto al transeúnte para que se sensibilice ante la muerte y se convierta (en el sentido religioso).

A diferencia de lo que sucede en la actualidad, durante muchos siglos, los panteones, al igual que las iglesias, eran sitios donde las personas solían reunirse, por lo que cualquier caminante que se detenía ante alguna tumba podía encontrar una invitación para pensar en Dios y para orar por el alma del muerto.

"Personas bondadosas que pasan por este camino, recen por favor sin cesar a Dios por el alma del cuerpo que yace aquí abajo" o "Detente en este sitio, extraño, ya que aquí descansa un hombre noble. Reza por él" son dos ejemplos en los que el muerto invita al vivo a pedir por él y, a la vez, acercarse a Dios. Otros textos inscritos en las tumbas de hace cuatro o cinco siglos intentaban estimular la reflexión. "Lo que nosotros éramos, tú eres. Lo que nosotros somos, tú lo serás", reza el epitafio de un médico que murió en el siglo XII.

Entre los siglos XV y XVIII se incorporó una nota biográfica en la que se exaltaban las cualidades del fallecido. Asimismo se grabaron los nombres de los familiares. Finalmente, en algunas culturas los epitafios se convirtieron en verdaderas apologías y semblanzas del muerto, sin menoscabar la importancia de la familia.

En la actualidad es infrecuente que los vivos dejen escrito su epitafio. No existe esa costumbre porque supone que el individuo tendría que confrontar directamente su propia muerte. Además, conllevaría el inmenso conflicto de escribir en pocas líneas una pequeña biografía, amén de que otras circunstancias, como la arrogancia o la prepotencia, son, en algunos casos, factores insuperables.

Para los deudos, para quienes entierran a su cadáver, los epitafios son una suerte de pócima bienhechora: hacen menos pesado el silencio de los muertos, menos dolorosa la ausencia del cuerpo y permiten darle una pequeña bofetada a la muerte. Los epitafios (incluso más que las tumbas por más elegantes que sean) son la última e imperecedera forma de hablarle al muerto. Son la postrera posibilidad de quedarse con un poco de la vida del muerto y no sólo con sus cosas o con el cadáver.

En los panteones la mayoría de las personas se detienen un momento a leer las inscripciones de las tumbas. Algunas son verdaderas obras literarias y otras son ideas que invitan a la reflexión. Algunas más muestran el carácter del difunto o de la familia ("Nunca ninguno de nosotros votó por Roosvelt o por Truman", se lee en un epitafio de un cementerio estadunidense), el duelo imperecedero y la imposibilidad de aceptar la muerte ("Daniel E. Cole. Nació el 2 de febrero de 1844. Se marchó el 22 de marzo de 1921. Tengo curiosidad de saber adónde fue") o el enojo ("Asesinado por un médico impreparado"). En muchos epitafios el amor por quien murió es la consigna. Los epitafios validan la frase del poeta que escribió "el cementerio es un aeropuerto de almas".

Los epitafios forman parte de la cultura hacia la muerte. Sirven de consuelo, como homenaje, como la última fotografía que ofrecen los deudos a Dios y a quien se detenga a leerlos. Dentro del diálogo perenne entre el ser humano y la muerte los epitafios retratan parte de esa conversación y parte de la incomprensión del ser humano ante la primera y última de sus realidades, la muerte. Curioso y sano ejercicio, a pesar de las dificultades antes señaladas, sería escribir nuestro propio epitafio.

 
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