Los dos músicos fueron sepultados en el cementerio Colón de La Habana
El destino unió el son y la trova en la muerte de Ferrer y Nicola
Al caer la losa que cubre el ferétro de Ibrahim su voz resonó en un aparato con Mi congoja
En la tumba de Noel, el sonido de la guitarra de Feliú invitó a entonar Es más, te perdono
Ampliar la imagen Amigos de Ibrahim Ferrer llevan el ata�cia el sepulcro FOTO Reuters Foto: Reuters
La Habana, 8 de agosto. Dos líneas paralelas de la cultura cubana vinieron a juntarse en el tiempo y en el espacio. Aún estaba tendido Ibrahim Ferrer cuando llegó a la funeraria el ataúd de Noel Nicola, uno de los fundadores de la Nueva Trova, quien murió el domingo a los 58 años de edad.
La jornada es trágica para la música cubana y, casualmente, trae a la memoria dos de sus vertientes más significativas: la de la canción tradicional nacida en el oriente y la del canto popular surgido al triunfo de la revolución de 1959.
Noel, nacido en una familia de músicos, fue uno de aquellos jovencitos delgados y entusiastas que se acercaron a las descargas de lo que entonces se llamaba la canción de protesta, en la Casa de las Américas, en los años 60.
Ahí Noel hizo su primer recital con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, en 1968. Con ellos se unió un año más tarde al Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos (Icaic), donde músicos formados, como Leo Brouwer, impartían talleres en los que se fue puliendo la joven cancionística.
Autor de Comienzo el día y Para una imaginaria María del Carmen, Noel Nicola escribió cientos de obras, no sólo de la trovadoresca juvenil de los años 60, sino también canciones para cine, teatro, televisión y música infantil.
De poeta a poeta
Su muerte era esperada, después de que en marzo pasado se le diagnosticara un cáncer avanzado. El sentimiento contenido desde hace meses estalló esta tarde en el cementerio Colón, cuando Silvio leyó un texto de poeta a poeta:
"El que supo cantar con optimismo al duro día que empezaba. El entusiasmado voceador de que venía un batallón de mujeres con un ajustador por bandera. El compilador de los días ociosos del Diario del Che. El que desde detrás de su afortunada guitarra suplicaba que lo amáramos tal y como era.
"El que pasara a la eternidad cantando que es un hombre de transición. El que supo perdonar la alevosía de un beso. O, mejor, el que bautizó a los indolentes burócratas como seres-gaveta, ha hecho un breve paréntesis para cumplir con un requisito indispensable del ministerio natural.
"¿Por qué tiene que ser tan duro este trámite? ¿Por qué de pronto pareciera que nuestra frágil y mínima vida no está a salvo?
La única voz autorizada para responder estas incógnitas es la de Noel, amorosamente alias El Drácula, hombre armado de pétalos pintados como dientes.
"El nos deja por un instante tan justo que no intentamos una radiografía de ciertos o de inciertos años, sino un simulacro de despedida. El se nos va solo, lo mínimo como para reconocer que es un fundamental desconocido, una rica sustancia por revelar que una vez se autonombró trovador sin suerte.
"A los cantores que empezamos con él, a sus compañeros de Casa de las Américas, a los del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, a los del entonces Movimiento de la Nueva Trova, junto a sus familiares y admiradores, nos corresponde pelearnos contra la parte de injusticia que toda mala suerte trae consigo, para reparar esa tristeza de la patria a la que Noel Nicola Reyes entregó su generosa vida y sus canciones inmortales".
Al pie de la tumba, Silvio termina su lectura enrojecido. Unos metros más adelante, Vicente Feliú, otro veterano de aquella trova, rompe a rasgar la guitarra y hace que todos los que se la saben canten Es más, te perdono... ("Lo que no te perdono es haberme besado con tanta alevosía...")
Una tarde de cementerio
Parte de los que han despedido a Noel se quedan al sepelio de Ibrahim. Otra carroza, otra procesión y otra lápida que se cierra en el Colón, y hacen que la tarde se sienta más dura que el sol que perfora las piedras.
Eduardo Rosillo, el locutor emblemático de la Radio Progreso, agradece al sonero su entrega y su arte y saca del archivo la noche de febrero de 1956, cuando Ibrahim llevó a la popular emisora de la época CMKR su versión a El platanal de Bartolo, el mejor momento de su carrera antes de Buenavista Social Club.
La de Ibrahim ha sido una muerte repentina, sorpresiva. En la gira por Europa empezó a sentirse mal, pero cantó a pie firme hasta el último número. En el vuelo de regreso sintió que le faltaba el aire, cuenta el guitarrista Manuel Galbán, su colega y amigo.
Una gastroenteritis aguda se complicó sin remedio, al llegar a La Habana.
Cae la losa donde quedó el féretro de Ibrahim y su voz resuena en un aparato de sonido. Es el bolerista que canta Mi congoja, de Juan Pablo Miranda.
El mundo de la música ha recorrido tres segmentos distintos del cementerio esta tarde, porque entre los sepelios de Noel e Ibrahim ha ocurrido el de Rosa Sayas, cantante y pianista, madre del sonero Adalberto Alvarez.
A ella el cortejo que le acompaña le canta Una rosa de Francia, de Rodrigo Prats.
La música cubana cobijó así a sus muertos esta tarde. No se pudo confirmar por dónde se fueron tantas lágrimas y tantas emociones.