Usted está aquí: sábado 6 de agosto de 2005 Opinión El terror de Hiroshima sigue latente

Editorial

El terror de Hiroshima sigue latente

Este sábado el mundo entero recordará con un minuto de silencio a las víctimas de la bomba atómica lanzada contra la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, cuando murieron casi un cuarto de millón de personas. La imagen de la enorme nube en forma de hongo producida por la explosión se ha convertido en un símbolo del horror que significa una arma de destrucción masiva. Sin embargo, a pesar del fin de la guerra fría, esta es una amenaza que sigue latente en todo el mundo, pues no sólo las superpotencias ­Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia­ cuentan con arsenales nucleares, lo que pone en peligro la supervivencia de la humanidad y de toda la vida en el planeta.

El fin de la guerra fría y el fracaso del Tratado de No Proliferación Nuclear, firmado por 189 estados, han generado una carrera nuclear determinada por conflictos regionales. India y Pakistán, que han librado tres guerras por el control de Cachemira (1947, 1965 y 1971), cuentan con armas de este tipo. Por otra parte, Israel usa su arsenal nuclear ­provisto por Washington­ para mantener a raya a sus vecinos árabes, como Irak e Irán: el primero tenía un programa nuclear pero lo abandonó tras perder la primera Guerra del Golfo, en 1991; el segundo tiene en jaque a Estados Unidos y Europa, que temen que Teherán esté enriqueciendo uranio para usos militares. Y en Asia, Corea del Norte ha logrado sentar a Estados Unidos a la mesa de negociaciones debido a su propio arsenal nuclear, y se niega a suspender su programa, lo que mantiene en vilo a Corea del Sur, Taiwán, China y Japón.

Queda claro que ahora existen más amenazas potenciales a la paz mundial, a diferencia de hace 60 años, cuando sólo muy pocos países tenían capacidad nuclear. Lo más grave es que ante estas amenazas, los vecinos de las naciones mencionadas bien podrían emprender sus propios programas nucleares para contar con un contrapeso frente a dicho poderío, como Corea del Sur, que en el pasado ya fue sorprendido haciendo investigaciones sobre el tema.

Asimismo, el mercado negro de tecnología y componentes nucleares es especialmente preocupante: A. Q. Khan, padre del programa nuclear pakistaní, vendió tecnología a Irán, Libia y posiblemente otras naciones, y se sabe que grupos terroristas tienen la intención de fabricar armas de destrucción masiva, como las llamadas "bombas sucias", elaboradas a base de uranio empobrecido, capaces de contaminar ciudades por décadas.

Cabe señalar que las armas atómicas y nucleares ­actualmente más destructivas que la bomba de Hiroshima­ no distinguen fronteras ni nacionalidades: los vientos y la radiación se encargarían de esparcir la muerte a miles de kilómetros de distancia del punto de impacto. Y el efecto sería aún más devastador si se detonara más de una arma a la vez.

La actual carrera nuclear es en buena parte responsabilidad de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, las cuales nunca respetaron el tratado de no proliferación que ellas mismas impulsaron (léase las pruebas nucleares y el continuo desarrollo de misiles balísticos intercontinentales). Se trata de una estrategia determinada por intereses egoístas que persiguen la dominación del otro en vez de la búsqueda de consensos para eliminar focos de tensión. Como advierte el secretario general de la ONU, Kofi Annan, "sin una acción concertada, corremos peligro de vernos enfrentados a una proliferación nuclear en cadena". En suma, es la humanidad entera la que se debate en un creciente peligro global, porque estas armas están cada vez más disponibles para un mayor número de países (40 tienen el conocimiento para su desarrollo) y nada garantiza que algún líder no recurra a ellas.

 
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