Usted está aquí: sábado 6 de agosto de 2005 Opinión A 60 años de Hiroshima

Anne Penketh

A 60 años de Hiroshima

Este sábado, a las 8:15 de la mañana, un minuto de silencio resonó en todo el mundo. El pueblo de Japón recordó a las víctimas de la primera bomba atómica arrojada por un avión B-26 estadunidense en la ciudad japonesa de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945.

A más de medio mundo de distancia, en Teherán, el nuevo hombre fuerte de la política iraní, el presidente Mahmoud Ahmedinejad, asumirá el mandato ante el Parlamento de su país. Su presidencia presagia una nueva era de incertidumbre ante las muy peligrosas relaciones que existen entre su país y Occidente, debido a las ambiciones nucleares iraníes. En Pekín, las urgentes pláticas para desalentar el programa de armas nucleares de Corea del Norte están cerca del colapso. En Pakistán, continúan esfuerzos para enfrentar el más grande escándalo mundial de proliferación de armas nucleares.

A 60 años de Hiroshima, cuando una sola bomba mató a 237 mil 62 personas, ha comenzado una nueva carrera armamentista nuclear.

La crisis se profundiza en Irán debido a que existe la sospecha de que sus actividades están encaminadas a desarrollar armamento nuclear. Teherán amenaza con reanudar su conversión de uranio la semana próxima, lo que precipitó una reunión de emergencia de la Agencia Internacional de Energía Atómica que probablemente tendrá como resultado que el tema sea canalizado hacia el Consejo de Seguridad de la ONU, que podría imponer sanciones contra Irán. En las conversaciones en Pekín, llevadas a cabo por un total de seis bandos, Corea del Norte se niega a abandonar su programa de armas nucleares que podría provocar que otros hongos atómicos se eleven como una nube sobre Asia.

Los investigadores internacionales están luchando por combatir el lucrativo mercado negro que se extiende como una red de proliferación a lo largo y ancho de al menos dos continentes gracias a la codicia de un hombre: el padre de la bomba nuclear paquistaní. El científico A. Q. Khan, el mismo que vendió secretos nucleares a Irán, Libia y posiblemente también a otros países, está actualmente bajo arresto domiciliario.

Al Qaeda no ha sido derrotada en sus escondites, y persisten los temores de que en ellos haya terroristas que trabajan en una bomba sucia que extenderá radiación y pánico en grandes ciudades. A la luz de la guerra en Irak, donde no había armas nucleares, naciones en desarrollo suponen que si Corea del Norte se salvó de la invasión fue porque su capacidad nuclear resultó disuasiva, y sacan sus propias conclusiones sobre esto.

Los intentos internacionales de renovar un pacto global que prohíba la proliferación de armas nucleares se han ido a pique. En pocas palabras, el sistema internacional de salvaguardas cuyo objetivo es prevenir horrores como el de Hiroshima volvieran a ocurrir está atrapado en el caos.

La revisión al Tratado de No Proliferación (TNP) realizado por 189 estados se derrumbó hace dos meses entre recriminaciones y acusaciones de que las cinco principales potencias nucleares no tenían la menor intención de cumplir el compromiso asumido en el documento de tomar medidas para desarmarse. Ya se han presentado todos los síntomas de que el tratado que supuestamente iba a proteger al mundo del peligro atómico ha muerto. Corea del Norte se salió del tratado, haciendo alarde de que tiene armas nucleares. Otros miembros como Irán, Egipto y Corea del Sur ya fueron sorprendidos burlando el tratado.

Pero el documento ya había sido seriamente socavado por estados que estaban fuera del TNP y que se convirtieron en potencias nucleares: Israel, India y Pakistán. La revisión del TNP en la ONU, la primavera pasada, tenía que ser una oportunidad a buen tiempo de reforzar las garantías nucleares. En cambio, la conferencia de un mes se volvió en una amarga disputa y lucha de lodo en la que la administración estadunidense ignoró su propio récord y se dedicó a acusar a Irán y a Corea del norte.

En el fondo, ese tratado de cuatro décadas era un compromiso muy benévolo. Los cinco poderes nucleares -Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China- acordaron trabajar en pro del desarme atómico. Los estados no nucleares renunciaban a cualquier ambición de desarrollar armas atómicas; se comprometían a abrir todas sus instalaciones para inspección, y a cambio se les garantizaban beneficios para desarrollar tecnología nuclear pacífica.

Los cinco grandes siempre han dado motivos para que se les acuse de hipocresía. Detrás de la retórica del desarme han intentado todo lo que ha estado a su alcance para evitar que las naciones de segundo nivel de prosperidad obtengan armas nucleares, mientras se aferran a los arsenales que conservan a pesar de que han aceptado hacer algunos recortes estratégicos.

Tanto Estados Unidos como Gran Bretaña han incrementado y modernizado esos arsenales. El gobierno de Bush desarrolla un destructor de búnker nuclear, con el poder de desbaratar instalaciones subterráneas profundas. Inglaterra ya ha mandado construir misiles Trident de nueva generación. Con el TNP seriamente debilitado, el reto para el nuevo siglo es que el genio se quede dentro de la botella, en momentos en que las rivalidades regionales en Medio Oriente y Asia corren el riesgo de volverse nucleares.

Para la administración Bush, abiertamente hostil a una solución proveniente de la ONU, la solución ha sido hablar o bombardear: negociar con Estados que ya tienen las armas (como Corea del Norte), o perpetrar ataques preventivos contra los que no la tienen (como Irak). Funcionarios estadunidenses dicen que actuar fuera del tratado ha dado frutos: Libia se doblegó en 2003 cuando Muammar Kadafi decidió deshacerse de sus armas de destrucción masiva.

Sin embargo, este enfoque contiene el riesgo inherente de abrir una vía para el chantaje nuclear, que es lo que ha hecho Corea del Norte al tratar de convencer a Occidente de compensar a este Estado ermitaño con concesiones, o de lo contrario, continuara con sus planes nucleares. Como en el caso de Irán, las negociaciones se han estancado ante la insistencia norcoreana en que tiene derecho a un programa civil, si es que renuncia a las armas nucleares.

Irán, miembro del TNP que insiste en que el documento le concede el derecho de enriquecer uranio para generar energía nuclear, se ha enfurecido por la cooperación estadunidense con India, que no es miembro del tratado, que se ganado a base de explosiones su lugar dentro del "club nuclear", con ensayos con los que este país y Pakistán se retan mutua y constantemente en 1998.

En un mundo que ya no es guiado por un régimen aceptado universalmente, los países están considerando sus opciones nucleares. Los estados árabes están convencidos de que Israel tiene esas armas y sacan sus propias conclusiones. Irán está rodeado de vecinos hostiles como Israel y Pakistán. Un ensayo nuclear en Corea del Norte puede provocar que Taiwán y Japón sigan el mismo camino.

Preocupados por el lodazal militar en Irak, miembros del gobierno de Bush han decidido seguir la ruta diplomática al tratar con Irán, pero esta senda es impredecible y también plagada de peligros. Si el Consejo de Seguridad no logra alcanzar un acuerdo para castigar a Irán, se asomará nuevamente la posibilidad de aplicar la opción militar.

Israel no ha guardado en secreto su intención de poner un alto al programa iraní de armas nucleares, como lo hizo cuando atacó, en 1981, el reactor de Osiraq, en Irak, lo que retrasó, mas no contuvo, la misión nuclear de Saddam Hussein. Pero si Israel ejecuta un ataque militar, los iraníes pueden responder golpeando a cualquier otro lugar de la región o llevar a la clandestinidad su programa nuclear, de la mano del ala dura de Teherán, que se verá favorecida. Como señaló un experto en el tema, un ataque israelí daría "carta blanca a todos los mullahs".

La pregunta del futuro es si la disuasión nuclear funciona. La amenaza de un ataque nuclear estadunidense, aunque velado, no impidió que Hussein invadiera Kuwait. Del otro lado, la ostentación norcoreana de su arsenal nuclear salvó al país de la invasión. Y eso que las armas nucleares no han sido -todavía- usadas en el campo de batalla.

Hoy en día, los poderes nucleares "oficiales" tienen suficientes armas para aniquilar al mundo muchas veces. Hay otras 40 naciones que tienen el conocimiento necesario para unirse al club. Sesenta años después de Hiroshima, ¿quién puede decir con seguridad "nunca más"?

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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