Perpetúa estereotipos discriminatorios • Apología de una discriminación
con matices “humanistas” Ochy Curiel De regreso a México hace unos días, compré el periódico y encendí el televisor para ver las noticias y ponerme al día. Además de los temas acostumbrados como el narcotráfico y la delincuencia organizada, el metrobús, los dimes y diretes de Fox y López Obrador, un titular de un medio de comunicación local decía: Estados Unidos acusa a México de racista. Me quedé asombrada y curiosa. Resulta que la oficina de Correos de México había emitido una estampilla postal con la imagen de Memín Pinguín, el niño negro de la famosa historieta mexicana. Esta estampilla fue motivo para que el famoso afronorteamericano, reverendo Jesse Jackson, acusara a México de racista, todo lo cual desató entre México y Estados Unidos un gran debate, en el que incluso intervino La Casa Blanca, y logrando titulares en los principales medios de comunicación de ambos países. Las razones traspasan al personaje de la historieta y tienen que ver con las tensiones en torno al tema de la migración que existe actualmente entre los dos países. No profundizaremos sobre ello en este artículo. Semanas antes se había dado otro acontecimiento. El presidente Vicente Fox había hecho unas declaraciones acerca de los y las mexicanos y mexicanas migrantes en Estados Unidos, quienes, según palabras del presidente, realizan trabajos que “ni los negros” quieren hacer. Esto despertó en el reverendo Jackson la primera acusación al presidente Fox, de racista, pues se hacía alusión negativa a la población afroamericana, por lo que se solicitó se retractara de tales afirmaciones, cosa que el presidente nunca hizo, justificando que sus palabras habían sido mal interpretadas. Nunca antes, que yo sepa, ni el reverendo Jackson ni George Bush se habían pronunciado en torno al racismo que en México se dirige hacia las poblaciones indígenas, ni tampoco al racismo que los y las migrantes mexicanos y mexicanas sufren en Estados Unidos. Cuando era niña leí a Memín Pinguín, pues también se vendía en República Dominicana. Me parecía simpático y no se por qué, me daba pena, probablemente la pena que yo misma sentía cuando era víctima de racismo. Un problema que para mí tenía la historieta era que no estaba en colores, cosa que me desagradaba. Ahora volví a comprar Memín Pinguín, pues de nuevo, fruto del debate, ha vuelto a venderse en los puestos de periódicos mexicanos y esta vez sí a colores. Lía, mi hija social de 12 años, quien por la socialización que le hemos dado tiene hasta ahora muy pocos signos racistas, aunque no está exenta de racismo como todas y todos, no conocía a Memín y le presenté la portada de una de las historietas cuando llegué a Buenos Aires para ver su reacción. Me dijo: “¿Es un mono?”, le contesté tristemente: “no, supuestamente es un niño negro”. Ciertamente la imagen de Memín Pinguín, tiene la boca más grande que cualquier negro normal. Se asemeja a un mono, más que a un niño negro de nuestros pueblos afrolatinoamericanos y caribeños, primer signo racista de su dibujante. La imagen de los amigos de Memín, en cambio es de niños blancos, nada que ver con las imágenes de los niños de los barrios populares mexicanos, cuyos rasgos son predominantemente indígenas. La historieta de Memín Pinguín promueve el racismo, pues ayuda a crear un imaginario de una realidad fenotípica que va incidiendo en los niños y niñas para que nieguen su ascendencia indígena y/o africana y que sólo valida lo blanco como prototipo humano. Por otro lado, la madre de Memín, encarna también el estereotipo que se hace de la mujer negra: regordeta, también con la boca exageradamente grande y trabajadora doméstica, aunque “buena gente”, con un delantal, un pañuelo en la cabeza con el nudo hacia arriba, la misma imagen que aparece en la harina del Negrito y en decenas de productos. Las otras madres que aparecen en la historieta son profesionales o realizan otros tipos de trabajo fuera de la casa. La imagen de la madre de Memín sigue generalizando y universalizando una mujer negra, como si todas fuésemos iguales y como si sólo el trabajo doméstico fuera lo que sabemos hacer y estuviésemos “esencialmente” condenadas para ello. Yo me pregunto: ¿si la madre de Memín hubiese sido médica, abogada o ingeniera, sería el personaje tal como está presentado en esta historieta? Seguro que no. Memín es el único de la historieta que habla en un lenguaje popular, con una jerga muy especial en relación con sus amigos de escuela y del barrio. Los amigos de Memín, todos varones, lo cual expresa el androcentrismo de su inventora, hablan un “buen español”, cosa que se contradice con la cotidianidad mexicana, en donde los chicos adolescentes de barrios populares tienen un argot muy particular y creativo, que muchas veces una ni entiende. Sólo Memín expresa ese argot y hace travesuras, lo cual le hace aparecer como el más bruto de todos. Y he aquí otro estereotipo racista. Se asume que las y los negros son brutos, hacen de hazmerreír, son traviesos y sólo aptos para trabajos que implican fuerza física o doméstica, sin aptitud para los intelectuales u otros que son valorados social y económicamente. El único que lleva un apodo es Memín, cuyo nombre formal es Guillermo, el resto de sus amigos se llaman Carlos, Ernesto, Ricardo. ¿Por que no llamarle Guillermo? Porque para un personaje tan estereotipado se necesita un sobrenombre capaz de acercarse a lo que expresa su imagen: travieso, bruto y pequeño. Y es que las imágenes que se han hecho de los negros y las negras expresan la ideología racista que se cuela en los cuerpos y en el lenguaje, que son explotados, vendidos y burlados. Memín Pinguín fue creado en el 1945 por Yolanda Vargas Dulché, mexicana, blanca, cuya madre era de ascendencia francesa, de mucho éxito empresarial, luego de crear la historieta y otras obras. He aquí lo que la intelectual afroamericana Bell Hooks llama “devorar el otro”. El otro, la otra, se asume como aquellas y aquellos que no son el prototipo “universal” de lo humano: blanco, heterosexual, hombre con solvencia económica. Una otredad que se ha creado con base en relaciones de poder, y que hace que grupos sociales históricamente sean víctimas de explotación, opresión, violencia, racismo, xenofobia, sexismo: son las mujeres, las y los negros, las y los indígenas, lesbianas y gays, migrantes del Sur, etcétera… El sistema racista sólo asume como válidos esos “otros” y esas “otras” cuando le sirven para perpetuarse. No es casual que su inventora haya mejorado tanto su situación económica llegando incluso a tener su propia editorial y una constructora, hacer negocios con empresarios y empresarias de muchos otros países como Filipinas, Italia, China y Colombia, pues mientras devoraba a Memín, un niño negro, poniéndolo como el más pendejo de los pendejos, ella se hacía una gran empresaria con base en su explotación simbólica y esto se hace constar en las últimas hojas de la historieta número uno, como si se tratara de un hecho humanista y emprendedor. He escuchado por parte de sus
defensores y defensoras, que la historieta de Memín Pinguín
enaltece los valores humanos. ¿Cuál valor humano si lo
que más promueve es el racismo dirigido hacia un niño?
Memín Pinguín es una apología de un racismo con
matices humanistas y maternalistas, exactamente como siempre ha funcionado
el sistema: reconoce con un discurso de la tolerancia “los y las
que se consideran diferentes”, pero las relaciones de poder siguen
intactas. Si no, sólo hay que ver en el propio México
los niveles de pobreza y explotación que sufren los pueblos indígenas,
mientras los gobiernos se llenan la boca hablando de “nuestros
pueblos indios”. |