Usted está aquí: sábado 23 de julio de 2005 Opinión DESFILADERO

DESFILADERO

Jaime Avilés

Largo viaje a Okinawa

Pasado, presente y futuro de López Obrador

Primero el debate, luego la propaganda: LIO

LA SEMANA QUE va a comenzar será, ahora sí, la última de Andrés Manuel López Obrador al frente del Gobierno del Distrito Federal. Ante la orgía publicitaria en que están alegremente revolcándose los precandidatos del PRI y del PAN con los patrones de las empresas televisivas, protagonizando un espectáculo que pone los pelos de punta cuando se piensa que eso es lo que desean mantener hasta el fin de los tiempos aquellos que en los pasados dos años hicieron de todo a fin de acabar con el Peje, este es un momento muy oportuno para emprender un balance y trazar una perspectiva.

Muerto el PAN -atrapados sus patéticos suspirantes en la catacumba de las momias de Guanajuato-, los mexicanos ya sabemos a qué le vamos a tirar durante la contienda electoral del año venidero. Y si algo puede con certeza anticiparse es que el próximo presidente de la República será tabasqueño. Tarde o temprano, poco a poco, a las fuerzas democráticas se les impondrá claramente una disyuntiva: con López Obrador o contra López Obrador. Pero si la respuesta es favorable desde la izquierda, ésta no vendrá en automático y Andrés Manuel deberá aceptar el debate para lograrla.

Cabe, por eso mismo, sopesar ahora los tres momentos en que se divide la trayectoria política de López Obrador, situados respectivamente en el pasado, en el presente y en el futuro. El primero corresponde, por supuesto, a la etapa tabasqueña, cuando becado por el gobierno de Luis Echeverría para estudiar ciencias políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México regresa a su estado y la primera encomienda que recibe, por cuenta del Instituto Nacional Indigenista, es trabajar con las comunidades chontales del municipio de Centla. Ante la falta de tierras de cultivo, se las ingenia para organizar la construcción de chinampas, como las de Xochimilco, sobre las aguas pantanosas. El éxito de ese proyecto lo catapulta a la cima de la pirámide local.

Enrique González Pedrero, gobernador en turno, lo nombra presidente del comité estatal del PRI y le encarga la democratización del partido. López Obrador pone manos a la obra tratando de cumplir la instrucción, pero si algo consigue es unificar a todos los poderes fácticos en su contra. Por lo tanto, renuncia a su cargo, abandona su militancia y se refugia en la ciudad de México, donde obtiene una chamba en el Instituto Nacional del Consumidor y crea el servicio de Locatel.

Los años del exilio en la región más contaminada del aire terminan cuando el ingeniero Cárdenas encabeza la corriente que se rebela contra el neoliberalismo dentro del PRI y funda el Frente Democrático Nacional. López Obrador torna a Villahermosa para impulsar la organización de la nueva fuerza política. Su prestigio entre los campesinos de Centla le abre las puertas para establecer relaciones con todas las comunidades indígenas de la Chontalpa, que sufren en carne propia los estragos del boom petrolero auspiciado por López Portillo.

Tras la victoria de Cárdenas y el fraude de Salinas de Gortari, López Obrador lanza su candidatura al gobierno de Tabasco; si bien pierde ante Neme Castillo, levanta una fuerza opositora de extracción muy popular, que se convertirá hasta la fecha en un factor decisivo para el equilibrio de poderes en la entidad. Dos años después, al cabo de una caminata masiva a la ciudad de México, el movimiento logra la caída de Neme, lo que precipita el encumbramiento de Roberto Madrazo como supremo cacique estatal, protegido por Carlos Hank González.

Las sucesivas batallas contra Madrazo, con sus correspondientes derrotas y novedosas formas de protesta en la capital del país, hacen de López Obrador una figura de dimensión nacional y su ascenso a la presidencia del PRD marca el fin de la etapa tabasqueña y el inicio de la que ahora, el viernes de la semana entrante, va a concluir.

Los 50 compromisos

No dispongo de las cifras que lo demuestran, cosa que no me preocupa ya que nadie cuenta a su vez con las que prueben lo contrario, pues no existen, pero lo cierto es que mientras dirigió al PRD López Obrador obtuvo para ese partido las más altas votaciones de su historia -121 diputados, si no me equivoco, integraron su grupo parlamentario en San Lázaro- y la conquista de las primeras gubernaturas. Antes de asumir la jefatura del GDF, López Obrador es, con mucho, un político que salió con éxito de la mayor parte de sus tareas. No es extraño que, con esos antecedentes, culmine ahora su dinámica gestión al frente del gobierno capitalino como dueño del más alto porcentaje de aceptación popular -muy lejos de Madrazo y de los maniquíes panistas-, debido en parte a que supo cumplir nueve de cada 10 de sus promesas de campaña. Esto no es un panegírico: allí están los hechos.

Finalizado su compromiso con el presente, López Obrador ha comenzado a dibujar, con elementos muy concretos, el aspecto que puede adquirir el futuro. Cumplir los acuerdos de San Andrés y comenzar a pagar la deuda histórica que el país tiene con las comunidades indígenas; otorgar en todo el país el derecho a la pensión alimentaria para los mayores de 70 años; becar a todos los discapacitados pobres; generalizar la atención médica; fortalecer el salario mínimo por encima de la inflación; mejorar las pensiones de los jubilados; supri- mir las pensiones millonarias de los ex presidentes; fortalecer el Seguro Social; asegurar la gratuidad de la educación pública en todos los niveles; dar útiles escolares gratuitos a todos los niños del país; crear 200 preparatorias y 30 universidades públicas; apoyar la investigación científica; fomentar el deporte; cuidar el patrimonio cultural y estimular la creación artística; fomentar la lectura; ampliar la cobertura de las estaciones culturales de radio y de los canales 11 y 22 de tv; fomentar la economía de autoconsumo en las comunidades, la producción para el mercado interno y la agroexportación; fomentar la pesca y el consumo de pescado; renegociar con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio en lo tocante a la libre introducción de maíz y frijol a México; incrementar la siembra de árboles maderables en el sureste; definir una política integral del agua; modernizar el sector energético sin privatizar Pemex ni la CFE; promover la coinversión pública y privada para la construcción de infraestructura, obra pública y vivienda; fomentar el desarrollo de la industria; detener la fuga de maquiladoras; dar créditos para el autoempleo; construir medio millón de viviendas al año; unir el Pacífico y el Golfo a través del istmo de Tehuantepec mediante ferrocarriles; recuperar el servicio de transporte ferroviario para pasajeros, al menos en una línea del Distrito Federal a Estados Unidos; construir un nuevo aeropuerto internacional en Tizayuca; impulsar el turismo; cerrar el penal de las Islas Marías y destinar esa zona al ecoturismo; respetar las libertades religiosas; dejar de ver el combate a la delincuencia como asunto de policías y ladrones; no usar al Ejército para la represión; rescatar la tradicional política exterior de México; poner por delante el tema de la migración en la agenda con Estados Unidos; fomentar la austeri- dad en el gobierno; combatir la corrupción; elevar la recaudación fiscal; simplificar el pago de impuestos; crear bancos regionales; reordenar la deuda pública para hacerla transparente; resolver definitivamente el Fobaproa; respetar la autonomía del Banco de México; renovar el federalismo; respetar la autonomía del Poder Legislativo; reformar el Poder Judicial; devolverle dignidad al Po- der Ejecutivo; someter a consulta la revocación del mandato presidencial.

Eucalipto o bambú

Hasta allí, en el catálogo de buenas intenciones, saltan a la vista dos ideas que años atrás la izquierda combatió con ahínco y no puede pasar por alto ahora: impulsar la multiplicación de plantaciones forestales comerciales en el sureste y revivir el proyecto zedillista del istmo de Tehuantepec, que en su momento rechazamos como una grave amenaza a la soberanía nacional, ya que al construir una vía de comunicación estratégica entre Asia y Europa a través de México, el dominio de la zona podría adquirir importancia militar para Estados Unidos.

López Obrador, no hace falta decirlo, no es Zedillo, pero su novedosa propuesta lo menos que exige es una detallada explicación, así como la "siembra de árboles maderables" podría condicionarse a que en lugar de emplear eucaliptos, la especie más destructiva, se le diera impulso decisivo al bambú. Todo está sujeto a discusión y el proceso apenas comienza; la que resulta inadmisible por prematura es la indicación que el Peje dio a sus redes ciudadanas de que difundan estos "compromisos" casa por casa, tarea a la que se opondrá enérgicamente el Lado Izquierdo Opositor (LIO). Primero el consenso, después la propaganda.

¿Japón?

Escribo estas líneas desde algún lugar fuera y lejos, muy lejos del país. Desde pasado mañana, la sección cultural de este diario, por la generosidad proverbial de Pablo Espinosa, publicará una serie de crónicas titulada "Largo viaje a Okinawa", en la que intentaré contar cómo, aprovechando una invitación del Partido Socialista Argentino para intervenir en un coloquio sobre periodismo en Buenos Aires, pude conocer de primera mano uno de los más acuciantes problemas de Sudamérica y, sin proponérmelo, de buenas a primeras, llegué a Japón...

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