Usted está aquí: lunes 18 de julio de 2005 Economía Ni 10 ni 12, sino 69

León Bendesky

Ni 10 ni 12, sino 69

Un país es lo que es. Y es irrelevante si ocupa el lugar número 10 o el doceavo entre las economías del mundo. También una sociedad es lo que es. Y lo que importa es cómo vive, las oportunidades que tiene y los horizontes que enfrenta. Nada de eso se consigue por decreto ni es cosa de voluntades. Esto no parece que se comprenda en las cúpulas del poder, y la experiencia en México ha sido muy clara al respecto durante muchas décadas en que no ha habido coincidencia entre los proyectos políticos y las capacidades de los responsables de impulsarlos y las condiciones de existencia de la gente.

La semana pasada, cuando el Banco Mundial presentó un informe con el listado del tamaño de las economías, en el que nuestro país apareció en el lugar 12, en vez del décimo que ocupó antes, Eduardo Sojo, quien coordina las políticas públicas del gobierno y cuenta de forma privilegiada con el oído presidencial en esa materia, reaccionó de modo airado y rápido para aclarar el asunto.

La discrepancia se basaba en una diferencia en el método de medición del valor del producto que se genera y que se aplica para poder comparar a los distintos países. El Banco Mundial se apresuró a aclarar la cuestión, aunque con una convicción más bien burocrática y para superar así la disputa, más bien trivial, con uno de sus socios. Pero el caso es que, finalmente, según uno de los métodos de medición esta economía es la número 12 y según el otro es la 10.

El debate terminó ahí por fortuna y, bienvenidos a la realidad, pues la economía mexicana sigue siendo la misma de antes, aunque se haya salvado desde Los Pinos el honor nacional y la reputación del país. Después de todo no sólo de pan vive el hombre, ni tampoco la mujer, para estar a tono con la actual gramática oficial.

Lo que no se sabe es si ante el disgusto provocado por dicho informe, los asesores del presidente Fox pusieron atención en el hecho de que en el informe original del Banco Mundial se habían colocado por delante España y Corea, países mucho más pequeños en extensión territorial y población que México y con una experiencia reciente de crecimiento de mucho mayor consistencia práctica y políticamente.

Tampoco quedó claro si en medio de la contrariedad que les provocaron los escalafones del tamaño de las economías, esos asesores vieron el resto del documento motivo del desencuentro, pues en uno de los cuadros que se incluyen se advierte que México ocupa el lugar 69 en cuanto el ingreso por habitante entre los países del mundo.

No debe olvidarse que este indicador se obtiene dividiendo el valor total del producto que se genera entre el número de los habitantes de un país. Es un promedio simple, y en el caso de México es un dato ilusorio, pues se enmarca en una muy desigual distribución de ese ingreso.

Según la reciente Encuesta sobre el Ingreso y el Gasto de Hogares, que dio a conocer el INEGI hace un par de semanas, 10 por ciento de los hogares más ricos concentra 38 por ciento del ingreso total que se crea, y eso equivale a lo que toca a 70 por ciento de los hogares más pobres. Así que la cifra promedio es muy poco representativa del nivel de vida de la población.

Con datos más desagregados de la concentración del ingreso se pondría en evidencia que México es uno de los países con mayor desigualdad del mundo. Este es el punto sobre el cual deberían centrarse las consideraciones sobre cómo opera la economía y los efectos que produce en términos sociales, más allá de cualquier significado que se quiera dar al tamaño del producto y el lugar que tenemos en la jerarquía mundial. Pero éste no pareció al mismo Sojo un aspecto relevante de las condiciones que prevalecen, ahí no podía hacerse aclaración alguna y era mejor evitar algún comentario adicional del Banco Mundial.

El gobierno actual es sumamente sensible a la información económica sobre el país que se genera en los organismos internacionales o la que dan los bancos comerciales y las calificadoras de crédito, no importa cuáles sean los criterios técnicos y políticos con los que se ofrezcan, aunque sean muy evidentes para quien los escucha. El caso ha sido encontrar en ellos algún sustento a la gestión de las políticas públicas, sean de índole financiera o social.

Nada de ello, sin embargo, cambia la realidad de cómo funciona la economía, a pesar de toda la mercadotecnia que se use para intentar convencer de lo contrario.

La gestión económica de este gobierno es bastante limitada en cuanto a su visión y sus resultados, y el entorno político tampoco la ha favorecido. Los responsables de la administración pública han sido poco eficaces y los partidos en el Congreso han sido muy poco funcionales para reorientarla, para generar mayores inversiones y replantear las estrategias del crecimiento y del desarrollo. El costo de oportunidad de la deficiente administración del país es enorme y se acrecienta de modo permanente.

Ya no hay tiempo para remediar; este gobierno ya se acabó. Pero así se hace más evidente el vacío en el que enfrentamos la próxima temporada electoral. Este país es el que es.

 
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