Usted está aquí: domingo 10 de julio de 2005 Opinión La venta de nuestro futuro

Antonio Gershenson

La venta de nuestro futuro

Nuestro país era, en lo fundamental, autosuficiente en materia de abastecimiento de energía. Claro, somos un país petrolero. A pesar de eso, se optó por generarnos una doble dependencia. Por un lado, reducir nuestra capacidad de refinación y evitar su ulterior crecimiento significativo para que tuviéramos que importar crecientes cantidades de gasolina: fueron cerradas la refinería de Azcapotzalco y otras instalaciones, sin que se instalara nada en su lugar. Por el otro, provocar un disparo en la demanda de gas natural, haciendo que casi todas las nuevas plantas de generación de electricidad, y numerosas instalaciones industriales, consumieran ese energético.

Los objetivos de crearnos una doble dependencia artificial, hasta el momento, se han ido logrando. En 2004, 38 por ciento del mercado interno de gas se abastece con importaciones provenientes de Estados Unidos, y alrededor de 30 por ciento de las gasolinas aquí consumidas son importadas.

Los pretextos han sido ambientales. Claro, los funcionarios no quieren ni oír hablar de equipos y procedimientos anticontaminantes, que en otros países son de uso normal. Eso echaría a perder el negocio. Pero el hecho es que en Estados Unidos, en varias regiones hay normas ambientales más rigurosas que las nuestras, la mitad de la electricidad se genera con carbón, que supuestamente sería aún más sucio que nuestro combustóleo... si no fuera por los procedimientos y equipos anticontaminantes.

Supuestamente el diesel en una planta de ciclo combinado es muy caro... ¿en comparación con el gas, ahora en niveles crecientes en cuanto a su precio, ya no digamos lo que viene? Pero hay otro elemento importante: se nos han impuesto los llamados precios de transferencia, que fueron inventados para que todo saliera más "barato" si lo importamos. El diesel salido de una refinería de Pemex no hay que pagarlo, si entendemos que esta entidad debe volver a estar integrada, y el gas importado sí. Y el valor en uno y otro caso no necesariamente favorecerá al gas importado. Varias plantas de ciclo combinado de la Comisión Federal de Electricidad han estado operando parte del tiempo con diesel y parte con gas natural, en el caso de ciclo combinado, y parte del tiempo con gas y parte con combustóleo, en los casos de plantas de vapor, sin que haya pasado nada grave. Hay plantas turbogás que han operado con diesel siempre, al no haber un gasoducto que llegue a su lugar. Y, más allá de que conveniencia económica que tendríamos, la seguridad energética y la independencia en estas áreas estratégicas tienen un valor enorme.

Pero los partidarios de la dependencia a ultranza no se conforman con haber generado una dependencia que podría ser revertida en un proceso inverso al que ellos impulsaron. Y quieren prolongar la dependencia a largo plazo. Su principal herramienta son las plantas regasificadoras.

Estas plantas, en varios casos en proyecto pero en otros, con diferentes grados de avance, tienen varias modalidades. La que estaría flotando cerca de las islas Coronado, frente a las playas de Tijuana, fue objeto de una concesión (sin importarles la prohibición expresa en el artículo 27 de la Constitución) por 30 años, de casi un millón de metros cuadrados de nuestras aguas territoriales. Como referencia adicional, esta superficie está dentro de la franja de 100 kilómetros que colinda con la frontera con Estados Unidos, y también en la franja costera de 50 kilómetros. Se habla de un concurso, pero la descripción del terreno y del proyecto en la concesión, publicada en el Diario Oficial, aunque se haya restringido la circulación de este número, es un retrato hablado del proyecto que ya tenía, incluso con trámites avanzados, la Chevron-Texaco, que, claro, resultó ganadora a través de una subsidiaria formada para este propósito.

En otros casos se plantea o se han firmado contratos de largo plazo para la adquisición del gas a ser importado. En general, se han tomado como base los precios del gas natural en el sur de Texas y, aunque se resten de ese precio algunos centavos de dólar, los costos son muy superiores que los de combustibles alternos, en términos del kilovatio-hora generado. Si esto es así con los actuales precios, muy superiores que los de las previsiones de los funcionarios que firmaron los contratos con particulares hace tiempo, no digamos con lo que puede esperarse para los precios en los próximos años. Con el petróleo caro, con la capacidad productiva de América del Norte ya iniciando su declinación, con la demanda creciendo y con los posibles proyectos de ampliación a años de distancia, el riesgo de amarrar nuestros costos a los precios del gas en el sur de Texas durante años e inclusive décadas, es enorme. Para no hablar de la prolongación de nuestra dependencia por esos tiempos.

Numerosos pobladores de las zonas elegidas para estos proyectos se han opuesto a los mismos por diversas razones. Los mexicanos en general tenemos otras más, como se ve con los hechos mencionados en este escrito.

 
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