Usted está aquí: martes 5 de julio de 2005 Opinión Saldos electorales: el dinosaurio sigue allí

Editorial

Saldos electorales: el dinosaurio sigue allí

Las campañas electorales y los resultados de los comicios realizados el domingo pasado en el estado de México y Nayarit dejan tres datos claros en el panorama político nacional: por una parte, el declive inocultable del Partido Acción Nacional (PAN), el cual sufrió, en ambas entidades, un descalabro de grandes proporciones; por la otra, la persistencia de la maquinaria electoral priísta con toda su cauda de alquimia, mapachismo, acarreo, compra de votos, parcialidad de las autoridades y hasta boletas marcadas, antes de la elección, en favor del Revolucionario Institucional, como en los viejos tiempos. En tercer lugar puede percibirse el avance perredista en ambas entidades.

El primero de esos elementos confirma, por si hiciera falta, el sostenido retroceso electoral experimentado por el panismo desde las elecciones legislativas de 2003, fenómeno que no sólo se explica por el desgaste que es casi consustancial al ejercicio del poder, sino también por los malos resultados del gobierno federal y por administraciones blanquiazules ­estatales y municipales­ indefendibles, así como por los pleitos internos del panismo.

En cuanto a la cosecha de votos lograda en ambas entidades por el partido del sol azteca, el hecho parece más resultado de circunstancias coyunturales o regionales ­la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, en el caso del estado de México; el arraigo local de las izquierdas, en Nayarit­, así como del hartazgo ciudadano ante la continuidad y las semejanzas entre el PRI y el PAN, que de méritos propios del perredismo, el cual concurrió a los procesos electorales referidos con sus vicios habituales: disputas tribales, pragmatismo evidente de sus fórmulas y ausencia de programas claramente delineados.

Lo más alarmante de la jornada del domingo fue, con todo, la presencia de un priísmo desaseado, especialmente en el estado de México, que sigue recurriendo a métodos antidemocráticos, corruptores y turbios para ganar elecciones. La falta de transparencia con que el candidato oficialista de esa entidad logró hacerse de la victoria ­situación a la que se sumó el derrumbe de la autoridad electoral local semanas antes de las elecciones, en medio de un escándalo por confesiones de corrupción de varios de sus consejeros­ hace casi inevitable que el comicio desemboque en un conflicto poselectoral que habrá de dirimirse en tribunales. Es probable que otro tanto ocurra en Nayarit, donde el candidato priísta a la gubernatura logró una ventaja mínima, según los resultados oficiales, sobre su rival del sol azteca.

Cuando falta casi un año para las elecciones presidenciales de 2006, resulta inevitable ver en los comicios del domingo una prefiguración de tendencias políticas que se expresarán dentro de 12 meses: autoridades electorales carentes de la credibilidad requerida; comicios que desembocan en tribunales; priísmo que gana elecciones con el uso indebido de la maquinaria estatal, inversión de sumas escandalosas de origen oscuro, acarreo y compra de votos; panismo que parece derrumbarse bajo el peso de su propia incapacidad para gobernar y perredismo que no logra convertirse en opción de poder. En consecuencia lógica e inevitable, una ciudadanía cada vez más escéptica y desencantada de las urnas.

En suma, el domingo pasado se encendieron múltiples focos de alerta. Cabe preguntarse si la clase política será capaz de reaccionar y enmendar así fuera sus vicios y carencias más graves en el plazo de un año.

 
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