Gabriela Valenzuela Navarrete Para ver al Chavo En la presentación de su libro Cuarto Mundo. No somos tan ricos, la periodista argentina Gisela Busaniche afirma: "El Cuarto Mundo son los miles de personas con los que te cruzas todo el tiempo pero con los que no te comunicas jamás porque viven o se esconden en los barrios marginales de las grandes ciudades." Una y otra vez, el discurso sociológico dice y repite que el gran pecado de la sociedad actual es que las clases media y alta nunca voltean a ver a quienes viven en los barrios bajos, como en las viejas vecindades que ahora ya parecen escenarios de fotografía de un museo. ![]() Sin embargo, la gran mayoría de quienes crecimos en las últimas tres décadas del siglo XX sí nos asomamos a una de esas míticas vecindades, donde convive el desempleado con el huérfano y con el obrero que vive al día, del mismo modo que escuchamos -y hasta cantamos y bailamos- las historias de una mujer pobre que no tenía qué darle de comer a sus hijos. Prácticamente todos, no sólo en México sino en toda América Latina. ¿O hay alguien que no haya visto -y reído- por lo menos una vez con las desventuras del Chavo del Ocho, o que no haya sido arrullado con las canciones "La Patita" o los "Cochinitos dormilones" de Cri-Cri? Los personajes "producto de la cultura del patio de vecindad" -usando los términos del escritor Armando Ramírez- son harto populares no sólo en la literatura sino en todas las manifestaciones culturales en el México del siglo XX. No obstante, de entre todos ellos, el Chavo conserva un sitio privilegiado, en especial por el alcance y la popularidad que mantiene aún casi cuarenta años después de su primera aparición. Para ejemplo, bastaría hacer mención del disco Nuevo de Kronos Quartet, que entre la selección de piezas "clásicas" mexicanas elige "Perfidia" o canciones de Agustín Lara y Silvestre Revueltas, pero también una curiosa recopilación llamada "Chavo suite". Como todo personaje que con los años ha visto construirse un culto alrededor de su figura, el Chavo tiene defensores y detractores. La defensa más ingenua arguye que es la ternura que despierta la perpetua desgracia del Chavo lo que hace que los espectadores se rían de él, y que esa es una risa inocente producto de un humorismo igualmente blanco. En el extremo opuesto, quienes están en contra argumentan -y no sin razón- que lo que se enseña a los niños es a burlarse de quienes están en una situación de desventaja con respecto a ellos. Fernando Buen Abad Domínguez, por ejemplo, dice en su ensayo "Para leer El Chavo del Ocho": "Roberto Gómez Bolaños, autor y actor de las Aventuras del Chavo de Ocho no es, por supuesto, culpable del drama que viven los niños en y de la calle y tampoco es uno de ellos. Pero su personaje, que ocupa tantos espacios en las pantallas televisivas latinoamericanas y en los imaginarios de niños y adultos, ocupa un lugar problemático que permite ver los trasfondos ideológicos de ciertas concepciones mercantiles en los monopolios mass media." Si se lee esta afirmación sin pasiones cegadas por memorias infantiles, Abad Domínguez tiene razón: el Chavo es un niño desvalido que vive de la caridad de los vecinos; no tiene padres en el programa "porque no se los han presentado"; duerme dentro de un barril, y su deseo perenne es que alguien le regale una torta de jamón. Su situación es prácticamente la misma que la de la señora Pata en la canción de Cri-cri: "Sus patitos van creciendo y no tienen zapatitos, y su esposo es un pato sinvergüenza y perezoso, que no da nada para comer..." Si se habla de un personaje de estas complejidades, no puede dejarse de lado el argumento de muchos psicólogos sociales que afirman que, con figuras como la del Chavo o la del cochinito "lindo y cortés (que) soñaba con trabajar para ayudar a su pobre mamá", no sólo se construye la ideología y la mentalidad de los niños que día tras día están expuestos a estas canciones o programas -la lista de caricaturas incluidas en sus estudios es enrome-, sino que además se les adoctrina para que, cuando adultos, recuerden cuál es su papel en la sociedad: si por desgracia no pertenecen a las clases altas, les toca padecer lo que el Chavo y sus personajes padecen y aguantan, les toca entrar a la clasificación hecha en la clase del profesor Jirafales de los animales según lo que comen: "Los animales que comen carne se llaman carnívoros; los animales que comen frutas se llaman frugívoros; los animales que comen de todo se llaman ricos". Sin embargo, acusar al Chavo de ser el causante del constante conformismo en la mentalidad mexicana también es excesivo. En más de una ocasión, Roberto Gómez bolaños Chespirito dejó en claro que, al principio, El Chavo no era un programa para niños, sino una comedia para adultos, precisamente por el entorno socioeconómico en el que se desarrollaba. Además, su concepto de humorismo implica que, más allá de la risa provocada por la situación, el contexto obliga al espectador a reflexionar sobre lo que el personaje presenta o vive. Es, pues, un humor que hace reír porque duele, porque uno reconoce la situación como cierta y cercana aunque no quiera hacerlo. Ya en su libro La risa, Henri Bergson decía que si nos reímos, nos reímos de cosas humanas, y Delia Chiaro en El lenguaje de los chistes señala que parece que los infortunios de la gente siempre han sido un tema de risa, ya que desde Platón y Aristóteles se sabe que la comedia es la representación de la gente en una situación de inferioridad, en la que además se mezcla el placer con el dolor. La risa es también un mecanismo de defensa ante la situación lastimosa que tiene en el Chavo y sus amigos a sus representantes más queridos. Nos defendemos de una imagen que aparece a nuestro lado muchas veces al día, en la cara de un niño que vende chicles, en la mano que se estira en las escaleras del metro pidiendo una moneda. En la reflexión sobre lo que la vida del Chavo muestra al espectador que sabe ver más allá del mero acto cómico, la risa es el último recurso de la desesperación. |