Zona norte, sin patrullajes militares ni policiacos extraordinarios, reporta ONG
Pobreza, marginación y delincuencia corrompen a comunidades indígenas
Expectación por conocer la nueva etapa de lucha del Ejército Zapatista
Ampliar la imagen Ind�na tzotzil pone a secar sus hilos reci�te�s para posteriormente elaborar ropa. En Nuevo Yibeljoj se han establecido numerosas familias de desplazados FOTO Jos�arlo Gonz�z Foto: Jos�arlo Gonz�z
Pueblo Nuevo Solistahuacan, Chis. 25 de junio. La relativa prosperidad de las ciudades en la "otra" región norte de Chiapas contrasta con la profunda pobreza y marginación de su inland indígena, a donde no ha llegado ni siquiera la "ayuda" excepcional (y como sea ineficiente) que se derrama en las zonas del estado donde los indígenas dijeron ya basta hace más de una década. Dicho de otro modo: aquí no se aplica ninguna contrainsurgencia.
Aquí también se han colapsado la propiedad y el poder de los ganaderos, debido a las recientes invasiones en trámite de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), vieja organización hoy parte del gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía, y por cierto en crisis por divisiones de los cioacistas a las que el propio gobierno no resulta ajeno.
En esta región de Chiapas la inseguridad es mayor que en los territorios indígenas tradicionales: asaltos constantes en la carretera Tuxtla Gutiérrez-Pichucalco (las líneas de autobuses han disminuído sus corridas nocturnas, y las hacen en caravana), cultivo y movimiento "comercial" de drogas hacia Tabasco, inversiones cosméticas del gobierno estatal (pues se trata de la zona de origen del gobernador, nacido en Soyaló). Aquí no existe el contrapeso de la autonomía de los rebeldes.
El nombre de Pueblo Nuevo se refiere a una vieja novedad, la colonización chamula que data de 1911, cuando la rebelión de Pajarito causó un éxodo significativo, del cual nació el hoy importante poblado de Rincón Chamula, verdadera "sucursal" del chamulismo que todos conocemos, con sus virtudes y también los defectos de factura priísta. Por ello no es infrecuente la violencia por motivos religiosos o de control caciquil.
La desproporcionada ocupación militar en las zonas zapatistas contrasta con la ausencia de permanente vigilancia en lugares como éste, donde la pobreza y la delincuencia corrompen la sociedad sin necesidad de contrainsurgencias y divisiones comunitarias cuidadosamente planificadas.
Aquí no se ve la guerra del sureste mexicano. Sorprende el empecinamiento de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en su tesis de que se trata de una zona "de influencia zapatista". Lo que se ve aquí (y a lo mejor a eso se refiere, sin decirlo, el instituto militar) es la persistencia de las condiciones sociales que dieron origen al levantamiento en otras regiones del estado. Del mismo modo que podría decirse de tantísimas regiones pobres, todavía más empobrecidas por el neoliberalismo rampante en el país.
Si acaso existe un problema de narcotráfico, debe buscarse por donde deveras está. Como ocurre también en, digamos, los rincones fronterizos de Marqués de Comillas o las regiones de Chicomuselo y Villaflores, otro Chiapas. Las confusiones de intención mediática sólo enturbian el panorama y ponen en tela de juicio las frágiles versiones oficiales, que se revelan como tendenciosas.
Por otro lado, a punto de cumplirse una semana del inicio de los pronunciamientos y anuncios del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), resultan interesantes las reacciones declarativas (rectificaciones incluídas) del gobierno federal y otros "actores" hasta ahora en receso, como la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). También es notable la súbita détente de la policía sectorial, que ha retirado sus campamentos en los Altos. El gobierno chiapaneco respondió a la nueva situación disminuyendo su innecesaria presencia en Chenalhó, Tenejapa y Chamula (por mencionar los municipos donde se ha podido verificar).
Es momento de matizar, desde el terreno, las versiones de una posible "reactivación" de los movimientos militares en la zona de conflicto. Lo que esta semana se pudo ver fue, primero, una inmediata reacción de alerta del Ejército federal en sus cuarteles centrales de Rancho Nuevo, Toniná y San Quintín ante la inesperada alerta roja zapatista, y enseguida un acuartelamiento muy perceptible de las tropas. Cualesquiera sean las razones de la Sedena para retirar (sin desmantelarlas) sus posiciones en dos pueblos de Chenalhó y otras partes, no parecen guardar relación con el imprevisto escenario planteado por el EZLN.
En este contexto, la Red de Defensores Comunitarios y Estación Libre realizaron este jueves un recorrido de observación en la zona norte, llegando hasta el municipio de Tila. En su informe, divulgado anoche, refieren que un agente municipal de Petalcingo y su suplente, "simpatizantes" del Ejército Zapatista, dijeron saber que "en esa zona las bases de apoyo se encontraban en estado de alerta, y que no han observado patrullajes militares ni policiacos fuera de lo común".
Los observadores civiles concluyen: "Nos alegramos de no ver presencia militar en las comunidades. Aún así, llamamos a la opinión pública a estar atenta a los posibles acontecimientos que se puedan generar en este nuevo escenario generado por las decisiones del EZLN y sus bases de apoyo".
Por lo demás, el acentuado mutismo de las comunidades autónomas y el resguardo de sus autoridades (concejos, juntas de buen gobierno), sumados a la serie de mensajes del subcomandante Marcos y el CCRI-CG del EZLN, apuntan a una "nueva etapa" que no implica una ofensiva militar de los rebeldes.
Transcurre una consulta no visible del zapatismo en sus distintas regiones, de la cual no se tiene aún ninguna información. La suspensión de actividades en las escuelas autónomas (primarias, secundarias y centros de formación de promotores) coincide con la alerta roja, pero justamente ahora habían iniciado el periodo de vacaciones. Sin duda el EZLN consideró esto al decretar alerta roja, pero no se debe a ella.
El dramatismo del momento radica en el silencio de los campesinos zapatistas, y en las respuestas del acuartelado Ejército federal y los retiros de la policía del estado en los Altos. La reactivación de los grupos paramilitares, que seguía un curso tal vez inexorable en Chenalhó, Zinacantán, Chilón, Tila o Sabanilla, tampoco ha resistido (momentáneamente si se quiere) el repentino cambio de condiciones políticas generado por el zapatismo. Si algo desentona es el fallido intento de vincular a los rebeldes con el narcotráfico; obedece al viejo guión de la contrainsurgencia, y se sostiene menos que nunca.
Los zapatistas anuncian un cambio interno y en su relación con la sociedad civil. Es posible que el gobierno, sus fuerzas armadas y las otras organizaciones políticas deban cambiar también. Ya veremos.