Ojarasca 98  junio 2005


 
 
¿Con que los mexicanos 

les quitan su trabajo 

a los americanos?
 
 

Jimmy Santiago Baca
 
 

¿Ah sí? ¿Acaso llegan a caballo
con sus riflesotes y dicen
Ese gringo, eh, dame tu trabajo?

¿Y tú, gringo, te quitas tu anillo,
sueltas la cartera en una cobija
tirada en el piso, y te largas?

Escucho que los mexicanos 
te andan arrebatando tus trabajos.
¿Será que te llegan a escondidas por la espalda
y mientras te dirijes a tu casa con una puta
te agarran y ponen el cuchillo en tu garganta
y te dicen: Quiero tu trabajo?

Hasta por televisión, donde un líder asmático
se arrastra como tortuga apoyado en su asistente
y desde el nido de arrugas del rostro
su lengua repta bajo una lluvia de flashes y reflectores
y carraspea
"Están robándose nuestros trabajos".

En vista de lo cual
me fui a buscarlos, preguntando dónde diablos
están esos bravos asaltantes.

Los rifles que oigo atronar en la noche
son de los granjeros blancos 
que disparan a los negros y los prietos
de caderas que brincan de flacas
y a sus hijos muertos de hambre,
los veo a los pobres partir en busca de trabajo,

veo a los pequeños propietarios vender sus granjas
a rancheros de saco y corbata
que viven en Nueva York,
que nunca han pisado una granja,
que no saben a qué se parece una pezuña herrada
ni conocen del olor de una mujer que se ha encorvado
el día entero sobre los campos.

Esto veo, y sólo escucho que unos cuántos
tienen todo el dinero del mundo, el resto
vale menos que los centavos 
para comprar pan y mantequilla.
 

Bajo el tibio mar verde del dinero
millones y millones de personas luchan por vivir,
buscan perlas en la oscuridad profunda 
de sus sueños, aguantan el aire por años
tratando de atravesar la pobreza
para al menos tener algo.
 

A los niños los dan por muertos. Lo que América
debería andar diciendo en la televisión, en las calles,
en las grandes oficinas es

"No les damos a esos niños
la oportunidad de vivir".
 

Los mexicanos nos están quitando el trabajo, dicen en cambio.
Lo que en verdad están diciendo es
que se mueran, y sus niños
también.


 
 
 
 
 

Zac-Zapato


 

pagina final

De origen chicano y apache, Jimmy Santiago Baca nació en Nuevo México en 1952. Lo crió su abuela, y junto con su hermano creció en un orfelinato. Prófugo desde los 13 años, a los 21 fue condenado a cinco años de prisión. Allí descubrió su vocación poética. De entonces data su primer libro, Inmigrantes en nuestra propia tierra (1979). Con creciente reconocimiento crítico, ha publicado Poemas de Mesa Negra, Martín & Meditaciones sobre el South Valley (con prólogo de Denise Levertov) y Poemas de invierno junto al Río Grande, todos en New Directions Books, Nueva York. La crudeza y brutalidad de su poesía inicial ha evolucionado en un sentido más espiritual y depurado. También es autor de Un lugar donde ponerse (A place to stand), un volumen de memorias. 

(El presente poema pertenece a Inmigrantes en nuestra propia tierra, reeditado y aumentado en 1990. Para conservar la coloquialidad, la presente versión da "americanos" por americans, siendo que en rigor se trata de los estadunidenses).
 
 
 

Manuel J. Vélez nació en Salinas, California, en 1967, y creció en El Paso, Texas, donde se vinculó desde muy joven al movimiento chicano con la Unión del Barrio, M.E.Ch.A, el National Chicano Moratorium Commitee y diversos grupos teatrales. Posteriormente ha trabajado en San Diego, como maestro de español en secundarias. Promotor de la revista literaria La calaca, en 1998 publicó Bus Stop and other poems (Calaca Press, San Diego), con textos escritos indistintamente en inglés, español, o ambos.

En los zapatos 

de su marido
 
 

Manuel J. Vélez
 
 

Doña Chavela sale

de su casa y con pasos

lentos camina por la calle.

Sus pies tiemblan con el peso

de años mientras un brazo

oscuro y tembloroso

cubre sus ojos de un sol

ardiente. Los niños 

del barrio paran de jugar

a las wachas y dejan pasar

a la Doña, deteniendo sus risas

hasta que llega a la esquina.

No saben que ella los oye.

No saben que sus risas penetran

como cuchillos a su alma

y dejan un dolor corto

pero fuerte. Los niños

solamente saben

que Doña Chavela corre

como la ranfla de Chuy,

muy apenas y con mucho 

ruido. Solamente saben

que parece piñata gorda

y fea. Que sus chanclas parecen

los del Fernie el borracho.
 
 

Aunque le duele las risas

de los niños, las ampollas

que crecen como globos

por caminar tanto en los zapatos

de su marido, Doña Chavela sabe

que lo seguirá haciendo,

porque solamente así no se siente sola.

Solamente así puede imaginar

que todavía camina a su lado

el hombre que por muerte la dejó.


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