Ojarasca 98  junio 2005

umbral

La gran mentira del mercado libre, o la permanente crisis existencial de las naciones pobres y los pueblos del globo en general, atrapados en el desempleo, el desarraigo, el trabajo denigrante y los propios valores denigrados cultural y moralmente por un puñado de patrones, políticos y banqueros que acaparan la riqueza material, así como los medios de coerción y (re)producción, mientras arrasan con la selvas, los océanos y los climas; con las agriculturas de la naturaleza y la múltiple gradación de la diversidad cultural, social y de lenguas.

En un mundo donde prevalecen las amenazas contra las mentes libres y los pueblos en lucha, si no fuera por las resistencias que siguen y no se cansan, y por las que sin cesar comienzan, todo se reduciría a guerras, vasallaje, exilio y concursos de televisión.

En horas tan críticas, cuando hasta los bancos mundiales "perdonan" la deuda de los prángana porque esto no da más, experiencias tan controvertidas pero elocuentes como la rebelión popular en Bolivia y el "no" francés a la constitución europea hablan de que algo se cocina, siempre se cocina en las casas donde habita el corazón de la humanidad.

El paradigmático neoliberalismo mexicano, y el progresivo deterioro de los gobiernos nacionales recientes, pone hoy a nuestro país ante un gobierno dislálico y cínico, un empresariado voraz y cobarde, una derecha ultra que ya sacó los púlpitos a las calles, un crimen organizado mejor organizado que nunca (en tierra de ciegos...) y una vecindad aplastante, ingrata y peligrosa con los Estados Unidos de Bush and Company. O de cuando los ladrones se disfrazan de policía, y los violadores y mercenarios de Verdad Divina.

No obstante, un número significativo de experiencias latinoamericanas, en este momento que transcurre, permite abrigar moderadas pero suficientes esperanzas. Por estos lados planetarios, aún donde se pergeñan gobiernos "populares", los movimientos sociales van por lo general al margen y hasta enfrentados con ellos. Florecen bombas civiles que se esfuerzan por ser pacíficas pero también por demostrar que no van a dejarse y, en ondas encontradas, sacuden Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, y hasta México y Chile, bajo los gobiernos más esquiroles del área.

Ante el riesgo de un potencial contrapoder de peso en su traspatio, Estados Unidos enfila las élites locales más allá de la contención tradicional (represiva), hacia la confrontación con los pueblos originarios y los trabajadores del campo. A los mapuches les pegan y los encarcelan por "terroristas"; a los aymaras los desprestigian; a los kichua los bocabajean clases medias más resentidas que claras en sus demandas; en Guatemala, a los mayas los mantienen como peones esclavizados, y en México los sitian con poderosos dispositivos de guerra y propaganda.

La doctrina del consumismo y la aceptación bovina del "destino manifiesto" han topado con un despertar latinoamericano que, hipócritamente, "preocupa" al Pentágono y sus comandos en las Américas, y las derechas (que en lo esencial son una y la misma) ponen a funcionar a sus pericos ilustrados, los Huntington, Montaner y Vargas Llosa del caso.

En México, la autonomía y la comunalidad son combatidas y sitiadas por soldados, programas sociales, proyectos de "desarrollo" y expansión transnacional, e instituciones financieras de capital estrictamente foráneo. En Bolivia, la reacción acaudalada se pertrecha en sus rincones de bonanza y chantajea a muerte la unidad nacional. De Monterrey a Santa Cruz, los enriquecidos lacayos del imperio (oh sí, recobremos esa expresión de los años heroicos) ponen en venta el agua; la riqueza natural la apuestan en el gran casino de Wall Street, y tiran a la basura identidades, culturas, espacios ancestrales.

Pero los Fukuyama se equivocan. La historia no termina. Sigue.


regresa a portada