Bravos, resabiosos, con genio, los cornudos de La Guadalupana eran dignos de mejor suerte
Fracasan tres débiles debutantes frente a una difícil novillada de Joselito Huerta
El tapatío Pepe Murillo mostró los detalles más taurinos y la mejor calidad de la tarde
Ampliar la imagen El tapat�Pepe Murillo tuvo muchas dificultades para actuar frente a los bureles de su lote FOTO Rafael S�hez de Icaza Foto: Rafael S�hez de Icaza
Cuentan los cabales que en algún momento del siglo anterior Juan Flores y el maestro Joselito Huerta decidieron convertirse en criadores de toros bravos y mezclaron sangre de aquí y sangre de allá, revolviéndola suavemente en el caldero de Hécate, la bruja shakesperiana de Macbeth, para engendrar la ganadería de La Guadalapana, que ayer debutó en la Monumental Plaza Muerta (antes México) donde, gracias a la indiferencia de la administración capitalina, sus animalitos saltaron a la arena con los colores de su divisa y no con la moña blanca de los criaderos que actúan a prueba, según lo exigía un reglamento del que ahora nadie se acuerda ya.
Al margen de tan burocráticas evoluciones, los seis novillos de hermosa estampa, bien armados de pitones y musculatura, pusieron de cabeza a los patéticos novilleros contratados por la "empresa" de Rafael Herrerías para la cuarta función de la temporada más chica del año en curso, que integraron un elenco lamentable y disparejo. Nadie sabe de dónde salió un tal Orlando Huerta, mequetrefe capitalino, que entiende las leyes secretas de la tauromaquia como la golfista Lorena Ochoa domina las de física cuántica, pero todos pudimos averiguar por qué, en el papel de segundo espada, hizo el paseíllo un muñeco de sololoy llamado José Ibarra, melosamente apodado Joselín, a quien patrocina -y viste, con un rojo terno de pasamanería morilla- esa lacra de los callejones, multimillonario de dudosa fortuna, que se autodenomina Pasión Gitana, lamentable exhibicionista cuando actúa con capote y muleta como lo hizo el pasado 7 de marzo en Mixcoac, donde ayer complementó la terna el jaliscience Pepe Murillo, que tuvo detalles muy toreros.
En un clima sumamente desasosegado, en donde los aficionados animaron intensas pugnas intrafamiliares, abrió plaza Huichol, de supuestos 408 kilos de peso, que desde el primer capotazo y, luego de batirse bajo el peto del caballo, sangrando y empujando con rabia y furia, llegó a la muleta del tal Orlando Huerta sobrado de resabios para recibir una tediosa e impotente ración de trapazos y morir de media estocada y pinchazo hondo en medio de un calor asesino.
Pasodoble y pregones de cerveceros y vendedores de sopa ramen más tarde, saltó a la arena Pablito, de dizque 409, cárdeno bragado como el anterior, que desnudó las impotencias taurinas del joven Joselín, inepto con el percal, inútil con la franela frente a ese bicho que se agigantó en el segundo tercio cuando le embistió una y luego otra vez al banderillero Alfredo Acosta, maestro indiscutible del género, sin impedir que éste le colgara dos parazos en sendos retos de poder a poder. Entonces, el capricho de Pasión Gitana empuñó muleta y estoque, pidió permiso al juez Ricardo Balderas y culminó el tercio final de la lidia cosechando un aviso en el palco de la autoridad y rechiflas en los tendidas.
Pepe Murillo, que el 30 de abril de 2003 se presentó juntó a los fenómenos infantiles Hilda Tenorio y Joselito Adame bajo la batuta de José San Martín, se las vio con Cachorro, cárdeno bragado y alunarado de 400 kilos, que se rajó después del caballo y tras las banderillas se ancló a la arena y se refugió en las tablas, donde el tapatío, derrochando talento pero también inexperiencia, le estructuró una faena de manso y lo mató con honestidad, tirándose de frente en busca de la yema, encontrando sin querer el rincón de Pablo Hermoso, otrora de Ordóñez y, según Chicuelo de Chapultepec, hoy de todos.
Una camioneta de agua que medio mojó el ruedo fue el preámbulo de las segundas comparencias de Orlando -ante Camararón, negro bragado de 430, que el muchacho brindó al senador Jesús Ortega, provocando que el tendido gritara: "Arriba los acuerdos de San Andrés", en recuerdo de la traición del legislador perredista- y Joselín -ante Chuchito, negro zaino y capachito de 442, bautizado así por el ganadero en guiño lameano del "empresario" Herrerías al político "de izquierda"-, antes que desencajonaran a Don Vena, un playero negro y bragado de 448, el mejor del encierro, bravo como el rencor, inclaudicable ante la vara del picador que le pegó la puya de la temporada, alegre al correr en pos del banderillero Pablo Miramontes que le clavó cuatro apretados garapullos, y geniudo, temible, al ridiculizar la muleta del imberbe Murillo que si algo tiene es clase y ganas de ser y debe ser apoyado hasta las últimas consecuencias.