Usted está aquí: lunes 20 de junio de 2005 Opinión Mucha desigualdad

León Bendesky

Mucha desigualdad

Aparecieron hace unos días los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares de 2004 (ENIGH). Esta encuesta que produce el INEGI provee de una serie de indicadores hasta cierto punto simples de fenómenos complejos. Los datos no indican que hayan ocurrido cambios sustanciales en la estructura social del país, esta es bastante resistente. Así se advierte en términos de las condiciones de la pobreza de gran parte de la población y, sobre todo, en cuanto a la enorme desigualdad que la caracteriza.

Las mediciones estadísticas de la pobreza son relevantes para evaluar los resultados de las políticas públicas, no sólo aquellas que se aplican de modo directo desde las secretarías encargadas del desarrollo social, la salud o la educación, sino de modo más general en la gestión estatal.

Uno de los problemas esenciales de las políticas de combate a la pobreza es que no son capaces de sacar de modo definitivo de esa condición a las familias que la padecen. Hasta cierto punto esas políticas parecen más bien legitimar la situación de pobreza y hasta reproducirla, aspecto, éste que no suele debatirse entre los expertos. Y ello ocurre, en buena parte, porque se mantienen prácticamente invariables las condiciones de la desigualdad.

En términos académicos, la evaluación de los resultados de la ENIGH que hace el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza es un ejercicio valioso, pero que se confina a ese campo. Los especialistas reconocieron que no es posible identificar las causas de las variaciones de los índices obtenidos. Ojalá que no se refieran a la falta de confiabilidad de la encuesta, sino a las complejas condiciones que definen a una sociedad como la mexicana.

El análisis estadístico de la pobreza tiene que ser muy cuidadoso y no debería prestarse a un uso político, lo que en realidad acaba vaciándolo de contenido. Esto tiende a ocurrir en este gobierno en el asunto que nos ocupa, así como, también, cuando se trata del empleo y la ocupación.

En el campo de la pobreza, piénsese en qué significa el dato derivado de la ENIGH acerca de que hubo una disminución de 3.4 por ciento, equivalente a 3.5 millones de personas. Si, hipotéticamente, se coloca la línea de la pobreza en un valor de 100 y aquellos que están por encima, es decir a partir de 100.1 ya no son pobres mientras que lo que están por debajo, a partir de 99.9 sí lo son, deberá reconocerse que la verdad estadística de rebasar dicha línea no tiene nada que ver con la realidad de las condiciones de vida de las familias a las que esto se refiere.

La medición que se hace de la pobreza corresponde básicamente a un flujo e indica en el caso de la ENIGH 2004 un resultado asociado con un periodo en que la economía creció. La cuestión de los acervos que también se reporta en la ENIGH en términos de capacidades o de patrimonio, son más difíciles de apreciar en sus efectos duraderos. Dejar de ser pobre es mucho más que pasar la raya donde los expertos consideran que alguien lo es.

Otro asunto derivado de la ENIGH tiene que ver con una situación mucho más perniciosa que se vincula con la desigualdad. En el mismo periodo de 2002 a 2004, en que se concluye que disminuyó la pobreza, en el otro extremo de la sociedad, 10 por ciento de los hogares más ricos del país aumentaron la proporción que concentran del ingreso nacional (de 35.6 a 36.5 por ciento). Las cifras reportadas indican que hay que sumar la parte del ingreso que le toca a 70 por ciento de los hogares más pobres para llegar al que tiene el 10 por ciento más rico. Además, habría que tomar en cuenta la gran dispersión que hay en este último segmento para apreciar mejor la magnitud de la desigualdad prevaleciente.

Así que una conclusión muy simple indica que el crecimiento económico reduce marginalmente la pobreza en el mejor de los casos, pero concentra cada vez más el ingreso de los hogares más ricos, ubicados en la cúspide de la décima parte de las familias ahí representadas. Si la información se ofreciera por cada 1 por ciento de los hogares nos sorprenderá saber que en ellos puede concentrarse más de 20 por ciento del ingreso total generado cada año.

La desigualdad económica constituye el rasgo esencial que define a la sociedad mexicana. De ella se desprenden las restricciones estructurales para el crecimiento sostenido y, también, los grandes conflictos endémicos que padece. Los datos de la ENIGH 2005 son muy claros al respecto, aun cuando puede desprenderse de ellos el sesgo que se genera con respecto a los hogares más ricos. Es decir, la ENIGH no logra captar la verdadera dimensión de la desigualdad.

La nueva entrega de la ENIGH debe servir para replantear un asunto de primera importancia en el campo del orden institucional del país y que tiene que ver con la independencia del INEGI. Ese carácter serviría para usar la información económica y social que es tan costosa como un instrumento de análisis, de transparencia y de responsabilidad de las funciones públicas.

 
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