JAVIER SICILIA FABIO MORÁBITO, EL TESTIGO DE LAVA
En una época en que nuestros sentidos, sometidos a la interpretación productiva de las máquinas, han perdido la percepción de lo real, la tentativa poética de Fabio Morábito es un vaso de agua fresca. Su elementalidad, su manera de mirar las más nimias cosas y de ponerlas delante de nuestros ojos, nos coloca de nuevo frente a lo real. Si el mundo es bello, parece decirnos esta poesía, ascética hasta rozar el silencio, no es por el fulgor desmesurado de nuestros artefactos y técnicas ni por las interpretaciones que los mitos, la religiones, la filosofía y la ciencia han dado sobre él, sino precisamente porque es lo que es: una realidad hecha de pequeñas cosas, tan pobres, elementales y hermosas como una atmósfera que la menor interpretación puede destrozar. Un verso de su primer libro, Lotes baldíos que retoma las palabras que Meursault, el personaje de El extranjero, dice al enfrentarse con un sacerdote antes de ser ejecutado, lo define magníficamente: "[...] si hay otra vida/ que sea así [...]". ¿Cómo? Como la rica pobreza que hay en un lote baldío, esos espacios de las ciudades donde la urbe se interrumpe por un momento y permite que aflore su más pura presencia, "el mejor momento", donde "todo es limpio y posible", donde "todo es un don del aire". Los tres libros de poesía que hasta ahora ha publicado Morábito, Lotes baldíos (1985), De lunes todo el año (1992) y Alguien de lava (2002), son las sucesivas miradas de esa evidencia, miradas que se corresponden y se dicen y al decirse nos revelan. Si el lote baldío es la metáfora de esas realidades que nuestra percepción deformada desdeña y que el poeta rescata, los otros libros la continúan a través del lunes el famoso "San Lunes", de los mexicanos, que prolonga la interrupción del domingo y de la lava que devuelve todo a su origen, a lo simple de un terreno baldío. Colocado en esos territorios estancos, el poeta vuelve a mirar lo real que está en cada parte de la ciudad, del paisaje y de la vida cotidiana. Toda la obra de Morábito es así un conservar lo que el tiempo del hombre y de los dioses socava. Nada de lo elemental y humano escapa a la ascética de su mirada. Esa ascética, en todo caso, se va haciendo cada vez más delgada, más precisa conforme el poeta aguza su mirada. De ahí el título de su más reciente libro, Alguien de lava. Cuando después de mucho trasegar lo tuve en mis manos, pensé en aquel muchacho de diecisiete años que, cuando vivimos juntos en los cinturones de miseria del sur de la Ciudad de México, escapaba a las Guayamilpas, una zona entonces baldía y habitada por piedra volcánica, donde el poeta se paseaba horas en minuciosos recorridos. Después, al leerlo, me di cuenta de que el poeta no aludía a ese lugar, sino a su poema "Cuarteto de Pompeya", uno de mis preferidos de Lotes baldíos. En ese poema, Morábito contempla los cuerpos de dos amantes que en el año 79 dC la erupción del Vesubio petrificó. Esos amantes, en su mudez de piedra, nos contemplan y nosotros, al contemplarlos en su más pura desnudez, somos devueltos a nuestros "primeros actos", los de la pobreza del amor que funda el mundo, aquello que resiste la Némesis del tiempo y que está en lo cotidiano, en lo nimio, en lo que nunca miramos. En Alguien de lava, el poeta ya no los contempla como en Lotes baldíos. Se ha vuelto uno de ellos y desde su silencio los mira vivos en el siglo XXI: los amantes de piedra son ahora esa pareja que el poeta, que se ha convertido en la memoria de los amantes de Pompeya, atisba desde la ventana de un departamento en alguna ciudad: "Tal vez escribe en el poema que cierra su libro la intimidad de dos se basa/ en la derrota de un tercero/ que expulsado los espía,/ alguien de lava con la vista fija [...]". El poeta se ha adelgazado tanto que su mirada, en medio de la lava de un mundo extremadamente interpretado, se ha vuelto cada vez más el testigo de lo vivo, de la conciencia de lo que nos hace hombres, de nuestra elementalidad que está ahí, cada vez más velada, pero siempre viva en lo más nimio y cotidiano de nuestra existencia. Yo no dejo de contemplarme en esos poemas para no distraerme, para no perderme y volver a mirar la maravilla de un mundo pobre y encarnado, un mundo en donde, como él mismo lo dice, "las cosas se hacen más visibles". Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez. |