Editorial
Touraine: la democracia muerta
En entrevista con este diario, y en una mesa redonda titulada El futuro de la democracia, en la que participaron también el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso y el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, el sociólogo francés Alain Touraine, una de las figuras centrales del pensamiento político contemporáneo, formuló un llamado de alerta sobre los problemas que enfrenta la institucionalidad democrática en todo el mundo, y en particular en nuestro país.
El pensador señaló que en Europa occidental y Estados Unidos "hay una crisis de participación, de representación y de legitimidad". En general, "en América Latina y Europa no pasa nada; se han agotado los modelos, los actores, las ideas; no hay voluntad, no hay pensamiento; es un mundo que no se piensa e inclusive en este continente no veo grandes corrientes de pensamiento". En cuanto a México, el sociólogo destacó el contraste entre una reforma política que hace ver al país como "muerto, paralizado", una institucionalidad en la que "casi todo anda mal y no se hace nada porque el sistema político no lo permite", y una sociedad que resulta "la más vital del mundo": los estudiantes, los jóvenes hacen cosas increíbles intelectual y materialmente: van con indígenas, con pobres, inventan cosas, señaló.
El creciente divorcio entre las instituciones y las clases políticas, por un lado, y los sectores mayoritarios de las sociedades, por el otro, es una realidad desoladora y peligrosa de la que dan cuenta la inestabilidad y el desasosiego en la mayor parte de las naciones latinoamericanas: en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en República Dominicana, en Nicaragua, en Panamá, las protestas y movilizaciones alcanzan cada cierto tiempo dimensiones de incendio nacional por el hecho simple de que no existe comunicación alguna entre los gobernantes más inclinados a satisfacer eso que Touraine llama "el mando de las finanzas" que a elaborar proyectos viables y habitables de nación y los gobernados, quienes, por su parte, y después de un cuarto de siglo de recesiones, economías al garete, insensibilidad, frivolidad, mentira, corrupción privatizadora y torpezas casi inimaginables en el manejo de la cosa pública, tienen los márgenes de paciencia cada vez más delgados.
Los señalamientos de Touraine permiten explicarse por qué en Bolivia ni el Ejecutivo ni el Legislativo, por más que provengan de procesos democráticos formalmente impecables, son capaces de asumir su carácter representativo y de actuar, en consecuencia, en función de las orientaciones procedentes de abajo, del país real, hambriento, insatisfecho, polarizado y radicalizado.
Por lo que hace a México, el sociólogo francés arroja luz también sobre el hecho de que nuestro país no haya logrado culminar su tránsito hacia una plena y creíble normalidad democrática a pesar de los 17 años transcurridos desde la insurgencia electoral de 1988 o de los 37 que han pasado desde el quiebre del sistema político que tuvo lugar en 1968: no es sólo porque la democracia sea, como el horizonte, más un punto de referencia que un punto de llegada, sino porque la institucionalidad política sigue siendo capaz de amortiguar, mediatizar y descomponer el "esfuerzo de formación, de pensamiento y de asociación de la sociedad civil" en cuanto éste se hace visible.
El diagnóstico es, en suma, desolador y deprimente, pero necesario para entender cuánto hace falta para construir, en México y en el resto de América Latina, una institucionalidad política que responda a las necesidades de la gente y a los requerimientos nacionales de largo plazo.