Divorcio a la francesa
Mucho se ha escrito recientemente sobre el futuro de Europa a raíz de los resultados de las consultas populares en Francia y Holanda acerca de la propuesta de Constitución de la Unión Europea (UE). Tras la aprobación por varios países, la Constitución fue rechazada por 55 por ciento de los franceses el pasado 29 de mayo y por más de 60 por ciento de los holandeses el primero de junio.
El caso de Francia es particularmente doloroso para muchos dirigentes políticos europeos. Junto con Alemania, Francia ha sido (¿había sido?) el motor de la UE y ahora sus habitantes han puesto en tela de juicio ese papel. Se vaticinan días difíciles para la UE y se subraya el creciente escepticismo entre los europeos. En algunos países hace años que existe una fuerte corriente de los llamados euroescépticos. En otros, en cambio, el camino parecía fácil para seguir consolidando la unión entre los europeos, cosa que la proyectada Constitución hubiese fortalecido.
Esa Constitución es un tratado que requiere la aprobación de los 25 países de la UE. Algunos gobiernos optaron por la vía del referendo o consulta popular, otros lo sometieron al Parlamento para su ratificación y hay gobiernos que aún no deciden el camino a seguir. Tras el tropiezo francés y luego el holandés, hubo países que decidieron posponer sus respectivos referendos. Pero José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, ha insistido en que no se tomen decisiones hasta después de la cumbre de la UE, a celebrarse en Bruselas los días 16 y 17 de este mes.
¿Qué se pierde al no aprobarse la nueva Constitución? Además de una bandera y un himno, por lo pronto no habrá un presidente de la UE. La Constitución hubiera consolidado en un solo texto todos los tratados ya acordados (primero por la Comunidad Europea y luego por la UE). También se habría sistematizado una serie de procedimientos y reglamentos que ahora existen por separado. Se hubiera creado el cargo de presidente del Consejo Europeo, elegido por mayoría cualificada por el mismo consejo por un mandato de dos años y medio. También se hubiera creado un nuevo ministro de asuntos exteriores de la UE y se hubiera autorizado al Parlamento europeo a fijar las pautas de la política exterior de la unión.
En mayo del año pasado la UE pasó de 15 a 25 miembros (y hay cuatro candidatos más). Esa ampliación ha debilitado el proceso de cohesión de los países que componen la UE. Pero ya antes de esa ampliación había claros indicios de que no todos los países querían o podían integrarse al mismo ritmo. De hecho ya existían Europas de distintas velocidades. Sólo 12 de los entonces 15 miembros habían adoptado el euro como su moneda nacional. También había diferentes enfoques acerca de la migración desde fuera y dentro de la propia UE. La presencia desde hace años en los países más ricos (como Francia, Italia, Alemania y Holanda) de ciudadanos no sólo de los nuevos miembros de Europa del este, sino también de Asia y sobre todo de Africa, ha dado pie a tensiones raciales. No cabe duda de que esto último fue un factor importante en el resultado del referendo en Holanda. También hay quienes no están muy de acuerdo con un eventual ingreso de Turquía a la UE.
En Francia el rechazo de la Constitución fue en parte una respuesta a la política económica y social del gobierno del presidente Jacques Chirac. De inmediato Chirac le pidió la renuncia al primer ministro Jean-Pierre Raffarin (que ya estaba de salida) y nombró a Dominique de Villepin en su lugar. Pero hubo otros factores, incluyendo la cuestión de la inmigración. En Francia los extremos se unieron en su rechazo a la Constitución: la izquierda votó en contra de Chirac porque teme perder sus beneficios sociales, le preocupa la tasa de desempleo y no quiere una mayor invasión de mano de obra barata de los 10 países recién ingresados; la extrema derecha se opuso porque desde siempre ha estado en contra de la UE en general.
Ahora la UE tendrá que trabajar con las antiguas reglas, diseñadas para una organización mucho más pequeña. Con esas reglas la toma de decisiones será más difícil. Por ejemplo, será más complicado aprobar el nuevo presupuesto para los próximos siete años. Y es probable que se retrase el ingreso de los cuatro aspirantes.
Con los resultados de los dos referendos recientes, los rumanos, búlgaros y croatas están preocupados y los turcos, sin duda, están enojados.
Pero la UE ahí estará. No hay razón para dudarlo. Los funcionarios de la UE seguirán en la nómina y el euro no desaparecerá.
Es cierto que no se logrará una mayor integración económica y quedarán pendientes varias cuestiones sociales que el proyecto de Constitución hubiera resuelto. Pero ahí estarán los 450 millones de habitantes de los 25 países de la UE cuya economía seguirá siendo la mayor del planeta (el 25 por ciento del PNB del mundo).
Resulta obvio que sería una pérdida de tiempo y recursos organizar referendos en otros países. En vista de las votaciones en Francia y Holanda, será necesario ajustar el texto del proyecto de Constitución para asegurar su aceptación. Dinamarca seguramente tendrá que posponer el referendo que tenía previsto en septiembre. Más importante aún es que el primer ministro Tony Blair del Reino Unido ya no será el malo de la película. En el corto plazo, un referendo en ese país sobre una posible Constitución europea carece de sentido. Blair no tendrá que jugársela por ahora.
*Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y presidente de Desarmex, AC