Adolfo Aguilar Zinser
Adolfo Aguilar Zinser tenía algo de pájaro y de tigre. Distinto a los demás políticos, sus ideas surgían como sus cabellos, libres de afeites. Sus cabellos eran ingeniosos, la prueba misma de su independencia de espíritu. Nada lo constreñía porque era él mismo en todas las circunstancias, bajo cualquier presión. Decía su verdad a la hora de la ceremonia pública y a la hora del café con los amigos. Y lo hacía con gran desenvoltura y sentido del humor.
Ahora el mundo ha desaparecido para él, pero él no desaparece para nosotros aunque se haya ido en un abrir y cerrar de ojos e insistamos en que no le tocaba. Pensar en su muerte nos da una sensación de vértigo, y nos hace pensar que también podemos irnos en la primera curva, en un accidente a todas luces evitable. Nadie ha regresado de la muerte para contarnos lo que hay después. De poderlo, Adolfo lo habría hecho insuperablemente.
Su pérdida es para nosotros una privación. El pasado 7 de junio los periódicos amanecieron tapizados con un mosaico de innumerables esquelas. Era difícil leerlas. Lamentaban la muerte del ex embajador de México ante la ONU, Adolfo Aguilar Zinser, en un accidente automovilístico en la carretera Cuautla-Tepoztlán-La Pera.
Precisamente ahora que nuestro país atraviesa una pésima etapa y ofrece una imagen deplorable a escala internacional por el deteriorado oficio diplomático mexicano, hombres como él nos abandonan. Precisamente ahora que se acercan las elecciones de 2006, la mente clara y precisa de Adolfo, su conciencia, su idea de la patria, el amor que le tenía a México, desaparece. ¡Cuánta falta nos hace y cuánta más nos va a hacer! Supongo que Adolfo fue político e intelectual casi desde que tuvo uso de razón. Su lucidez lo hizo graduarse en Harvard y enseñar en Berkley. Javier Aranda Luna dice que no ha tenido mejor maestro en la UNAM. Como ser pensante contribuyó a la democracia y nos hizo a todos más inteligentes.
Curiosamente, a pesar de haber estudiado en el Colegio Simón Bolívar al lado de Santiago Creel, Aguilar Zinser militó en el PRD (1993 a 1995) y participó en la elaboración del documento 20 Compromisos por la Democracia, presentado a todos los candidatos a la Presidencia del año 2000. De Cárdenas, Adolfo pasó a Vicente Fox. El lunes 6 de junio, Cuauhtémoc Cárdenas fue el primero en dar su pésame. En julio de 2000, Adolfo asumió la Coordinación de Relaciones Internacionales en el gabinete de transición de Fox. Todos sabemos que Adolfo fue, junto con Jorge G. Castañeda, el artífice de una campaña que había de llevar a Fox al triunfo.
El 8 de enero de 2002 renunció para ser representante de México ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El punto culminante de su actuación en Nueva York fue su voto. Votó contra la guerra de Irak y todos respiramos. Nos hizo recobrar nuestra dignidad.
Polémica renuncia
En febrero de 2002, Aguilar Zinser se dedicó a defender la democracia y la soberanía de México, y tuvo algunos enfrentamientos con Estados Unidos. David Brooks, corresponsal de La Jornada en Nueva York, admiró tanto su actuación como la valentía de sus declaraciones. Meses después de su nombramiento, el 11 de noviembre de 2003 declaró algo que no es ninguna novedad y que todos hemos escuchado infinidad de veces: "Estados Unidos no ve a México como su socio, sino como su patio trasero". Colin Powell repuso que su país nunca trataría a México como una nación de segunda.
Vicente Fox descalificó a Aguilar Zinser el 14 de noviembre, y tres días después el canciller Ernesto Derbez (que lo ha hecho tan mal) informó que Adolfo sería retirado de su cargo a partir del mes de enero.
El 20 de noviembre de 2003, Aguilar Zinser renunció a su cargo y cuestionó a Fox por haberlo desautorizado ante los mexicanos. Le escribió: "Me la jugué contigo Vicente. Por ello me resulta inexplicable que hagas uso de tu investidura presidencial para deshonrarme ante los mexicanos. Cometes un error que daña mi imagen, la tuya y la de México".
Según David Brooks, Aguilar Zinser se enfrentó a las aguas más negras del país y del extranjero, desde el ex presidente Carlos Salinas y su hermano Raúl, que lo llamaron "traidor" a la patria, hasta el gobierno de George W. Bush en Washington, así como al actual gobierno de México que le dio la espalda. Pero, sin duda alguna, uno de sus grandes triunfos fue ser el vocero más comprometido, el que se opuso a la propuesta oficial del Tratado de Libre Comercio.
Adolfo dejó su huella, y su muerte caló hondo porque ahora, durante la 35 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, la secretaria de Estado Condoleezza Rice pidió un minuto de silencio en memoria del diplomático mexicano.
Adolfo era un hombre libre, no un lacayo. Amaba a México y lo demostró en todos los momentos de su vida. "Su gran legado es un nacionalismo sensato y valiente, por lo que es una pérdida muy importante para la transición democrática, que no ha terminado", dijo José Agustín Ortiz Pinchetti, diputado del PRD.
La sed de poder
Veía al poder desde lejos; jamás se subordinó a los puestos públicos. En una conversación con Katia D'Artigues y Andrés Roemer, el 20 de octubre de 2004, aclaró: "Un hombre poderoso es como un borracho. Es un adicto. Llega emborrachado de poder a su casa, con su esposa e hijos, rodeado de todos los símbolos: los guaruras, el traje, los celulares que suenan (...) Hay que tener, como un ancla, la temporalidad del poder. Pensar que es sólo un instante, un momento. Que no se conserva y tiene efectos corrosivos: mientras más tiempo lo gozas, más susceptible eres a él". Mejor que nadie, Adolfo practicó uno de los preceptos de la filosofía náhuatl: ''Estamos aquí de paso, al menos flores, al menos cantos''.
En diciembre del año pasado Marta Lamas y yo lo escuchamos en la Casa de la Cultura de España y nos apantalló por lo que decía y cómo lo decía. Hizo un análisis de todo lo que habían sufrido los refugiados de Centroamérica en México (remontándose a Arbenz), y su recuento histórico de los vínculos de México con América Latina resultó memorable. Cuestionó nuestra política de migración y el trato que le damos a los migrantes del Cono Sur, empezando por los guatemaltecos. Sumamente crítico, su exposición resultó brillante.
¡Lástima! Conocí poco a Aguilar Zinser, pero hay seres humanos que se adivinan y con los que es fácil hermanarse. Cada vez que nos encontrábamos me preguntaba con sus ojos inquisitivos por mi hija Paula. Además de su inteligencia, de su franqueza, voy a extrañar esa entrañable pregunta.