Usted está aquí: sábado 4 de junio de 2005 Opinión La makila y los cocodrilos

Mertxe Aizpurua *

La makila y los cocodrilos

Tenía esa fuerza que sólo da el convencimiento de estar de acuerdo consigo mismo. Una gracia innata, unida a una fealdad casi perfecta, que le dotaba de un incuestionable atractivo entre las mujeres y un ingenio retorcido que encandilaba a los hombres.

Irreverente, socarrón, incorrecto políticamente como el que más, conseguía, así, como si nada, por el inexplicable arte de la simpatía sin cánones, meterse al público en el bolsillo, estuviera éste entregado de antemano o se presentara ante él receloso y lleno de prevenciones.

Corrían los años 80 cuando Herri Batasuna afrontaba una nueva cita electoral. Desde Madrid, TV1 desplazó a una de sus reporteras más conocidas con la misión de seguir a los candidatos abertzales en plaza enemiga.

Recuerdo ese día, el primer día en que la periodista llegó a territorio hostil, pertrechada de micrófono y una mochila de prevenciones. El escenario, Donostia, Hotel Costa Vasca, con convocatoria de rueda de prensa de Batasuna. Jon Idígoras, entre los parlantes. La periodista comentó con el resto de colegas de profesión la cruz que le había caído. "Fíjate, tener que seguir a estos en la campaña... A Idígoras, con esa cara de bruto que tiene..."

La cara y la cruz.

Finalizada la rueda de prensa, Idígoras se acercó a los periodistas y, con corrección profesional, la reportera se presentó ante él, indicándole que le había tocado seguir la campaña de Herri Batasuna. Al dirigente abertzale le bastaron tres minutos. Medio minuto para el saludo, menos de uno para uno de sus comentarios agudos y chispeantes. Instantes después, la persona que hasta entonces se sentía asediada en territorio comanche disfrutaba -y era evidente que gratamente- de una conversación que, entre risas y carcajadas contagiosas, terminó por desarmar su mochila.

Plazas y frontones, salas y salones, las calles de Euskal Herria y el Velódromo de Anoeta quedan como testigos de la gran capacidad de atracción y adhesión de una personalidad arrolladora. Para la historia más sentida quedan los gritos de "¡torero, torero!", que seguidores de todas las edades le han dedicado a lo largo de los años de una intensa vida. Y para la más personal, todos y cada uno de los momentos en que Jon Idígoras se implicó con toda su energía en mil y una causas. Tantas veces como retos se suscitaran.

Así lo hizo al comprometerse desde el momento más crítico con una campaña que posibilitó el nacimiento del periódico Egin.

Corría 1998, el diario Egin había sido clausurado y, tras un verano de zozobras y esperanzas, llegaba el otoño del compromiso. Era septiembre y allí estaba Jon. Su nombre figuraba entre los "cinco magníficos" que habían formado la sociedad constituyente de EKHE, promotora de medios de comunicación que gestaba ya ese diario. Su salud había empezado ya a resentirse, pero acudió, con toda su carga de vitalidad y energía, a una entrañable celebración que tuvo como escenario las campas de Altsasu. El lema del "Egingo dugu" que presidió aquella cita fue mucho más que una declaración de intenciones. Allí estuvo Jon y fue, como en otras tantas plazas, saludado, ovacionado, querido y disfrutado por la concurrencia. Como promotor de EHKE ofreció a los trabajadores del Egin silenciado una makila de solidaridad y aliento en la que se había grabado la leyenda "Egin, egingo dugu".

Y de paso regaló a todos los presentes aquello en lo que, indudablemente, era gran maestro: protagonizó una intervención espectacular, con la suficiente dosis de acerada crítica contra los responsables de aquella oleada represiva, con la adecuada carga de fuerza y dinamismo para ahuyentar al desaliento y, cómo no, con el acertado componente de humor y sal que fascinó a todo ser viviente reunido en aquel escenario. Anunció que pronto habría un nuevo periódico en los kioscos y envolvió, en una de sus sorprendentes imágenes visuales, la rabia y el coraje contenido del sentir de un pueblo nuevamente atacado: "Vamos a poner cocodrilos en el Ebro".

Lo resumió alzando la makila, en una frase que queda para la historia. Doy fe de que la risa y el ánimo que inundó aquellas campas se desató desde las más profundas raíces de los robles de Altsasu.

* Ex directora del diario Gara

 
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