Usted está aquí: martes 24 de mayo de 2005 Opinión Barceló

Teresa del Conde

Barceló

El Ministerio de Asuntos Exteriores de España promueve artistas ibéricos en el extranjero, situación que -de obtenerse dineros vía iniciativa privada- resultaría imitable aquí, ofreciendo quizá no exposiciones monográficas, sino colectivas de cuatro o cinco artistas como máximo, representados con suficiencia.

Lo digo porque la muestra monográfica de Barceló me pareció reiterativa, aunque sin duda es una selección que ofrece aspectos retrospectivos varios de la producción de este pintor-escultor y ceramista.

Por cierto que como escultor dice poco, pero ahora son pléyade los pintores que incursionan con los volúmenes, en algunos casos con fortuna y en otros no. Admito que en el terreno de la cerámica Barceló es bueno y se constituyó en el eje de la exposición que presentó en el Museo de Artes Decorativas de París, aquel recinto del Palacio del Louvre para el que Rodin trabajó La puerta del infierno, que nunca terminó aunque existan versiones de la misma.

Las muestras monográficas auspiciadas por ese ministerio de España incluyen a Antonio Saura, Eduardo Arroyo, Manolo Millares, Fréderic Amat, quien vivió entre nosotros un buen rato; Gerardo Rueda y Carmen Laffon. Llama la atención que ella sea la única artista mujer favorecida mediante esta acción cultural.

La exposición Barceló comenzó itinerancia en Sao Paulo, de donde pasó a Canadá y de allí regresó para presentarse en el Marco de Monterrey, en cuyos espacios muy aireados lució sin saturación, si bien, cuando yo pude verla allí, sólo grupos escolares de primaria y secundaria constituían el público, aparte de mi persona y de algún turista deseoso de conocer ese recinto en el que muchos mexicanos desearían exhibir.

El currículo de Barceló -también interventor de espacios- es tan tupido que uno se pregunta cómo es posible que el mallorquí -formado en sus inicios en Barcelona- en el lapso aún relativamente corto que despliega su producción, contenga un número tan elevado de muestras individuales.

Las respuesta está en las galerías famosas internacionlamente que lo han promovido, como la Bruno Bischofberger (Suiza) desde 1984, con muestras escalonadas hasta la fecha, la Soledad Lorenzo, de Madrid y, desde 1989, Leo Castelli en Nueva York, ciudad donde estratégicamente él vivió un tiempo. Ahora tiene un estudio magnífico en París. Allí lo visitó una de las voces más autorizadas de la crítica actual, historiadora del arte siempre interesada tanto en España como en Latinoamérica, y destacadamente en México.

Me refiero a Dore Ashton, quien ha dicho que la ambición de Tintoretto, su hambre de llenar él sólo toda Venecia, puede compararse con el ímpetu de Barceló para cubrir con sus medios el mundo entero.

Uno de los énfasis principales en la actual muestra, está depositado en las playas arenosas, las marejadas, los organismos marinos, algunos de ellos comestibles, porque a Barceló le interesa mucho todo lo que es ingerible y ha realizado naturalezas muertas formidables que superan en sentido y en atractivo a los cuadrotes llenos de grumos que parecen reiterar diseños en la arena hollada.

Hay un cuadro muy efectivo que se titula Mar del norte en el que las olas de pintura denotan uso de efectos de perspectiva. Es acertado que cuando su tema así lo requiere, no desdeñe esa ''visión en ventana" que es la propia del ojo humano. Los pintores que se consideran a sí mismos ''abstractos" la eluden.

Junto a esta pieza resulta prescindible otra, también marina, Inicio de la tempestad. Una más -que yo veo como un organismo marino- juega con el 18 brumario (se titula Brumer) y, por tanto, ostenta los colores de la bandera francesa aunque allí la presencia del agua también es patente. El Pez-perro no se parece a un tiburón y es de los cuadros más gratos con todo y que su formato no es enorme (65 x 98), igualmente la papaya cortada es una delicia pictóricamente hablando, porque a diferencia de otras obras no alardea más que de su propia índole.

El enorme gorila blanco en la playa está representado en forma humanizada, de modo que al verlo no dudamos de Darwin. Es el cuadro favorito de los niños, queriendo tal vez ser político, se quedó a nivel Disneylandia. Sin excepción, las acuarelas, gouaches y dibujos entregan uno de los mejores aspectos de Barceló. En el Marco lucieron mucho; en el museo Tamayo no hubo cabida para que se museografiaran en su totalidad.

La pieza realizada, según el pintor, ''para ciegos" está entre las más contundentes, pero paradójicamente al tacto no entrega más que una vaga idea del Braille, necesita a toda costa ser vista. Un buen libro-catálogo bilingüe, al que me referiré en otra ocasión, acompaña la muestra.

 
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