Usted está aquí: martes 24 de mayo de 2005 Opinión La amarga cosecha cafetalera

Luis Hernández Navarro

La amarga cosecha cafetalera

Los productores mexicanos de café se encontraron al culminar la última cosecha con una noticia buena y otra mala. La buena es que los precios del aromático subieron hasta niveles no vistos desde hace años. La mala es que la producción nacional ha disminuido sensiblemente.

Los precios del grano se han recuperado sostenidamente durante todo 2005. En marzo su nivel en la Bolsa de Nueva York fue de alrededor de 1.40 dólares la libra. En cambio, entre los ciclos 1999/2000 y 2003/2004 la producción decreció 32 por ciento, al pasar la cosecha de 6.1 millones de sacos de 60 kilos a 4.2 millones de sacos. Este año -según Fernando Celis Calleja, asesor de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras- difícilmente alcanzará 3.8 millones de sacos. La más baja de las últimas tres décadas.

Simultáneamente, las exportaciones cafetaleras se han reducido 62 por ciento, mientras su valor se desplomó 70 por ciento. El país ha perdido 472.7 millones de dólares.

El incremento en los precios se debe a dos causas fundamentales: caída de la producción y especulación financiera. Existe un déficit de casi 8 millones de sacos, pues el consumo mundial es de cerca de 114 millones de sacos, pero la oferta alcanza solamente 106 millones. Mientras, los fondos de inversión han colocado sus activos en el mercado de futuros del aromático.

Los bajos precios han ocasionado que varios cultivadores hayan sido incapaces de renovar la inversión en la planta productiva del café. Algunos países centroamericanos han reducido el volumen de su cosecha casi a la mitad. Otras naciones viven dificultades climáticas. Eso sucedió a Vietnam -el Estado productor emergente que alteró el equilibrio de los mercados mundiales con financiamiento de organismos multilaterales-, quien disminuirá casi un millón y medio de sacos. Casi 5 millones de sacos de los 22 millones que se trasladaron a las bodegas de los países consumidores ya han sido utilizados.

Los fondos de inversión han apostado por el café ante las bajas tasas de interés y el escaso atractivo que otras ramas productivas tienen en el casino de las finanzas internacionales. Sin embargo, esas inversiones, claramente enmarcadas en una lógica especulativa, pueden ser liquidadas en cualquier momento.

El derrumbe de los precios del aromático comenzó en 1989, cuando se deshizo el sistema de cuotas de la Organización Internacional del Café (OIC) que regulaba producción y consumo, y permitían alcanzar cotizaciones del grano en el mercado internacional estables y por arriba de los costos productivos. Desde entonces, y salvo en ciclos como el de 1994, los precios han permanecido por debajo de los costos de producción, causando la ruina de los caficultores y el abandono de las huertas.

Más allá del comportamiento del mercado mundial, la caída de la producción cafetalera en México ha sido causada en parte por una política gubernamental sin pies ni cabeza. Ejemplo vivo de las "virtudes" de este gobierno gerencial del "cambio", Roberto Giesemann, el gran productor cafetalero que dirigió el Consejo Mexicano del Café, se vio obligado a renunciar a comienzos de este año ante el descubrimiento de irregularidades administrativas por 929 millones de pesos. Se han documentado tanto casos de emisión de cheques reportados como extraviados que luego fueron cobrados, como un cuantioso daño patrimonial por los recursos del Fondo de Estabilización que no fueron ejercidos y no se invirtieron en Certificados de la Tesorería de la Federación.

Pero, más allá de las culpas gubernamentales, los precios altos ocasionan, también, dificultades para los proyectos de comercialización alternativa. Cuando los precios suben, los coyotes se abalanzan sobre los pequeños inventarios de los productores para garantizar el abasto a sus clientes. Dotados con líneas de crédito más baratas que las que tienen que contratar los pequeños cultivadores, pueden pagar en campo cantidades superiores incluso a las que otorgan los mercados solidarios.

Los buenos precios pueden servir a los caficultores en lo individual, pues obtienen ocasionalmente un ingreso mayor al acostumbrado, pero usualmente no sirven a sus organizaciones. Esto es así porque al incrementarse el valor del aromático, para adquirir las cosechas, las organizaciones de consumidores y las cooperativas que trabajan con ellos en el primer mundo se topan con la necesidad de contar con más dinero que antes. Y conseguirlo cuesta.

Surge así un dilema dentro del movimiento sobre la conveniencia de otorgar el bono de solidaridad a los pequeños productores, en una situación de precios altos. Si se les paga, se castiga a los consumidores solidarios, pues se eleva excesivamente el costo del café; si no se paga, los campesinos entregan su café a los coyotes, quienes les adelantan dinero cuando lo necesitan o les liquidan la transacción en un solo desembolso, sin tener que esperar a que se venda el producto y el sobreprecio llegue a la comunidad.

Las uniones de pequeños productores pueden padecer severos problemas de acopio, y no es difícil que compitan entre sí, mucho más de lo que ya lo hacían antes, porque se vuelve mucho más arduo enfrentarse al mercado real en esas circunstancias. Aunque exista mucha solidaridad entre sus socios, mantener funcionando la cadena virtuosa que un proyecto así requiere se vuelve muy difícil. Los integrantes de la cooperativa dejan de ver a su organización como una opción y pasan a verla como una carga. No son pocos los miembros que rompen con ella y establecen trato directo con los coyotes.

Con la producción derrumbada, el desorden y la abdicación gubernamental de sus responsabilidades de fomento y resdistribución, la acción devastadora de los mercados y las dificultades organizativas, la cosecha cafetalera puede ser muy amarga. Que lo digan, si no, quienes han tenido que dejar sus huertas para emigrar sin papeles a Estados Unidos.

 
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