Usted está aquí: miércoles 18 de mayo de 2005 Política La sobada venezolanización

Luis Linares Zapata

La sobada venezolanización

El individuo vino a la mesa del restaurante capitalino frecuentado por jóvenes ejecutivos de finanzas, mujeres de mundo, intermediarios de varia laya y hombres de empresa. Saludó a los comensales sentados y se arrellanó en el lugar desocupado. Lanzó una furtiva ojeada al que no conocía, aunque pronto lo aceptó, suponiéndolo uno más de la cofradía circundante. La inteligencia que su rostro de querubín asexuado reflejaba no superaba la barrera del servicio de platos más cercano y su intensidad corporal era comparable al destello de una lámpara de bolsillo. Y, sin mediar pausa, emergió de sus blandos interiores la propuesta genial. Estamos pensando que lo mejor sería una alianza entre el PRI y el PAN para oponerle al Peje un candidato imbatible: Paco Gil. ¿El secretario de Hacienda?, preguntó una azorada voz, sorprendida por la fascinante revelación escuchada, sintomática de sus perforadores tanteos entre la sociedad mexicana. ¿Quién otro?, contestó el destilado caballero visitante de la voz entrecortada y tambaleante.

Este pasaje no es inventado, junto con otros forma un murmullo, una especie que ya corre en busca de un aparejo que alivie la derrota, que sienten inmensa, entre esa delgada franja de la población urbana, exitosa ante sí misma, como resultado del recule de Fox en su tentativa de inhabilitar, junto con el PRI, ciertos empresarios de gran calado y el PAN, al jefe de Gobierno. La búsqueda de alternativas de respuesta es tan desesperada como sus evidentes temores y el acendrado talante racial que los anima. Piensan que su influencia para 2006 se les escapa y no encuentran un candidato que les haga recobrar la confianza extraviada. Todavía hay tiempo para reponerse del golpe, se dicen entre ellos, en referencia a sus dolores de cuerpo maltratado.

La guerra de denuestos, rumores y canalladas está lejos de terminar, pero ya no confían mucho en los efectos previstos para estrechar las disparidades y ventajas que las últimas encuestas de intención de voto certifican. Por eso recurren a plan-teamientos como la terrífica alianza mencionada. Por eso insisten, en cuanta ocasión creen propicia, en la despreciativa comparación de López Obrador con el presidente Chávez de Venezuela. Imágenes disímbolas que se propagan, a veces, con cierta argumentación superficial, pero, la mayoría de las ocasiones, con la más rampante ignorancia acerca de la vida partidaria y la conducta electoral de la sociedad en su conjunto.

La alianza así concebida (y con otras variantes similares) va tomando forma dentro de círculos, cuyo centro motivacional es un odio íntimo, personal, arraigado, con mucho de tintes racistas y fuertes dosis de irracionales alarmas contra el tabasqueño de los moños tricolores y las propuestas que pretenden sostener la construcción de una opción distinta al modelo en boga.

En su alocado afán conspirativo que les devuelva las riendas de un sistema que sienten suyo hasta por influjo divino, las clases medias altas y sus más conspicuos y poderosos guías no se han percatado de que los símiles que pretenden entronizar entre AMLO y Chávez se les revierten para mostrar, a las claras, su propia igualdad con esa capa de venezolanos (caraqueños en su casi totalidad) golpistas, atrabiliarios, dispendiosos, provocadores y consentidos, que decidieron, un día y por la inducción de sus inspiradores, atrincherados tras inmensos recursos y medios de comunicación usados como arietes de combate, derrumbar un régimen constituido sobre bases de legal legitimidad. Intento en el que fracasaron en tres distintas ocasiones. No se resignan a un nuevo rol en la actualidad de su país, y ser parte de un todo, sino que quieren recuperar el mando absoluto, tal como antes lo tuvieron frente a políticos de baja talla, corruptos, inmovilizadores y entreguistas.

Hay que hacer, es cierto, un esfuerzo para imaginar el complejo movimiento de izquierda que se ha venido fraguando en México desde el inicio de la tentativa de inhabilitar a una de las opciones para 2006. Esta es, al día de hoy y sin duda, la de mayor atractivo desde que se lanzó Cuauhtémoc Cárdenas en aquel lejano 88 de todas las referencias frustradas.

Esa parte reaccionaria, engreída de las elites nacionales, no olisquea, tampoco, la profundidad y el arraigo masivo y los rasgos reivindicatorios y creativos del movimiento en marcha. Uno que amenaza con arrollar a todas las chicanas y marrullerías adicionales que le pongan enfrente. Al centro perredista que le dio el impulso inicial se le han ido adhiriendo vastos segmentos interclasistas de distinta textura. Ahí conviven ahora priístas de vieja estirpe, decepcionados por la derechura de los actuales dirigentes de su agrupación que los alejan de sus aspiraciones, de las trampas que encierran los acuerdos cupulares y por el egoísmo que motiva a su liderazgo en turno. Lo engruesan también no pocos panistas, de ésos que tienen pulidas vértebras para sostener la cultura ciudadana que desean para sus descendientes y por la cual han luchado con denuedo ejemplar, pero que ven, en sus dirigentes y gobernantes, mediocridad y mentiras apegadas a derecho. Pero, sobre todo, navegan, en este movimiento al alza, apacibles ciudadanos sin partido, pero con arraigadas convicciones nacionalistas y ánimos de ver crecer, como la suya propia, una república justa e independiente y no esa otra que usufructúan y subordinan a intereses ajenos los conductores actuales.

 
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