Von Trier, Cronenberg y la violencia estadunidense
Ampliar la imagen Maria Bello y Viggo Mortensen antes de la presentaci�e Una historia de violencia FOTO Reuters
Cannes, 16 de mayo. Si ayer fue el día de los debutantes en concurso, ahora ha sido el de los consentidos. En sus varias participaciones, el danés Lars Von Trier inclusive ha sido ganador de la Palma de Oro, por Bailando en la oscuridad (2000). En esta ocasión estrenó Manderlay, secuela de su anterior Dogville (proyectada aquí hace dos años). En este caso, Grace y su padre -Nicole Kidman y James Caan han sido remplazados por Bryce Dallas Howard y Willem Dafoe, respectivamente- se internan en el estado de Alabama y descubren que en el pueblo titular aún existe la esclavitud, 70 años después de ser abolida. Contra los consejos de su padre, la mujer decide quedarse para liberar a los habitantes negros y efectuar otras reformas.
En esencia, se trata de la misma estrategia formal -un despojado escenario teatral, cubierto por varias cámaras de video digital- y una similar metáfora política contra Estados Unidos. Manderlay se refiere a la vigente opresión y discriminación de la población negra, pero también a la invasión de Irak. Con una ingenuidad rayada en la estupidez, la heroína trata de imponer una democracia dirigida de la misma manera que el presidente Bush liberó a un pueblo que no necesariamente quería ser liberado de esa manera. El discurso es provocador, como suele ser el de Von Trier, y hay un humor malicioso en ese tratamiento de negros que prefieren la estabilidad de la esclavitud. Sin embargo, hay también una cierta monotonía estética y se extraña a Kidman, actriz de mucho mayores presencia y capacidad histriónica que la joven Howard. Pero como la actitud antiestadunidense es lo de hoy, la película fue recibida con una larga ovación.
Por su parte, el canadiense David Cronenberg presentó A history of violence (Una historia de violencia), uno de sus raros ejercicios de cine no fantástico. El realizador describe el dilema de un padre de familia provinciano (Viggo Mortensen), probo y responsable, que tras matar a un par de asesinos en defensa propia, empieza a revelar un pasado turbio. Por coincidencia, otros dos títulos en competencia, Lemming y Caché, han abordado la figura de un hombre capaz de llegar al extremo para proteger su hogar, pero Cronenberg no establece una mayor crisis moral en su protagonista, por lo que podría pasar como otro violento thriller gangsteril. Comparada con Perros de paja (1971) la versión definitiva de Sam Peckinpah sobre el tema de la violencia como algo inherente al ser humano, la aportación de Cronenberg se siente bastante convencional. Hablando de Peckinpah, hoy en la Quincena de los Realizadores se ha hecho una proyección especial de Pistoleros al atardecer (1962), esa obra maestra del western crepuscular. Qué tiempos aquellos.
Anoche, la premiere de gala de la sexta parte (o tercer capítulo, como quieran) de Star Wars puso las cosas en su justa dimensión. Una masa de personas, como no se había visto en este festival, se aglomeró frente al Palais para ver a las estrellas ascender por la alfombra roja, bajo la mirada vigilante de Darth Vader y la guardia imperial, mientras una orquesta interpretaba los temas de John Williams (y se escuchaba amplificada la respiración asmática de Vader). Hoy los telediarios se concentraron en reportar ese evento e ignoraron por completo a las concursantes de ayer, incluyendo Batalla en el cielo, del mexicano Carlos Reygadas. A fin de cuentas, en el actual negocio del cine, no importan las Palmas de Oro ni las críticas ni los autores, sino quién mete billete en taquilla. El 90 por ciento de los títulos estrenados en Cannes ni siquiera serán distribuidos fuera de su país de origen (y, a veces, ni ahí). Lo que la gente quiere ver es más de lo mismo, porque así lo ha dispuesto Hollywood por décadas.