Usted está aquí: martes 17 de mayo de 2005 Cultura Freud "y los nervios del alma"

Teresa del Conde

Freud "y los nervios del alma"

El filósofo Remo Bodei, en conversación con la sicoanalista Cecilia Albarella, ideó el título que encabeza esta nota para el texto en forma de diálogo que -antecedido por un penetrante ensayo de ella- fue publicado hace poco por la editorial valenciana Pre-textos en traducción al castellano de Mariano Maresca.

El volumen tiene por objeto elucidar posibles vínculos entre sicoanálisis y sociedad (yo avanzaría que son muy necesarios los nexos entre sicoanálisis, política y sociedad, en todos sentidos), procurando a la vez insertar el sicoanálisis en el campo de la filosofía, al tiempo que se establece un puente flexible entre hermenéutica y ciencia. Me queda claro que el rubro de las ciencias duras es ajeno a la hermenéutica, que es una disciplina (o una ciencia) conjetural. Al hablar de "nervios del alma" la condición biológica se hace patente en tanto que el alma sólo tiene nervios en relación con el cuerpo, pero aquí se trata de una metáfora. Conviene quizá hacer una distinción, sancionada por el uso. Una cosa es decir: "me duele el trigémino" y otra muy distinta "me duele el alma".

Los nervios son soma, pero el alma o la psique duele a causa de lo que Bodei dio en calificar de "nervios del alma". El malestar que priva en el campo de la cultura (y en otros) pertenece a esta índole y habla de una debilidad, de una confusión, de un descontento producto de falta de reflexión duradera y articulada entre los distintos campos del episteme, incluido, por supuesto, el arte. La confusión y el desencanto que hemos constatado palpablemente en los recientes acontecimientos políticos, y que generó la multitudinaria marcha en contra del desafuero (situación ya paliada, pero no resuelta) produce nervios del alma. "El ideal sería el de un mundo en el que todos comprendieran que el ejercicio del mal, o del simple encono, hace infeliz la existencia de todos, incluida la de quien lo hace", dice Bodei.

El mal cultural involucra también a la civilización, si recordamos que Freud no hizo distinción tajante entre estos dos términos en El malestar en la cultura. Pero aquí precisamente "lo malo" es que Bodei presupone una humanidad adulta y ya vemos por todas partes que la humanidad, salvo contadísimas excepciones individuales, no es adulta, y tampoco lo son la inmensa mayoría de quienes tienen en sus manos el poder de cualquier índole.

Jean Clair, filósofo, ensayista, curador y cineasta, indicó, como participante en cierto simposio que tuvo lugar en Montreal, la verificación de una discusión amplia sobre el contexto en el que emergieron las teorías de Freud, aplicables a la lingüística y a lo que a Clair le dio por llamar "las ciencias del espíritu". La contrapartida aborrecible a esos insights de Jean Clair, serios, bien argüidos, está en la "novedad" de que existen cursos de sicoanálisis por correo electrónico, lo que obligaría a considerar lo siguiente, ya anticipado por Derrida: los medios y el correo electrónico han desdibujado los límites entre lo privado, lo secreto, lo público y lo fenoménico. ¿Es eso lo deseable? Dan ganas de regresar a la Torre de Marfil cuando por medios virtuales nos enteramos de que es posible sicoanalizarse por computadora (pagando, claro). La mano invisible del mercado involucra también estas cuestiones.

Hablando con gente cercana, amigos, colegas, discípulos, conocidos, caigo en la cuenta de que muchos se quejan del achatamiento intelectual y afectivo que priva hoy en el campo cultural, y hasta en el individual. ¿Es el sicoanálisis una solución? Yo creo que más como filosofía que como terapia lo es. Como terapia quizá ha sufrido desvalorizaciones que lo convierten, en palabras de Bodei, en "una especie de descarga de detritos síquicos individuales". Si se supiera que el sicoanálisis, tal como fue concebido, no consiste en un método de evacuación del dolor, sino en el intento de entender y movilizar las energías que agitan, no sólo a la propia persona, sino al entorno, algo se habría de ganar.

Además, de sobra sabemos que la diosa razón se vio desde su entronizamiento muy vulnerada. Freud dijo que la razón era una pequeña luz, pero añadió: "¡maldito el que la apague!" Estas y otras razones sitúan la relación entre sicoanálisis y filosofía en una situación de correspondencia, porque la razón, cualquier razón, podría constituir un tribunal crítico contra ella misma, como propuso Kant. De otra parte las observaciones empíricas del campo clínico-sicoanalítico (con todos los detritus habidos y por haber), son susceptibles de echar muchas luces, aunque los esquemas a veces invariables e inmodificables de la rutina sicoanalítica puedan impedirlo.

 
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