La bifurcación
Los conceptos teóricos que hemos empleado Adolfo Gilly y yo en este intercambio de ideas han caminado juntos hasta un punto, (casi) bien definido por Gilly, en el que se abre una bifurcación evidente que nos hace andar por rutas distintas. El ve en mi propuesta una "visión ilusioria", yo veo en la suya una posición vana.
(Casi) coincido con él cuando escribe: "Quién controla y decide, y en qué proporciones, sobre (el) fondo de acumulación creado por el trabajo de la sociedad, es la cuestión esencial en disputa". Cierto, pero falta. El punto es: quién controla y decide sobre la magnitud y la distribución del producto excedente, ésa es la cuestión esencial en disputa. La tesis de Gilly es en parte la mía.
El producto excedente, que es el producto físico distinto de los bienes-salario, cuyo valor es igual a la magnitud total del plusvalor, es un monto superior al fondo de acumulación, pues incluye el estratosférico gasto destinado al enloquecido boato de los millonarios de este planeta. Entre mayor es el producto excedente, mayor es el grado de explotación. Así, la lucha por la magnitud del producto excedente, que es una lucha por la reducción de la tasa de plusvalor, es una forma de lucha contra la desigualdad.
Si los asalariados se hallan libremente organizados, su lucha contra la explotación hallará como respuesta del capital, a largo plazo, la incorporación de tecnologías cada más eficientes. El éxito de la lucha obrera redundará en un aumento de la calidad de vida de los asalariados porque tendrán acceso a más y mejores bienes, pero ello puede ir aparejado con un aumento de la tasa de explotación, debido a la desvalorización de la fuerza de trabajo proveniente del aumento de la productividad en la producción de los bienes-salario, resultado a su vez de esas tecnologías más eficientes.
La lucha contra la explotación conlleva inevitablemente esa paradoja. Sin embargo, en este caso hipotético habríamos desatado una de las mayores fuerzas del desarrollo económico de la sociedad: la presión efectiva de los asalariados sobre el capital. Es uno de los factores decisivos en los casos exitosos de desarrollo del siglo XIX y del siglo XX. Ma-yores estándares de vida de los asalariados con más alta tasa de explotación.
Como ha escrito Adolfo Gilly, "los contenidos de los conceptos tienen su historia. No parece prudente hacerla a un lado sin más ni más.
"Los productores directos, asalariados o no -escribe Gilly-, necesitan organizarse por cuenta propia, sin la tutela del Estado, para disputar a los propietarios del capital (...), por un lado, cuánto toca a los productores directos en el fondo de consumo de la sociedad (...), y por el otro, quién controla a los propietarios del capital, que hoy son los dueños, de derecho o de hecho, del destino del fondo de acumulación de la sociedad. Concentrarse, en cambio -como propone José Blanco-, en 'las decisiones sobre la inversión necesaria para detonar las fuerzas dinámicas del desarrollo capitalista', es decir, confiar en este desarrollo como el vehículo para una disminución gradual de la desigualdad, me parece una visión ilusoria."
Expreso mi coincidencia con Adolfo Gilly sobre la necesidad imperiosa de la organización libre de los trabajadores. Agrego ahora que esa organización es insuficiente en la disputa por el producto excedente.
"Los productores directos" o la "clase trabajadora" son conceptos abstractos, no sujetos concretos. La sociología de la vida obrera concreta de los mineros de la Compañía Minera Magistral del Oro de Pachuca nada tiene que ver con la de los obreros de la Volkswagen de Puebla, o con la de los estibadores del puerto de Manzanillo. Las luchas de la población oprimida en general ocurren en puntos específicos, con causales y dinámicas distintas (sólo en el espacio abstracto de la teoría podemos unificarlas a través del concepto de explotación), y con frecuencia se dan luchas populares contradictorias entre sí. Un aumento del precio del maíz a los productores directos, por ejemplo, tendrá como consecuencia un impacto negativo en los asalariados industriales.
La lucha por la magnitud y distribución del producto excedente no pasa por la conciencia de los productores directos en términos de valor, sino precisamente en términos físicos: quieren un tangible nivel de vida más alto.
De otra parte, hoy existen formas de lucha contra la desigualdad que no se ubican en la esfera de la economía. Con mucho, la peor forma de desigualdad social en la era de la información y el conocimiento es la puerta tapiada para acceder al conocimiento mismo y a las altas competencias profesionales.
Esta desigualdad no es sólo entre clases sociales: en el mundo de hoy se da en grado superlativo entre naciones, regiones multinacionales y regiones en el interior de las naciones, que son grupos multiclasistas. Por supuesto, la peor parte la llevan los productores directos más pobres del mundo subdesarrollado.
En ese submundo, además, hay una forma de desigualdad social peor que la de estar sujeto a la explotación, que es no estarlo: el desempleado permanente. Una parte de los parias del mundo subdesarrollado han sido objetos de despojo, pe-ro los millones que hoy padecen una ruindad de vida no fueron ellos mismos despojados: el capital disolvió sus antiguas economías comunitarias, pero no los incorporó a la economía capitalista, menos a una que posea la conflictualidad social necesaria para desarrollarse: es la definición de subdesarrollo.
En la disputa por el excedente hay instrumentos poderosos que se hallan o pueden crearse en las instituciones del Estado. Al ser generado, el producto excedente tiene ya una forma física determinada. No es el caso de que el producto excedente es generado y después es posible distribuirlo de cualquier forma.
Incidir en la distribución del ingreso monetario no cambia la forma del producto excedente. La disputa por el producto excedente es indispensable darla en el nivel de la forma del aparato productivo, además de hacerlo en la distribución del ingreso monetario.
La dispersión de las luchas independientes no pueden modificar la magnitud y forma del excedente. El Estado puede hacerlo. Pero Gilly no quiere, al parecer, saber nada del Estado en relación con las clases subalternas.
Aquí aparece el problema del concepto del Estado. En el Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels escribieron: "implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista (por la burguesía) la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa".
Ese concepto no tiene hoy lugar. Gramsci mostró una concepción alejada de aquella tesis de 1848 y propuso el concepto de sociedad civil y sociedad política, cuyo eje eran los procesos sociales que median entre economía y política en el capitalismo contemporáneo.
El fin del Estado liberal fue el fin del Estado político separado de la sociedad civil que solamente proveía las condiciones externas de la producción. La conformación del poder se complicó históricamente entrecruzando las fronteras entre lo público y lo privado, lo económico y lo político; fue una necesidad de la economía capitalista, al pasar a una etapa concentrada y monopolista. Si el Estado penetra en la sociedad civil, ésta a su vez irrumpe en lo político-estatal.
La nueva participación política obligó a realizar cambios en la acumulación capitalista y en las formas de la hegemonía. El Estado mismo, como conjunto institucional, se vuelve un espacio decisivo de la lucha de clases. Por supuesto la hegemonía capitalista se mantiene, pero la disputa ha alcanzado esos terrenos.
La lucha en el interior del Estado -especialmente en el Congreso- por la creación de instituciones que intervengan en la regulación del aparato productivo constituye un espacio de la disputa por el producto excedente. No hay aquí "visión ilusoria" si los partidos ubicados del lado de los productores directos tienen claridad en sus programas y saben en qué consiste la lucha política en este espacio decisivo de la vida social.
La negativa a un Estado regulador es un legado liberal y es también una herencia anarquista. Llegó en nuestros días con el neoliberalismo globalizador, de modo que hoy la disputa por el producto excedente incluye la lucha por nuevas formas del Estado regulador en el marco de la globalización e incluye la controversia y la lucha política en las instituciones de regulación internacional.
Son mis argumentos para sostener que hoy es mejor desprender un programa político del concepto de desigualdad, que del de explotación.