Por amor o por deseo
El director coreano Kim Ki-duk no es un total desconocido en México. Hasta hoy sólo se había proyectado comercialmente uno de sus 11 largometrajes, Las estaciones de la vida, pero esa exhibición, inesperadamente exitosa, bastó para despertar un interés mayor por su obra y decidir a los distribuidores a presentar otra de sus cintas más logradas, La samaritana (Samaria), imponiéndole, como ya es costumbre y absurdo, un título de telenovela, Por amor o por deseo. Otras cintas de exhibición pendiente: The isle (1999), Real fiction (2000), Bad guy y Address unknown, ambas de 2001.
Realizador prolífico, siempre polémico, favorito en los festivales internacionales de cine, Kim Ki-duk se ha vuelto en pocos años un cineasta de culto. Muy joven ingresa al ejército naval, y cinco años después decide ser sacerdote católico y paralelamente estudiar pintura; emigra después a París donde inicia su carrera de cineasta luego de haber sido pintor ambulante. Sus primeras influencias son los directores Jean Jacques Beneix (Betty Blue, Diva) y, sobre todo, Leo Carax (Boy meets girl, Los amantes del puente nuevo). Sus temas recurrentes, la pérdida de la inocencia, la violencia y el sometimiento, la culpa y la redención, están fuertemente marcados por su primera formación religiosa. Si Las estaciones de la vida fue el intenso relato de una formación espiritual, Por amor o por deseo/La samaritana es un nuevo camino de perfección, un itinerario de la culpa a la expiación, señalado con estaciones de violencia extrema y una implacable disciplina de rectificación moral.
Como Las estaciones de la vida, la nueva cinta de Ki-duk también está dividida en varios segmentos (aquí sólo tres, Vasumitra, Samaria y Sonata). Dos chicas adolescentes viven en un primer tiempo una fuerte complicidad afectiva y comparten el sueño de viajar a Europa. Para alcanzar su objetivo una de ellas, Jae-Young, decide prostituirse, mientras su amiga Yeo-Jin procura los contactos y administra las ganancias. Luego de la desaparición fatal de la primera, Yeo-Jin se dedica en un segundo tiempo a aligerar su propia culpa acostándose con los viejos clientes de Jae-Young y restituyéndoles el dinero que alguna vez pagaron a la amiga desaparecida. Entre este segundo tiempo (Samaria) y el tercero (Sonata), Kim Ki-duk precisa la figura de un padre/policía vengador, católico ferviente, consciente en secreto de las actividades de su hija, y brutal justiciero antipedófilo (diente por diente). Este hombre viudo, atento a la educación moral de su hija única, animará una de las parábolas más violentas y más bellas sobre el amor filial. La cinta multiplica los rituales simbólicos de purificación moral, desde el baño que comparten las jóvenes luego de cada aventura sexual de Yeo-Jin, hasta el automóvil atrapado en el agua, al interior del cual esta joven literalmente sueña una redención final oficiada por su padre. Como en su anterior largometraje, La isla, el agua preside siempre las humillaciones y violencias morales a que se someten los personajes, ya sea en historias de amor alucinado o en la trabajosa recuperación de un afecto. En una ceremonia privada, en lo alto de una montaña, frente a la tumba de la madre, padre e hija comparten así alimento y bebida en un largo perdón silencioso. En otra escena estremecedora un padre de familia, cliente ocasional de Yeo-Jin, es señalado por el padre policía ante toda su familia reunida. El sentimiento de culpa que se apodera de este padre trasgresor tiene una dimensión y resonancia difícil de imaginar en un cine occidental, donde el concepto del honor es algo a menudo negociable. La discreción extrema con la que el padre policía acomete su labor de vigilante moral, dispensando a su hija de toda brutalidad por parte suya, concentrando en los clientes la dura ley de la retribución bíblica, es un aspecto notable de la cinta. Oscilando continuamente entre la comedia y el melodrama, con una banda sonora de placidez y dulzura inesperadas, y con su espiral de violencia incontenible, esta nueva cinta de Kim Ki-duk depara sorpresas perturbadoras para el espectador de Las estaciones de la vida. Su porvenir en cartelera es incierto por lo que conviene disfrutarla ahora en el mejor de los formatos.