Usted está aquí: domingo 15 de mayo de 2005 Capital Vivir en el Centro Histórico

Angeles González Gamio

Vivir en el Centro Histórico

Ya hemos hablado del Convento Grande de San Francisco, que se edificó en el predio que había sido la sede del famoso zoológico del emperador Moctezuma, del cual hace una detallada descripción el soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo, quien menciona, entre otros muchos datos, que además de toda clase de aves, mamíferos y peces, tenía enanos, albinos y personas deformes, que eran cuidadas y alimentadas con todo esmero por los cientos de personas que atendían el que sin duda fue uno de los primeros zoológicos del mundo.

Los franciscanos fueron la primera orden en llegar al nuevo continente; se dice que su primer convento estuvo cerca de la Plaza Mayor. Las construcciones iniciales fueron muy modestas, obedeciendo al espíritu austero que caracterizó a los primeros frailes, que arribaron recién realizada la conquista. Esta parquedad se fue perdiendo al paso de los siglos, y en el XVIII, cuando reconstruyeron el convento, que había padecido severos hundimientos, lo hicieron a todo lujo.

Esta maravilla, que llegó a abarcar 32 mil 224 metros cuadrados -el equivalente a dos manzanas completas-, contaba con jardín, huerta, cementerio, comedor para 500 personas, templo, 11 capillas magníficas, enfermería y 300 celdas; tras la exclaustración fue mutilado para abrir las calles de Gante y 16 de Septiembre, y después fue fraccionado y vendido a particulares, quienes, en su mayoría, destruyeron las edificaciones, salvándose únicamente cuatro de ellas, y algunas quedaron fragmentadas, como los restos de la sala de Profundis, que se encuentran dentro de la panadería La Ideal.

En el pasaje Iturbide-San Carlos, que ocupa parte de lo que fue el convento -hace unos años fue remodelado por sus dueños, Carlos de Laborde de Iturbe y Francisco de Iturbe, devolviéndole su antiguo esplendor art decó-, acaban de realizar una excelente restauración, que dio vida a 25 departamentos verdaderamente atractivos, con todas las comodidades modernas, pero conservando la generosa altura de los techos, la viguería original en su mayor parte y los marcos de cantera que salieron a la luz durante la restauración. Muchos de estos elementos pueden haber pertenecido al convento y se conservaron en las casonas que se edificaron cuando les fue quitado a los franciscanos y vendido a particulares.

El inmueble ha pertenecido a la familia De Iturbe durante cinco generaciones. El bisabuelo hizo el pasaje Iturbide y ahora el nieto, Carlos de Laborde de Iturbe, y el bisnieto, el joven arquitecto Juan Carlos de Laborde, realizaron esta restauración, que le imprime nueva vida al histórico edificio, que con una visión contemporánea se hizo totalmente ecológico, con sistema de tratamiento de aguas grises, cisternas para recoger el agua de lluvia, focos ahorradores de luz, doble vidrio en las ventanas, muebles y pisos de madera reciclada.

Quien tenga el talento de rentar un departamento en este lugar, que además ofrece alquileres muy razonables, va a poder disfrutar de un salón de usos múltiples, con baños de visitas, gimnasio, salón de lavado de ropa, ducto de basura -que evita el engorro de bajar a tirar las bolsas de desechos-, patios luminosos, las escaleras decimonónicas con elegante herrería, techos de 4.50 metros de altura, muchos con las vigas del siglo XVIII, misma época de algunos arcos y marcos de piedra gris plata que bordean los balcones, que permiten disfrutar -sin ruido- las bellas construcciones que adornan la señorial avenida Madero y la calle de Bolívar, adonde miran la mayoría de los departamentos; éstos cuentan con cocinas integrales, o si no quiere darse ese placer o molestia, según su inclinación, a unos pasos tiene una de las ofertas gastronómicas más amplias de la ciudad.

Hoy vamos a visitar un nuevo lugar que, en palabras de Carlos de Laborde, nos traslada a Florencia, la incomparable ciudad italiana: el cálido restaurancito decorado con reproducciones de frescos romanos y con muestras de los viejos muros de cal y canto, que se encuentra en la calle de Motolinia 37, ahora peatonal y florida. Lo atiende personalmente su dueña, Carolina Núñez. Se llama La Bolla y tiene un menú semejante al de la Bottiglia, el afamado restaurante de Polanco, ya que el antiguo cheff de ese sitio ahora está aquí, preparando delicias como la ensalada tricolor, la sopa de verduras con alubias, pasta y su toque de pesto, el rizzoto marinera, el filete de salmón con salsa gruyere y azafrán, y de postre el pay de queso con salsa de mango, el tiramizu o las peras al vino rosso. Los precios son muy correctos y el servicio de primera.

cronmex @ prodigy.net.mx

 
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