Usted está aquí: domingo 15 de mayo de 2005 Opinión Irán y el factor nuclear

Marta Tawil

Irán y el factor nuclear

El 2 de mayo comenzó en el palacio de Naciones Unidas en Nueva York la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), la cual durará todo el mes y en la que participan 189 países. A diferencia de 1970, año en el que éste entró en vigor, además de las cinco potencias nucleares reconocidas existen otras tres: India y Pakistán, declaradas, e Israel; estas últimas no se han adherido al tratado. Además, se sospecha que otros países tienen la capacidad (o están a un paso de tenerla) de producir armas atómicas, como Corea del Norte, que en 2003 salió del TNP y declara tener la bomba, e Irán, país que firmó el tratado, así como el protocolo concerniente a las inspecciones, pero insiste en producir su propio combustible para crear energía nuclear con fines pacíficos. ¿Qué ilustra el caso de Irán?

El régimen iraní debe equilibrar sus políticas externas con las demandas de la población y con la dinámica de una estructura política interna compleja. La población supera 66 millones de habitantes, de los cuales más de la mitad nació después de la revolución de 1979; la población joven está impaciente e inconforme. Irán posee la comunidad chiíta más importante, y ciertamente la más homogénea de la región. Pero no se trata de una homogeneidad étnica, ya que sólo cerca de la mitad de los chiítas iraníes hablan persa. La diversidad étnica y comunitaria incluye, entre otros, a turcos azeríes, mazandarani, kurdos, árabes, baluches. Entre las minorías religiosas toleradas se encuentan judíos, bahais y zoroastrianos. Por su parte, el sistema institucional iraní ha evolucionado desde 1979 en un laberinto de órganos que compiten entre sí; la multiplicidad de agencias y facciones rivales se suman a la fragmentación de la vida política.

En Medio Oriente, Irán es uno de los tres actores no árabes y el único Estado islámico chiíta rodeado de actores árabes mayoritariamente sunitas. La situación geopolítica está marcada por la inestabilidad que caracteriza a su ambiente más cercano: Irak, Turquía, Pakistán (que posee el arma atómica), Azerbaiyán, Armenia, Afganistán y Tadjikistán.

Desde mediados de los años 90, Irán comenzó a mejorar sus relaciones con Egipto, aunque sólo desde diciembre de 2003 el acercamiento ha sido evidente. Con el resto de los 22 miembros de la Liga Arabe los vínculos pueden calificarse, a lo mucho, de distantes. En la región, Irán sólo puede contar con Siria como aliado, aunque no es precisamente gran consuelo en estos momentos, dadas las dificultades económicas, de liderazgo y diplomáticas de ese país. El futuro de la estrategia defensiva de Irán, apoyada en la presencia del Hezbollah libanés, es ambivalente e incierto, ahora que Líbano parece alejarse más de la órbita siria y que el grupo chiíta se encuentra bajo la mira de Washington y también de Bruselas. Irán teme por el futuro del régimen de Bachar al Assad, el cual sigue alimentando las fantasías neoconservadoras. Para muestra bastan las más recientes reuniones organizadas por funcionarios de la vicepresidencia del Consejo de Seguridad Nacional y del Pentágono, a las que se invita a un puñado de sirios, algunos agrupados en el llamado Partido de la Reforma Siria, encabezado por Farid Ghadry, y que algunos observadores comparan con el Congreso Nacional Iraquí, encabezado por el antiguo exiliado Ahmed Chalabi.

En el Irak actual, para Washington, Irán es el problema más que la solución, entre otras razones por los estrechos lazos que Teherán mantiene con la comunidad iraquí chiíta. En el ámbito del proceso de paz entre palestinos e israelíes, lanzado en 2003 con el llamado mapa de ruta, Irán se encuentra frente al dilema de expresar sus objeciones sin por ello ser visto como obstáculo por los países árabes promotores de dicho proceso -Arabia Saudita, Jordania, Bahrein y Egipto. El regreso potencial de Irak al mercado de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y las consecuencias económicas de largo plazo provocan nerviosismo a Teherán.

Las negociaciones entre Irán y la Unión Europea (Francia, Alemania y Gran Bretaña, principalmente) en torno al programa nuclear iraní han tenido altibajos. Teherán insiste en la finalidad pacíficas de su proyecto, pero se muestra desconfiada y necesita a Europa como contrapeso frente a Washington, no obstante el deplorable récord de los europeos frente a la invasión y guerra en Irak, o la aparente sumisión a la agenda de Estados Unidos para Medio Oriente, que vienen manifestando desde la Cumbre de Evian del G-8 en enero 2003. Irán ha dicho que proseguirá las negociaciones con la Unión Europea para definir las actividades que se le consentirán en el ámbito nuclear, a pesar de que la última ronda de estos encuentros, antes de las elecciones presidenciales iraníes fijadas para el próximo 17 de junio, haya concluido sin registrar progresos significativos. El factor nuclear en la política exterior iraní es, sin duda, parte del proceso de negociación y disuasión que requiere Teherán para equilibrar las escenas interna y externa, si bien la política de autonomía que busca defender ante las grandes potencias parece difícil formularse en una estrategia coherente y de largo plazo.

 
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