Usted está aquí: domingo 15 de mayo de 2005 Opinión Tiempos de tormenta... y sin agenda

Rolando Cordera Campos

Tiempos de tormenta... y sin agenda

Como en los años 70, cuando se montaba la mesa del mundo para la gran mudanza globalizadora y unificadora, en esta primera década del tercer milenio mucho lleva a pensar en nuevas oleadas de inflación, mal empleo y desocupación, turbulencias en los mercados primarios, en especial el del petróleo, y mucha convulsión financiera. Todo parece listo para la aparición de duras y poco agradables sorpresas, algunas de las cuales, como los nuevos muros de acero y piedra -y agua, como escribía Revueltas-, ya han tomado contacto con nosotros. Por lo pronto, hay que admitir que no estamos preparados para una temporada como la que se anuncia.

Llamar tontería a las decisiones del Estado estadunidense, destinadas a apretar más las clavijas a la emigración mexicana y latinoamericana, es un flaco, seguramente involuntario, favor al eufemismo y poco honor le hace a la hipocresía característica de toda política internacional. Insistir en que nuestro único mirador es el del paso del norte, no es torpeza, sino actitud suicida de gobernantes que creen posible hacer política sin resortes y sentimientos de Estado, y que a la vez pretenden gobernar el Estado, dirigirlo, renunciando al mismo tiempo a hacer política exterior, so pretexto de su futilidad en tiempos unipolares y de alta globalización.

Lo peor de las consejas y prejuicios de la visión aldeana del mundo, aquello de ¿y de qué nos sirve la ONU?, o de ¿para qué gastar en embajadas habiendo fax, Internet, asientos de primera para las primeras damas o palomas mensajeras orientadas hacia El Vaticano?, convertido en un santiamén en alta sabiduría diplomática por un grupo gobernante que sólo parece inspirarse en la necesidad de apurar la llegada de su crepúsculo.

Poco se ha vuelto a decir de la hipotética "denuncia" del tratado con Brasil en materia de visas, pero así como de repente el secretario de la Función Pública descubre que tiene asignaturas pendientes en su calendario y nos receta la redición del Pemexgate, no debería extrañar a nadie que el experimentado subse para América del Norte descubra que los empleados de Migración no entienden ni jota de portugués y decida cortar por lo sano. Después del bochorno en la OEA, un traspiés en la relación con Brasil sería la coronación temporal, pero no menos grave, de esta renuncia en picada a ser Estado. Lo de la enchilada completa pasaría al cajón de sastre y dejaría de ser, inclusive, anécdota del despropósito mayúsculo en que queriéndolo o no nos metió.

Para los meses y años que vienen será vital recuperar la sola idea de una política exterior a la altura de los tiempos difíciles, que para estarlo debe estar, a la vez y de modo expreso, alejada lo más posible de los lugares comunes de la globalización sin adjetivos. En política, doméstica o foránea, todo requiere ser calificado, y así como lo hubimos de aprender a un alto costo en el tema de la democracia, lo tendremos que hacer a marchas forzadas en los otros asuntos clásicos de todo Estado moderno: el desarrollo de la economía y la presencia y acción en el mundo.

En ambas materias, que le dieron timbre de orgullo a la vez que base insufrible para su demagogia incontinente, el Estado heredado de la Revolución Mexicana se mostró diestro y a veces ducho, hasta que el desgaste se impuso y el remolino de la ilusión globalizadora nos alevantó. Hoy vivimos para constatar y lamentar lo profundo de esas renuncias.

En economía no hay milagros que duren ni recetas mágicas que puedan convertirse a voluntad en estrategias nacionales. De ahí venimos, pero todavía no se asimila el daño mayor que tanta adopción sin adaptación nos causó en crecimiento y capacidades productivas, bienestar y equidad, expectativas y acumulación de capitales. Volver a la historia no es mala idea, pero es claro que el presente continuo en que nos metimos pesa y pesará mucho en lo que viene. De aquí la necesidad de templar la reflexión y atemperar el debate, exigir seriedad en el manejo y la producción de información, y asegurar que las fantasías de unos y otros no se nos conviertan en profecías de desastre autocumplidas.

En política externa hay memoria y reflejos, muchos en retiro obligado, pero lo que manda hoy es la imperiosa necesidad de ver lejos hacia el norte, reclamando una comunidad de naciones y no una tienda de raya o un campo de golf, pero a la vez reconocer y asimilar, para fines de elaboración de política, que el sur no sólo existe, sino que se mueve y cambia, explora y arriesga, y que bien podríamos aspirar a una recuperación mutua en el encuentro de una agenda política para la globalización que nos permitiera inscribir agendas económicas inevitablemente disímbolas, aunque no tan encontradas como algunos postulan.

Empezar por la educación y el intercambio de estudiantes e intelectuales, así como de experiencias en materia de democracia y política social, por ejemplo, sería un primer paso en la búsqueda de esa agenda perdida... un mucho adrede.

 
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