Usted está aquí: domingo 15 de mayo de 2005 Opinión La venezolanización por la derecha

Abraham Nuncio

La venezolanización por la derecha

Entre el cúmulo de imágenes que rodearon el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, ninguna tan reveladora del sentido profundo que tuvo esta maniobra como la del cartón de Calderón publicado por el diario El Norte el domingo mismo de la decisiva marcha del silencio.

Adelantándose al vocero presidencial en su declaración de que no se hablaría ya del desafuero, Calderón insistía en que eso era lo más aconsejable. Pero si algo había que hacer, lo mejor era matar a la bestia del Distrito Federal. Por encima de los edificios, la bestia aparecía, destruyéndolo todo, mientras dos aviones caza lo ametrallaban. La evocación, para quien recuerda la deuda impagable que tiene la derecha con la sociedad latinoamericana, fue espontánea: en la realidad, la bestia de Unidad Popular fue eliminada a partir del bombardeo a La Moneda por los aviones de la fuerza aérea chilena durante el golpe que instaló la dictadura encabezada por Pinochet.

El gobierno de Vicente Fox ha desactivado -está por ver si del todo- el proceso de inhabilitación de López Obrador para contender por la Presidencia en 2006. Pero a los mexicanos debe quedarnos claro que el abril de 2005 es asimilable al julio de 1988. Preventiva, sí, pero eso no le quita a la maquinación que lo urdió el carácter de golpe de Estado. Otra cosa es que la gran movilización ciudadana en todo el país haya conseguido revertirlo.

Cuando se hizo evidente que no lograban disminuir la popularidad de López Obrador, la derecha radicalizó su postura. Los representantes de la burguesía más soberbios y fundamentalistas organizados en las cúpulas empresariales vertebraron el discurso golpista: el populismo es peligroso, la venezolanización del país es inminente y López Obrador es su factótum. En consecuencia, hay que impedir que llegue al poder.

En junio de 2004 fue la reunión de Vicente Fox con los empresarios del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (CMHM). En septiembre la Coparmex celebró en Monterrey el 75 aniversario de su fundación. Allí, los ataques contra el populismo fueron condensados por Enrique Krauze, ideólogo de la derecha, en una frase: "En México debemos tener (sic) un blindaje democrático contra el populismo."

En octubre, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) lanzó un manifiesto en que se llegaba aún más lejos. José Luis Barraza, presidente del organismo, estableció la equivalencia entre populismo y totalitarismo y López Obrador los encarnaba. Llamó, con la autoridad ciudadana que se autoconfieren los empresarios, a la unidad nacional y al fortalecimiento de las instituciones. Fox convirtió el espantajo populista en consigna de campaña: "Cuidado con el populismo", dijo a un grupo de financieros en febrero de 2005.

La venezolanización tan pregonada no era otra que la que han querido acaudillar los empresarios. Todos los síntomas que en 2002 culminaron con el golpe de Estado en Venezuela, salvo la intervención armada de un sector del ejército y la del clero, que asumió una posición mesurada, aquí se manifestaron en el intento de desplazar al contendiente con mayores posibilidades de vencer en la próxima elección presidencial.

En Venezuela, los empresarios, organizados en la Federación de Cámaras, se pusieron a la cabeza del proceso golpista. Pedro Carmona Estanga, su líder, llegó a usurpar durante unas horas la presidencia de la república. La base de la manipulación ideológica fueron los grandes medios, bajo la guía de Gustavo Cisneros, y buena parte del financiamiento de la operación provino de las compañías petroleras, señaladamente Venoco, y de los bancos.

El golpe de la gran burguesía venezolana contra el gobierno legítimo de Chávez fue parado en seco, como aquí, por la respuesta popular. Y también, como en el caso mexicano, tuvo el efecto de fortalecer el régimen de la República Bolivariana, como el presidente ha querido llamarlo, y prevenir su desplazamiento con el plebiscito para revocar su mandato en 2004.

Las manifestaciones de repudio a la defenestración de López Obrador tuvieron su epicentro en la capital del país. Donde menos intensidad registraron fue, precisamente, allí donde los grandes empresarios han logrado establecer un evidente control social, como es Monterrey.

La exhibición del tinglado legal en boca de quien fue su principal promotor derrotó a su partido y a sus aliados. Dejó ver que el complot era verdad y que la ciudadanía lo pilló como lo que fue: una canallada.

Pero con ello no está resuelto el conflicto. Esta derrota equivale sólo a un round. La derecha no cejará en su posición arrogante de que sólo hay democracia cuando los gobernantes obedecen a su voluntad plena, a su estilo y a su jerga. Y si no consiguió que su vocación golpista se haya consumado ahora, pensar que no lo intentará cuantas veces pueda es ingenuidad.

Las vías para impedir que la izquierda llegue al poder apelarán a la rudeza o a las formas que permite la política. En Nuevo León ya está el boceto. La mayoría priísta aprobó en primera vuelta una ley electoral que prevé, entre otras medidas, la revocación del mandato calificada por el Congreso del estado, la reducción del número de diputados en casi 25 por ciento, las candidaturas independientes, la segunda vuelta para la elección de gobernador cuando el triunfador no logre 45 por ciento de la votación.

La marcha del silencio tendrá que convertirse en un continuo organizativo si los mexicanos no queremos ver que los cartones de Calderón han dejado de ser fantasías de la ultraderecha para tornarse en apuntes costumbristas.

 
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